La historia, los secretos, los vicios y las virtudes de los corresponsales

REPORTERO DE GUERRA: Vacaciones en la guerra (L)

Había muchas preguntas en el aire, pero entre ellas era obligada una: «¿Ha sido usted torturado?»

REPORTERO DE GUERRA: Vacaciones en la guerra (L)
Alfonso Rojo con Edén Pastora, el mítico Comandante Cero sandinista, en las selva del sur de Nicaragua, en abril de 1984. AR

P.J. O’Rourke afirma provocador en ‘Vacaciones en la guerra’ que algunos se preocupan por la diferencia entre el bien y el mal, pero a él lo que le importa es la diferencia «entre lo que está mal y lo que es divertido».

Ahora, cuando me da la vena cínica, comparto en ocasiones esa línea de pensamiento pero en Nicaragua, a finales de la década del 70 y comienzos de los 80,  éramos todavía demasiado jóvenes, románticos e ilusos para asimilar lo glamourosa, fascinante, entretenida y apasionante que puede resultar esta profesión sin meterse en berenjenales ideológicos.

Estábamos imbuidos de lo ‘trascendental‘ y, de un modo u otro, nos implicamos hasta la ingle en favor de los sandinistas.

El holandés Ian Schmeitz, el sueco Peter Torbiornsson, el alemán Klaus Dietar, el austriaco Leo Gabriel, la estadounidense Susan Meiselas y casi todos los que cubrimos la zona en los convulsos años que siguieron al triunfo de los muchachos del pañuelo rojinegro tendimos a pasar por alto sus garrafales errores, obnubilados por el miedo a que nuestras críticas pudieran servir de munición propagandística al presidente Ronald Reagan y a los «contras», que operaban desde la frontera hondureña y la costarricense con financiación de la CIA.

Represión en Panamá, en tiempos de Noriega.

Nosotros, que poníamos el grito en el cielo ante un porrazo a un manifestante en la opulenta Europa o el menor recorte a los beneficios sociales de las minorías, tardamos mucho más tiempo del debido en denunciar las flagrantes violaciones de los derechos humanos por las autoridades revolucionarias en Centroamérica o el hostigamiento implacable de que eran objeto los indios miskitos de la costa atlántica nicaragüense por reivindicar autonomía o la alfabetización en su propia lengua.

Muchas veces, como hicieron durante la ‘Guerra Fría’ multitud de intelectuales occidentales, traspasamos el límite y dimos cobertura a las atrocidades de los malos en aras de un ‘bien político’ superior.

Más de 30 años después de sobrevivir a un atentado con bomba en una conferencia de prensa que protagonizaba Edén Pastora en un remoto paraje de la selvática frontera entre Costa Rica y Nicaragua y en el que murieron tres periodistas además de alguno de los ‘contras‘ que luchaban contra los sandinistas, el sueco Peter Torbiornsson sigue atormentado por la culpa.

El periodista sueco Peter Torbiornsson.

No por haber escapado de la muerte ese 30 de mayo de 1984. Ni siquiera porque inadvertidamente ayudó al terrorista disfrazado de periodista y con gorra de jugador de béisbol enviado por el FSLN, sino por haber ocultado la sonrojante verdad más de tres décadas.

«Me tomó mucho tiempo para aceptar que habían sido mis amigos quienes pusieron la bomba», explica Torbiornsson, que ahora tiene 73 años.

«Ha sido como una herida en mi alma … No puedo enfatizar cuánto lo siento.»

Torbiornsson, que empezó a escribir sobre América Latina en la década de 1960 y con quien compartimos mesa, cama, marchas y coche muchas veces Leo Gabriel, Ian Schmeitz y yo en la etapa brutal de los alzamientos guerrilleros en Nicaragua y El Salvador, añade que ha sido al sentirse viejo cuando se ha dado cuenta de que tenía que confesar.

«Creo que la persona que ha sido más severa al juzgar mi comportamiento entonces, he sido yo mismo. Ahora bien, si hablo ahora es para que otros juzguen lo que sucedió».

El sueco Peter Torbiornsson y otros periodistas, incluidos los terroristas, en cayuco, para llegar a la entrevista con Edén Pastora.

El 2011, Peter hizo publicó un documental titulado ‘Last Chapter, Adiós Nicaragua’, en en el que admitió abiertamente -por primera vez- que había guardado silencio durante décadas sobre las circunstancias exactas que llevaron a la explosión.

