El bisnieto de un magnate reclamaba 'Le Café de Nuit' a Yale

Los bolcheviques se salen con la suya: EEUU legaliza la expropiación de un cuadro de Van Gogh

Fue nacionalizado durante la Revolución de Octubre

Los bolcheviques se salen con la suya: EEUU legaliza la expropiación de un cuadro de Van Gogh
La cantina de la estación de Arles, una madrugada de septiembre de 1888. Hoy es un supermercado. PD

La tristeza de la estación de Arlés vale 150 millones de dólares

Siete meses después de llegar a Arlés, y menos de dos años antes de recibir un balazo en el vientre, el pintor Vincent Van Gogh plasma en un lienzo el ambiente de la cantina de la estación pasada la medianoche. Tras bautizar la obra ‘Le Café de Nuit’ y etiquetarla como «la peor» la vende -seguramente sin remordimientos- para pagar el alquiler.

Más de 120 años después de reflejar su ambiente tóxico y taciturno, en el lugar del café ferroviario hay un supermercado, y las inquietudes técnicas y espirituales del pintor han dado paso a una estrafalaria batalla judicial por hacerse con el fruto de su genio acaba de resolverse en Nueva York.

Según da cuenta Fernando Puente en ‘El Economista’, Pierre Konowaloff reclamaba la propiedad de los sin techo y los borrachos que duermen sobre las mesas, de las paredes pintadas de rojo y, sobre todo, de las lámparas de gas y la desolación de los marginados que alargan el día fumando… o pintando.
Los muebles del bisabuelo

¿Su título?

El heredado del padre de su abuelo, Ivan Morozov. Un industrial millonario ruso, descendiente de industriales millonarios rusos, que destinó parte de su fortuna a acumular una notable colección de arte y que compró para ella la bohemia del café arlesiano dos décadas después de quedar congelada.

Al ciudadano francés que dice ser su bisnieto parece apasionarle en cambio acumular demandas contra las grandes galerías de arte que pretendan colgar los muebles del bisabuelo, como el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, la Royal Academy londinense o la galería de arte de la Universidad de Yale.

Lux et Veritas, dice el lema de esta universidad estadounidense, que se resistía como gato panza arriba desde hace más de un lustro a ceder la propiedad del cuadro, hoy valorado en más de 150 millones de dólares.

A sus salones llegó de la mano de otro millonario aficionado al arte, el ex alumno Stephen Clark, que al parecer lo compró en una galería de Nueva York en 1933 o 1934.

Pero no hay demasiada luz, ni demasiada verdad, en cómo cruzó la pintura el Atlántico desde la Unión Soviética de Stalin, parando primero en las paredes de un marchante en Berlín.

Una herencia no tan alambicada

Si la venta fue o no autorizada en tiempo y forma por las autoridades de la URSS como parte de lo que hoy llamaríamos «desinversión estatal para financiar un plan plurianual de estímulo al crecimiento», o si fue realizada bajo cuerda por comisionarios corruptos, le ha importado poco al sistema judicial estadounidense.

Porque la verdadera cuestión en juego era si un bisnieto francés puede hacer valer sus derechos hereditarios frente a una universidad de ‘EL’ país capitalista, Estados Unidos, que adquirió de buena fe un cuadro nacionalizado por Rusia en 1918, en pleno fervor revolucionario.

Y la respuesta a esta larga pregunta, aunque parezca increíble, era sencilla: no.

La doctrina del acto de estado le ahorra problemas a los tribunales internos de cada país reconociendo validez a los actos oficiales de otros estados con efectos en su propio territorio.

En román paladino, eso quiere decir que los honorables magistrados del Segundo Circuito de Apelaciones de Nueva York no son nadie, y así lo han dejado claro esta semana, para juzgar si los bolcheviques hicieron bien en confiscar la infinita sensación de soledad del café nocturno a los millonarios en fuga (Morozov terminó sus días en el balneario checo de Karlovy Vary). Ni si podían colgarla en el Pushkin o el Hermitage; o venderla para comprar bujías con las que fabricar tractores.

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