"Conocí a Anna en Chinatown (el barrio chino de Londres) durante una cena. Parecía una chica muy normal"

El suicidio que dejó al descubierto un sórdido negocio tras unos salones de masaje

El suicidio que dejó al descubierto un sórdido negocio tras unos salones de masaje
En el salón en el que trabajaba Anna no sólo se daban masajes BBC

«Conocí a Anna en Chinatown (el barrio chino de Londres) durante una cena. Parecía una chica muy normal».

Poco se imaginaba entonces Jenny Lu el funesto destino de aquella joven china que estaba por convertirse en su amiga.

Y menos aún que su suicidio dejaría al descubierto una sórdida cotidianeidad de abusos.

«Vino de una pequeña aldea de China a Londres porque quería vivir mejor. Pero terminó llevando una doble vida», recuerda Lu, quien cuenta los hallazgos a los que le llevó la muerte de la mujer en la recién estrenada película The Receptionist («La recepcionista»).

Anna se quitó la vida en 2009, cerca del aeropuerto londinense de Heathrow.

«Me sentí bien triste. ¿Cómo es que nadie sabía de esto?», le cuenta a Cindy Sui, corresponsal de la BBC en Taipéi, Taiwán.

El sueño británico

Anna llegó a Reino Unido con un matrimonio amañado. «La casaron con un británico, pero él no tenía trabajo», cuenta la documentalista.

«La familia de Anna había pagado mucho dinero para arreglar el casamiento y ella también tuvo que trabajar duro para cubrir la deuda que aún tenían», explica.

Este comienzo no dista mucho del de otras mujeres de China, Taiwán, Malasia, Filipinas o Tailandia, que también llegan a Reino Unido, algunas con pasaporte falso, muchas de ellas divorciadas, deseosas de ofrecer una mejor vida a sus hijos.

La mayoría de ellas, como le pasó también a la protagonista de esta historia, no tardan en darse cuenta que sobrevivir en la capital británica en esas condiciones es mucho más difícil de lo que pensaban.

Ante eso, no son pocas las que empiezan a trabajar en salones de masaje, cuenta Lu.

A uno de esos locales llegó Lu cuando, tras la muerte de su amiga, empezó a investigar sobre la vida que llevaba esta en Londres.

Y allí pudo hablar con las que fueron sus compañeras de trabajo y descubrir que, tras la fachada de un negocio normal, se esconde todo un mundo de abusos físicos y extorsiones.

Un despertar brutal

«Dicen que lo van a dejar a los pocos meses o al año… pero la mayoría se acostumbra al dinero rápido», explica Lu.

«No quieren hacer otros trabajos en los que el sueldo es menor. Piensan que no podrán seguir adelante si no hacen lo que están haciendo», cuenta.

Durante sus investigaciones para el documental, supo que las empleadas de estos locales de masaje suelen tener sexo con algunos clientes, a quienes les cobran unas 120 libras (más de US$150) por relación.

Pero entre el 50 y 60% de ese dinero se lo deben entregar alos dueños delos salones, quienes aseguran que ofrecen «protección» a las mujeres.

Si no pagan, las golpean, les roban y las violan, asegura la cineasta.

La película «The Receptionist», de Jenny Lu, ha ganado varios premios internacionales.

Además, no suelen atreverse a salir de sus lugares de trabajo, por miedo a que las descubran sus vecinos. «Así que trabajan día y noche, siempre con las cortinas bajas».

Pero a pesar de ello, asegura que les cuesta dejar el trabajo por miedo a no encontrar una alternativa.

Así «es como ellas mismas cavaran el agujero en el que se hunden», dice Lu. «Son muchas las que no consiguen salir».

Según Lu, se convierten «en personas sin alma».

«Cuando decidieron irse al extranjeros fueron el orgullo de sus familiares, pero ahora temen contarles la verdad».

Así que tratan de olvidar quiénes fueron, dejar atrás una vida que alguna vez fue normal.

«Prefieren no pensar demasiado», se lamenta Lu.

Anna tenía 35 años cuando se quitó la vida.

Apenas llevaba dos años en Londres, uno de ellos trabajando en la industria del sexo.

«Algunas de sus amigas piensan que (se suicidó porque) se sintió presionada por su familia, que le exigía que le mandara dinero», explica la documentalista.

Por si esto fuera poco, le había prestado dinero a alguien para abrir un restaurante.

«Cuando ella le pidió a esta persona que le devolviera lo prestado, ésta la amenazó con que le diría a su familia qué hacía para vivir», recuerda.

«Entró en pánico».

Lu igual dice: «Hay quienes también creen que nunca terminó de aceptar que trabajaba en lo que trabajaba y que cada día era una batalla nueva».

 

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