Quien que puso la bomba, que los medios de comunicación casi sin excepciones intentaron presentar como una turbia operación de la CIA norteamericana orquestada por el teniente coronel Oliver North, fue el camarógrafo que hacía equipo con él y al que el la foto de la lancha, se ve con el brazo alzado, tapándose la cara, justo detrás del bigotudo y rubio sueco.

El terrorista, que utilizó un pasaporte robado en el que aparecía como periodista danés, era en realidad el argentino Vital Roberto Gaguine, compañero de fechorías de los montoneros y sicario de Daniel Ortega y los sandinistas.

Edén Pasto con el sueco Peter Torbiornsson y otros periodistas, justo antes del atentado.

Es una historia fascinante que une al sueco ahora canoso a uno de los episodios más oscuros de la violencia en América Central y plantea importantes cuestiones sobre la brecha que se abre a menudo entre la realidad y el relato periodístico, entre el reportero y el activista, cuando se toma partido de una manera tan fogosa.

La confesión de Torbiornsson le ha granjeado feroces críticas de otros corresponsales, incluidos algunos de los que sobrevivieron a la explosión.

Los hechos fueron brutales. En mayo de 1984, Torbiornsson formaba parte de un pequeño grupo de reporteros que viajaron a lo largo del río San Juan, que marca la frontera entre Nicaragua y Costa Rica, y arribaron a La Penca, el remoto escondite que usaba Edén Pastora, héroe sandinista en 1977 por haber tomado el Congreso somocista y en aquella época líder de los rebeldes nicaragüenses que operaban desde el sur, con respaldo de EEUU.

Edén Pastora.

Yo había estado unas semanas antes con Edén Pastora en el mismo enclave, que era un pútrido agujero infecto, de complicado acceso, siempre húmedo y trufado de mosquitos y reptiles.

Fue en abril de ese mismo año y hablé largo y tendido con quien el 22 de agosto de 1978 se convirtiera en portada de todos los periódicos del mundo y en el más aclamado héroe sandinista por haber asaltado con éxito el Palacio Nacional de Nicaragua, en el momento en el que somocistas y opositores celebraban una sesión del Congreso Nacional.

Fue tal impacto de lo que popularmente se comenzó a denominar ‘Operación Chanchera’, que hasta el procastrista Premio Nobel Gabriel García Márquez le dedicó un relato memorable.

Edén Pastora tras haber asaltado con éxito el Palacio Nacional de Nicaragua, en 1978.

El sueco ha explicado que, aunque era casi de noche cuando los reporteros llegaron a La Penca, les esperaba Pastora y que de inmediato se organizó una rueda de prensa.

Las imágenes captadas por una cámara –que sobrevivió milagrosamente intacta– muestran el líder de los rebeldes antisandinistas en medio de una frase, respondiendo a las preguntas.

A continuación, la pantalla se llena de repente de humo blanco.

Torbiornsson recuerda perfectamente al tipo que puso la bomba, camuflada entre el material de filmación y que había abandonado la cabaña justo unos instantes antes de la explosión.

Se le ve en la foto de abajo, en el centro, con un equipo de grabación al hombro, porque retornó tras la masacre para registrar su fechoría.

Edén Pastora y las víctimas del atentado contra él.

Pastora, objetivo del atentado, resultó gravemente herido, pero sobrevivió.

Torbiornsson fue alcanzado por la metralla, pero salvó la vida porque hizo de pantalla entre él y la bomba la periodista inglesa Susan Morgan, que estaba de pie frente a él.

Ambos fueron lanzados varios metros en el aire y sufrieron graves lesiones en brazos, piernas y hasta en la cara.

Otra reportera, la estadounidense Linda Frasier que tenía 38 años y trabajaba para el ‘Tico Times’, un periódico en inglés de Costa Rica, perdió ambas piernas y se desangró hasta la muerte esperando ser evacuada.

«Me produce dolor recordar todo aquello», comenta Torbiornsson, consciente de que ni fue el único que enmascaró la verdad entonces, ni será el último periodista que tome partido y se olvide de la verdad.

El asesino Gaguine, el terrorista argentino que actuó camuflado de periodista danés, murió en 1989 con el grupo de alucinados montoneros que atacaron el acuartelamiento militar de ‘La Tablada’ en Argentina.

El asesino Gaguine, el terrorista argentino que actuó camuflado de periodista danés.

CUANDO LA IDEOLOGÍA EMPAÑA EL PERIODISMO

Tampoco dábamos importancia entonces a las legítimas quejas de opositores nicaragüenses como Alfonso Robelo o Violeta Chamorro, porque estaban estigmatizados como «derechistas» y vivían en «mansiones».

