El entrenador quiere salvar su familia

La verdadera, secreta e inconfesable razón por la que Luis Enrique deja el Barça

Es el octavo técnico mejor pagado del mundo, por detrás de Guardiola, que cobra 25 millones en el Manchester City

Luis Enrique con Elena Cullell.
Luis Enrique con Elena Cullell. BC

Fue lel bombazo deportivo del 1 de marzo de 2017: Luis Enrique no seguirá como entrenador del Barça la próxima campaña.

Lo dijo tras la victoria ante el Sporting por 6-1 y pocas horas antes de que su equipo se colocase líder de Primera División tras el empate del Real Madrid en casa ante Las Palmas.

La familia, la necesidad de tiempo libre y el exceso de estrés son las razones que explican su «huida».

En mayo cumplirá los 47 y ha sido consecuente con lo que decía antes de comunicar su marcha del Barcelona: lo que más le preocupaba no era lo que muchos creían: que a su Barça le vaya bien.

Eso es en lo profesional, pero por lo que daría hasta la última gota de su sangre, lo que le quita la vida de verdad al asturiano (y se la da), es su familia: su mujer, con la que lleva 20 años casado, y sus tres hijos. La pequeña Xana, de 8 años, le da más alegrías que Messi. O eso dice su cara cuando la mira. Y por eso se va.

Es tan celoso de su vida privada como apasionado del ciclismo o del surf y enemigo encarnizado de los periodistas. Después del estrepitoso fracaso en el partido de ida de la Champions contra El PSG, donde perdió por un humillante 4-0 se le fue la pinza y se encaró con chulería con un periodista de TV3.

Aquello le marcó. Para Luis Enrique Martínez García (Gijón 8 de mayo de 1970) su familia y su profesión, su círculo de amigos y su espacio para practicar deporte son innegociables. Y, como ha dicho, su dedicación al Barcelona no le dejaba tiempo.

Ha ganado dinero, mucho dinero, como cualquier futbolista de élite en la ‘era moderna’, y como entrenador, en su tercer año en el Barcelona, donde su ficha asciende a más de 7,5 millones de euros anuales.

Es el octavo técnico mejor pagado del mundo, por detrás de Guardiola, que cobra 25 millones en el Manchester City; Ancelotti, al que el Bayern abona 15 ‘kilos’ anuales; Klopp (13,9), Wenger (11,3) Van Gaal (10), Vilas-Boas (8,5) y Eriksson (8).

De sus negocios poco o nada se sabe, si es que los tiene. El indicio apunta a que junto a Carles Puyol, grandísimo amigo suyo, e Iván de la Peña forma parte de un grupo de intermediación, lo que es el agente de toda la vida.

Puyol representa, por ejemplo, a Bartra, y De la Peña tiene merecida fama de ser un consumado detector de jóvenes, niños, talentos. Ninguno de ellos, por otra parte, intervino en la contratación de dos incorporaciones exigidas por Luis Enrique para reforzar la plantilla el año pasado, después de la célebre sanción de la FIFA.

En contra de los informes del club, se contrató a Arda Turan por 34 millones de euros y a Aleix Vidal por 18 millones fijos y 4 en variables.

La secretaría técnica desaconsejó el fichaje del turco porque no iba a encajar en el esquema futbolístico azulgrana y a Vidal porque «no le llega» para sustituir a Dani Alves. Turan juega algunos minutos, no es ni la sombra de lo que fue en el Atlético, y Aleix dista de ser el lateral que se vio en el Sevilla.

Ambos ‘borrones’ los ha anotado el Barça en el debe de su entrenador, a quien el año pasado negaron el fichaje de Nolito, por el que había que pagar 18 millones a tocateja para que fuera suplente. El fair play financiero del club, que en los próximos años invertirá entre 400 y 600 millones en la remodelación del Camp Nou, no permitió la incorporación del jugador céltico.

Del cielo al suspense

Ésa es una parte de la actualidad de Luis Enrique, que de nuevo respira en la Liga después de haberse colocado líder con el patinazo del Madrid frente a Las Palmas, con un empate de milagro que regala un punto a los de Zidane; pero con pie y medio fuera de la Champions: en privado pocos creen que haya posibilidades serias de eliminar al PSG.

