La historia, los secretos, los vicios y las virtudes de los corresponsales

Reportero de Guerra: «Mensajero para García»

Prólogo de Pedrojota Ramírez

Reportero de Guerra: "Mensajero para García"
Pedrojota Ramírez, Alfonso Rojo capturado por guardias somocistas y el relato en The New York Times, en abril de 1979. PD

Iniciamos hoy la aventura de publicar por entregas y en forma de serial, como los antiguos folletines pero en clave casi académica, una obra sobre esa figura tan mítica del periodismo que es el corresponsal de guerra.

Capítulo a capítulo, Alfonso Rojo va a ir desgranando la historia, los secretos, los vicios y las virtudes de ese reducido, complicado y privilegiado grupo de profesionales que consumen su vida saltando de un extremo a otro del planeta, para ser testigos directos y poder relatar en vivo los horrores, calamidades y espantos que provoca la estupidez humana.

Alfonso Rojo López (Ponferrada, 4 de diciembre de 1951) es periodista, escritor, tertuliano de radio y televisión y durante buena parte de las cuatro décadas que lleva en la profesión, se dedicó en cuerpo y alma, con prisa y sin pausa, a la corresponsalía de guerra.

Suele decir Rojo que no imagina una actividad profesional más intensa, apasionante, apasionada, divertida y cautivadora que lo que él ejerció, cobrando a veces y en ocasiones pagando, durante treinta años.

El actual director de Periodista Digital es licenciado en Derecho y en Ciencias de la Información. Comenzó su trayectoria profesional en 1976 como fotógrafo en los inicios de Diario 16.

En 1979, como reportero, convivió con los guerrilleros sandinistas durante la guerra civil nicaragüense, fue hecho prisionero por los somocistas, escapó, fue recapturado, extraditado a España y a partir de ese instante, entró en una espiral que le llevó de extremo a extremo del Planeta, de conflito en conflicto y de guerra en guerra.

En 1989 abandonó Diario 16 para formar parte del equipo fundador de El Mundo. Durante esa época retrató la Guerra del Golfo (1991),la Guerra de Irak (2003) y el conflicto de Afganistán.

Abandonó El Mundo en 2004, año en que asume la dirección del Periodista Digital.

Prólogo

«ALFONSO ROJO, MENSAJERO PARA GARCÍA»

Por Pedrojota Ramírez

Cuando estalló la guerra de Cuba el presidente McKinley quiso enviar un mensaje a uno de los lideres insurrectos apellidado García, del que no se sabía siquiera el lugar de la isla en que se hallaba.

Para ello recurrió a un tal Rowan, quien guardó el mensaje del presidente en una bolsa de hule que cosió a la altura de su corazón, desembarcó en un bote en la costa de Cuba, se internó en la selva, cruzó un país hostil, encontró a García y cumplió su misión.

A los pocos meses el escritor Elbert Hubbard publicó un artículo en la revista progresista The Philistine con el título «Un mensaje a García», en el que sostenía que Rowan era el verdadero héroe de la guerra, subrayando que cuando recibió el encargo ni siquiera preguntó «¿Dónde está García?»

El articulo de Hubbard causó enorme impacto entre sus contemporáneos y ha sido incesantemente reproducido desde entonces. Estoy seguro de que Alfonso Rojo, individualista donde los haya y poco tolerante frente a la mediocridad ajena, comparte su tesis central:

«Todos los que se han esforzado en llevar a buen término una empresa determinada en la que se necesite el concurso de muchos han tenido que comprobar, llenos de consternación, la imbecilidad de los hombres que constituyen el término medio de la Humanidad y su incapacidad y mala voluntad para concentrar su energía sobre una cosa y hacerla.

Generalmente, los auxiliares hacen los trabajos con poco entusiasmo, y es frecuente encontrar en ellos negligencia, imprudente atolondramiento e indiferencia desmedida. Nadie obtiene éxito si, a buenas o a malas, o con amenazas, no incita u obliga a los otros hombres a prestarle ayuda, salvo el caso de que Dios, en su misericordia, haga un milagro y le envié un ángel de luz como ayudante.»

Según Hubbard, lo habitual en una oficina es que si el jefe pide a un subordinado que busque en una enciclopedia y haga un resumen de la vida de alguien, el empleado parezca acceder dócilmente.

«¿Pero hará el lo que usted le ha encargado? ;Nunca! Le mirará a usted como un tonto y formulará una o varias de las siguientes preguntas: ¿Quien era? ¿Qué enciclopedia? ¿Fui acaso contratado para esta clase de trabajo? ¿No se refiere usted a Bismarck? ¿Le parece bien que lo haga Carlos? ¿Ha muerto? ¿Tiene prisa? ¿No puedo dárselo mañana o el lunes? ¿Quiere que le traiga el libro y lo busca usted mismo? ¿Para que lo quiere saber usted?»