Nunca se me pasó por la cabeza que los progres millonarios de Occidente -las Janes Fondas, las Shirleys MacLaines, los Ramoncines, las Anas Belenes, los Antonios Galas, los Manueles Serrats…- emitían sus gemidos contra la explotación en Centroamérica desde unas casas dos veces mas grandes y lujosas que las de los ‘explotadores‘ Robelo y Chamorro.

A lo largo de una vida profesional hay muchas cosas de las que uno se arrepiente, pero muy pocas que te den realmente vergüenza. Entre estas últimas, la que mayor bochorno me sigue produciendo ocurrió pocas semanas después del triunfo sandinista.

La mayor parte de los guardias somocistas eran campesinos del norte reclutados a la fuerza. Cuando se derrumbó el régimen, bastantes militares huyeron en bandada a Honduras o se escondieron entre sus parientes de Somoto, Ocotal, Chinandega, Estelí y Matagalpa.

Contras contra sandinistas.

Incluso antes de que la CIA enviara asesores argentinos y cargamentos de armas y organizara a los ‘contras‘ como una verdadera fuerza militar, algunos montaron cuadrillas.

Eran más bandidos que insurgentes políticos, pero profesaban un odio áspero a todo lo que oliera a sandino-comunista.

A mediados del verano de 1979, una de estas bandas asesinó salvajemente a un maestro. Pocos días después los sandinistas anunciaron haber capturado al autor del crimen y nos convocaron a una rueda de prensa en Managua.

El siniestro Tomás Borge.

El Ministerio del Interior quedaba en uno de los edificios de lo que los nicaragüenses denominan «los escombros», que no es otra cosa que lo que quedó del centro de la capital tras el terremoto.

Cuando entramos en tropel al auditorio ya era de noche. El ministro Tomas Borge hizo una breve exposición y ordenó que sacaran al detenido al escenario.

Lenín Cerna, el corpulento jefe de la Seguridad-, torturador, espía, jefe de comandos electorales, conspirador y uno de los personajes más oscuros de la reciente historia del país-, y cuatro de sus agentes llevaron casi en volandas a un sujeto de aspecto afligido al que depositaron bajo los focos.

Milicianos de la contra, en las montañas del norte de Nicaragua.

Tenía una marca violácea en torno al cuello, similar a la que presentaban algunos de los presos sandinistas con los que yo había compartido calabozo aquella Semana Santa.

Uno de los tormentos habituales en las mazmorras de Somoza era la «goma», que consistía en anudar un elástico en torno al pescuezo del detenido y tirar por los extremos hasta provocarle la asfixia.

Cuando el desventurado estaba a punto de perecer, se aflojaba la presión, y cuando recuperaba el resuello se reanudaba el suplicio.

El hombre respondió con monosílabos a las preguntas de los periodistas. Primero afirmativamente, aceptándolo todo, pero de repente empezó a titubear y a retractarse, presintiendo que su confesión le conducía a la fosa.

Lenín Serna con torturadores sandinistas.

En ese instante, el gordo Lenín Cerna susurró entre dientes: «¡Cuidadooo…!».

La siseante amenaza tuvo un efecto mágico sobre el detenido. Era evidente que lo habían atormentado y que la voz del verdugo trajo a su mente el recuerdo lacerante de muchas horas de dolor.

Inmediatamente, a merced de los ojos de ofidio de Cerna, recitó tembloroso la versión oficial como si fuera un autómata. Parecía a punto de desplomarse, y Tomás Borge, en un alarde de sarcasmo, ordeno a los soldados que sujetaran con fuerza al «peligroso individuo».

El sandinista Daniel Ortega.

Seguramente era culpable. Probablemente era malvado y extirpó con su propio cuchillo las uñas del maestro antes de degollarlo como a un ternero, pero allí -hecho un guiñapo sobre el escenario y acosado por nuestros micrófonos- era un simple prisionero.

Había muchas preguntas en el aire, pero entre ellas era obligado plantear una: «¿Ha sido usted torturado?».

No me atreví a formularla, porque eso hubiera supuesto disgustar irreparablemente a mis entonces amigos sandinistas.

Opté por seguir la corriente general y es algo de lo que todavía me abochorna casi cuarenta años después.

No tanto como el sueco Peter Torbiornsson debe avergonzarse de haber cooperado con los malnacidos que pusieron la bomba en La Penca, sabiendo de antemano que morirían varios de los periodistas que asistían a la rueda de prensa de Eden Pastora, pero bastante.

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Autor

Alfonso Rojo

Alfonso Rojo, director de Periodista Digital, abogado y periodista, trabajó como corresponsal de guerra durante más de tres décadas.

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