Un jefe pijo y patoso con el que ninguno de sus empleados quiere trabajar, lo que desemboca en una sucesión de humillaciones, broncas y momentos tensos. Esto es lo que vimos el 10 de abril de 2014 en el tercer episodio de la revelación del año en laSexta, ‘El jefe infiltrado’. El capítulo fue interesante, pero tenía un fallo garrafal.
Borja: «Pijo es lo que yo soy, pues bienvenido sea. Pijo ‘fun eating’»
El tercer capítulo de ‘El jefe infiltrado’ (emitido una semana después de su estreno, en la que vimos dos episodios) fue como un déjà vu de ‘Pesadilla en la cocina’. Todo era igual. Para empezar se notaba que ambos productos nacen de la misma casa, Eyeworks Cuatro Cabezas: mismo montaje, misma voz en off y misma temática.
El resultado fue bueno porque el formato lo es. De acuerdo que el programa no es más que un lavado de imagen o un acto de promoción de cada una de las empresas que participan. Al final, por muy desastroso que sea el trabajo, el jefe (el mismo que se ha disfrazado para ver cómo viven sus empleados) se convierte en una suerte de hada madrina que reparte regalos, premios y ascensos. Pero también es verdad que, como espectáculo televisivo, el show es casi perfecto.
El problema que vimos en el capítulo emitido el 10 de abril de 2014 fue que el protagonista no caía bien, ni como jefe ni como empleado. Borja Domínguez, propietario y cofundador de la cadena de comida Wogaboo, se consideraba «un pijo fun-eating'». Justificó su presencia en el programa asegurando que:
Quiero sentir «lo que sienten nuestros chavales, nuestro ejército. Quiero recuperar el espíritu ‘fun eating’ (filosofía de la empresa. Algo así como «buen rollito gastronómico»).
El caso que Borja se transformó en Íñigo Alonso, un chico bien que no ha trabajado en su vida y que participa en un concurso cuyo premio es conseguir un trabajo en ‘Wagaboo’.
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El primer empleo de Borja, ya como infiltrado, fue como barman en uno de sus locales, donde una de las encargadas le enseñó todos los secretos de los cócteles del local y donde confirmó que existe cierto despilfarro a la hora de servir las bebidas por no seguir los procedimientos de medición de la empresa (de hecho, él bebió de las copa y cuando el jefe le echó la bronca, la otra encargada le vendió). Borja también ejerció de camarero de sala y aquello fue un desastre: se le cayó una bandeja de bebidas sobre una mesa completa de clientes y los clientes abandonaron el restaurante sin pagar al no ser atendidos. La tensión fue tal que el jefe de sala (un tipo borde y desagradable) le despidió a gritos:
Fuera, no quiero volver a verte por aquí. No quiero que estés a aquí.
Al día siguiente, el jefe infiltrado jugó a ser ayudante de cocina, pero el resultado fue el mismo. Le terminaron echando por patoso, preguntón y pesado. De verdad, daba la sensación de que era papel que se había inventado el tipo para dar más juego en el programa.
Al tercer día, el jefe fue descubierto. Sucedió cuando trabajó como camarero en uno de sus restaurantes en Madrid y el encargado de su aprendizaje era un chico joven (el gran protagonista del capítulo) que conocía a Borja desde hace años.
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En su última jornada como infiltrado, Borja conoció a una jefa de sala que era absolutamente insufrible. Ambos no se tragaron desde el principio y, tras una gran bronca ante todos los clientes, la mujer se abrió en canal y confesó que le habían diagnosticado una enfermedad y que había guardado el secreto.
Al final, cuando Borja se descubrió con sus empleados aquello parecía ‘Hay una cosa que te quiero decir’. El jefe se dedicó a repartir cheques muy cuantiosos, viajes y, para colmo, a la jefa de sala que había sido tan borde con él le trajo a su madre desde Colombia.