«Apuesto diez contra uno que después de contestarle y explicarle como debe encontrar los datos y para que los necesita, ira su ayudante a pedir a otro empleado que le ayude a «buscar a García» y que por fin volverá diciendo que no existe tal individuo.»

Contraponiendo su actitud resolutiva con el conformismo general, Hubbard proponía que la memoria de Rowan fuera inmortalizada por un busto de bronce que se colocara, como modelo, en todos los colegios públicos.

Lo que no se dice en el artículo es de dónde sacó el presidente McKinley al tal Rowan, pero yo quiero creer que fue de la redacción de un periódico.

Para quienes estamos convencidos de que el periodismo, antes que una profesión o un oficio, es una manera de vivir, una de las principales características del gremio es precisamente esa disposición a complicarse cotidianamente la existencia, persiguiendo objetivos difíciles, poniendo a prueba una y otra vez tu inteligencia y tu coraje, aceptando los envites del destino, renunciando a confundirte con el paisaje o a escabullirte por la puerta trasera.

Para el periodista que ama su trabajo cada jornada es una nueva búsqueda, y solo esa tenaz perseverancia en pos de una meta efímera explica, por ejemplo, los grandes servicios que el periodismo de investigación ha rendido a los países democráticos. Lo mejor que puede decirse de una es que en ella abundan los hombres capaces de «encontrar a García». Alfonso Rojo sería siempre una de nuestras bazas mas seguras.

Sobre la figura del enviado especial, y más concretamente del corresponsal de guerra, se ha hecho mucha literatura y se ha creado un aura romántica que este libro sin duda contribuirá a agrandar.

Lo cierto es que si todo periodista trabaja bajo la presión del cierre, la incertidumbre de no saber muchas cosas y la obligación de ser veraz, el corresponsal volante se enfrenta además a un medio hostil, y si procede de un país mediano como el nuestro, afronta también el reto de tener que rentabilizar informativamente un viaje que siempre supone un esfuerzo económico y por lo tanto una apuesta especial de su periódico o emisora.

Una buena redacción siempre alerta y en tensión es la mejor forja del carácter que pueda imaginarse. El listón está muy arriba y se supone que siempre hay que superarlo. La posibilidad de volver con las manos vacías ni siquiera se le pasa por la cabeza a un enviado especial al extranjero. Hay que encontrar a García y se encuentra a García.

Es cierto que solo algunas veces se llega hasta el propio García y que otras muchas hay que conformarse con un pariente de García, un colaborador de García o un hombre que habló con García.

Es la distancia que media entre el trabajo bien hecho de todos los días y el gran scoop, esa exclusiva de primera página que reproduce la gran prensa internacional y hace que su autor se sienta durante unas horas impagables el ombligo del universo.

De entre los grandes periodistas que estaban conmigo en el nacimiento de El Mundo Rojo probablemente fue quien en mas tuvo la ‘estámina‘ y las dosis de buena suerte necesarias para tocar con los dedos a García.

Ciertamente lo logró cuando fue el único corresponsal occidental de prensa escrita que permaneció en Bagdad en la guerra del Golfo, cuando consiguió entrevistar al sitiado Gamsajurdia o cuando escribió algunas de las mas estremecedoras crónicas de la guerra de Bosnia.

Son entorchados de mariscal que le hacen brillar desde hace tiempo en la leyenda y mitología de la Tribu cada vez que un nuevo conflicto reúne a veteranos y novatos en algún hotel sobre el que vuelan los obuses en un nuevo rincón del mundo.

Como uno de mis héroes favoritos, Zalacaín el aventurero, Alfonso Rojo sabe, sin embargo, que el movimiento solo se justifica andando, que el valor de la acción está en la propia acción y que la traducción periodística de todo eso es, como decía Lippman, que «tus grandes exclusivas de hoy envuelven el pescado de mañana».

He ahí la grandeza y miseria de nuestro trabajo y también la explicación de que de vez en cuando los periodistas hagamos un alto en el camino y escribamos libros tan brillantes como este, pensando en hacer justicia a nuestros predecesores y unir nuestros propios nombres a la orden del merito profesional.

He trabajado con Alfonso Rojo muchos años. Juntos fundamos un periódico y contribuimos a hacerlo grande. Desde el otro extremo del cordón umbilical entiendo perfectamente lo que dice sobre la especial relación que existe entre un enviado especial y un director exigente. Los riesgos los asume el, la gloria tengo que reconocérsela yo.

Un director de periódico es en cierto modo el notario que levanta acta diaria y da fe publica del talento y coraje de su equipo.

Nunca me pregunto como terminará todo esto, pero soy incapaz de imaginar una forma más digna y hermosa de ser espectador de la propia existencia que hacer lo que Alfonso Rojo y todos los demás venimos haciendo y siempre seguiremos haciendo. He aquí que Sísifo se ha enamorado de su piedra.

PEDRO J. RAMÍREZ

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