Una mala caricatura de Mou

La adversidad sacó lo peor de Luis Enrique, que no entiende una conferencia de prensa sin plantearla como una batalla dialéctica con los periodistas. Es faltón, grosero, soberbio y arrogante, una mala caricatura de Mourinho. Humilla y desprecia, pero no pide disculpas, le «importa un bledo» lo que se piense de él, o lo que se diga, comenta, pero no es cierto. Toma nota y pasa factura. Lo de después del último partido de Champions es solo un capítulo más en la novela de sus desencuentros.

Casado con la alta burguesía

Con su esposa comparte la discreción, pero es la antítesis: ella, educada y tranquila; él, todo lo contrario. En diciembre de 1997 se casó con Elena Cullell, economista y deportista muy activa. De Elena se sabe que procede de la alta burguesía catalana, que tiene dos hermanas y que a las tres les dio estudios su padre, Francesc Cullell, fabricante de ropa de piel, jubilado hace años. El matrimonio tiene tres hijos, Pacho (18 años), le gusta el fútbol y el surf; Sira (17), reputada amazona, y la pequeña Xana (8).

Aquí sí hay quien viva

Viven en Gavá Mar, algo así como el Beverly Hills del Baix Llobregat. Vecinos son Reiziger, De Boer, De la Peña y Lorenzo Quinn, el hijo del célebre actor, que asistió a la boda de la pareja en la Catedral del Mar junto a otros 200 invitados. La casa es uno de los pocos lujos que se le conocen al entrenador azulgrana. Algo más de 800 metros construidos en una parcela de cerca de 2.400. Conserva la furgoneta con la que se desplazaba junto a sus ayudantes en Vigo cuando entrenaba al Celta. Allí puso de moda el andamio, «porque el fútbol se ve mejor desde la alturas», aclaró, inseparable siempre de un megáfono y las gafas de sol, porque tiene un leve problema ocular. Los otros dos vehículos, un Mini y el Q7 que facilita el club por el acuerdo con Audi.

Utiliza la furgoneta para trasladar la bicicleta o las tablas de surf. Con la bici ha subido el Mortirolo, el Tourmalet y la Marmolada, con Juan Carlos Unzúe, su ayudante y hermano de Eusebio, el mánager del Movistar Team, el equipo de Valverde, su ídolo. ‘Lucho’ tiene pasión por la bicicleta, pero son varios los retos que ha emprendido en el deporte como aficionado. Se propuso bajar de 3 horas en el maratón y a la tercera, en Florencia, después de Nueva York (3:14.09) y Amsterdam (3:00.20) lo consiguió, paró el cronómetro en 2:57.50. Ha corrido la Quebrantahuesos y terminó el Ironman de Klagenfurt (Austria), 3.800 metros de natación, 180 kilómetros de bicicleta y la maratón (42,195 kms). Cruzó la meta con sus hijos y tiene ese recuerdo como uno de los más bonitos de su vida.

¿El peor? La fotografía en la que se le ve sangrando por la nariz y llorando después del cabezazo de Tassotti dentro del área, en aquel partido con Italia en el Mundial de Estados Unidos 94, que el húngaro Sandor Puhl no quiso ver. Detesta aquella imagen, no porque va a unida a la eliminación de España sino porque se le ve como a un perdedor. Y no lo es.

Con 11 años era un tirillas y quería jugar al fútbol. Empezó en La Braña, luego en las categorías inferiores del Oviedo y García Cuervo le rescató para el Sporting, su equipo. Trabajo, gimnasio y buena alimentación le convirtieron en un todoterreno que del Sporting pasó al Madrid y de ahí al Barcelona, donde se convirtió en un antimadridista confeso y en un culé de toda la vida. Terminada su etapa como futbolista, y después de pasar seis meses en Australia practicando surf y algunos más entre retos deportivos de todo tipo, regresó para entrenar al Barça B, al que ascendió a Segunda. De ahí al Roma. Chocó con el ídolo Totti, le dejó en el banquillo y tuvo que poner pies en polvorosa. El Celta fue su siguiente destino. Triunfó. Y a continuación, el Barça, Xavi, Messi, Anoeta, Neymar, Luis Suárez, un compendio de figuras a las que finalmente extrajo lo mejor de cada uno. Como dijo de él Karra Elejalde, «tiene somatizado el berrinche».

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