Gordillo tuerce el gesto cada vez que ve una bandera roja del PCE
Buscaba publicidad, pero nunca soñó con tanta. Y gratis. Se ve que las cuotas de los afiliados al Sindicato Andaluz de Trabajadores no alcanzan para contratar una agencia de comunicación.
Otra cosa es el dinero de las subvenciones, como se explica en el largo reportaje de ‘La Gaceta’.
En cualquier caso, de haberse puesto en manos de un gurú del márketing no habría sido noticia.
O no de la manera en que lo fue este verano. Hablamos, por supuesto, de Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda, diputado autonómico y líder sindical, al que he acompañado durante varios días en su marcha por Andalucía.
El caso recuerda -las comparaciones son odiosas- al de aquella campaña electoral en la que Ruiz-Mateos apenas invirtió en cartelería y sellos; al empresario jerezano le bastó un capón a Miguel Boyer a la salida de un juzgado -«¡Que te pego, leche!»- para sacar dos eurodiputados.
De manera parecida, los asaltos a un Mercadona y un Carrefour en Écija y Arcos le han servido a Gordillo para abrir los telediarios y ser primera página en los periódicos. Y durante un montón de días.
Si todos tenemos derecho a cinco minutos de fama televisiva, Gordillo va a tener que hacer peonadas extras para devolver el excedente.
El horóscopo no se sabe, lo seguro es que le fue favorable es el calendario. Porque este agosto los teletipos han llegado con cuentagotas a las redacciones.
Y más en Andalucía, donde los imputados en el caso de los ERE casi no han dado titulares, acogidos como estaban a su derecho a no declarar.
El recurso a las serpientes de verano, a las noticias de puro relleno, quizás explique el efecto Gordillo. Y no solo en España. The Guardian le trazó una paralela con Gandhi. Financial Times se atrevió a más y le comparó con Robin Hood.
El New York Times solo le sacó parecido con Don Quijote, mejor no arriesgar, que la última vez que uno de sus reporteros rebautizó a un forajido con el nombre del de Sherwood fue Herbert Mathews con el joven Fidel (el resto es historia).
A Gordillo le divierten estas caracterizaciones de la canallesca, no será él quien exija una rectificación.
Aunque con quien de verdad le gustaría que le midieran es con Fermín Salvoechea, aquel santón anarquista que se bañanaba desnudo en la playa de La Caleta, recurso del que no ha tenido que echar mano el de Marinaleda para desbancar a las dos reinas del share: Belén Esteban y la prima de riesgo.
Cuando le preguntamos si lo de los supermercados no fue un atraco, el regidor afirma que «fue un acto de desobediencia civil, de no violencia activa, que es lo que llevamos practicando 30 años. Fue un hecho simbólico que ha levantado mucha polémica».
Le objetamos que eso es lo que buscaban: publicidad y polémica, y repone:
«Queríamos quitar la atención sobre la prima de riesgo y ponerla en aquellas cuestiones que preocupan de verdad. En Andalucía tenemos más de un millón de parados, familias con todos sus miembros en paro y a las que se les ha acabado el seguro de desempleo, gente que está pasando auténtica necesidad».
Sus detractores clasifican a los representantes legislativos en tres: diputados, eurodiputados y Sánchez Gordillo, el egodiputado.
Según este esquema, el de Marinaleda lió la que lió -no pasar por caja en el Mercadona, ocupar la finca de un duque, recorrer a pie Andalucía…- para satisfacer sus ganas de sí.
Él lo niega y dice que lo hizo para lanzar al mundo, en riguroso directo, el mensaje de que la crisis son más que números y estadísticas.
«La crisis tiene rostro, nombre, apellidos, DNI…».
Le digo: la que tenía rostro era la cajera. Y me responde:
«Vi las imágenes por televisión y el empujón no me pareció bien. Nuestro objetivo no son las cajeras de supermercado, trabajadoras como nosotros, que cobran 800 euros al mes y echan 10 y 12 horas al día. A veces, incluso en acciones pacíficas, las tensiones son inevitables. Lo que no significa que busquemos el enfrentamiento, mucho menos con los trabajadores».
Y cita a Gandhi (la no violencia, la injusticia…), lo cual queda mejor que recurrir a la doctrina de los daños colaterales, tan del gusto de los Bush, los Rumsfeld, los Cheney…
‘El Gandhi rojo’
Cabe decir que Gordillo no parece perdido en las brumas del mesianismo: contesta él las llamadas de los periodistas -no tiene secretaria ni jefe de prensa- y a todos da entrevistas, sin preguntar qué puesto ocupó el medio de que se trate en la última oleada del EGM.
Y más: no habla de sí mismo en tercera persona, ni tiene la mirada fija en ese punto del infinito en que las paralelas se cruzan, ni ha perdido del todo el sentido del humor. De momento.
Porque el peor enemigo del alcalde de Marinaleda no es la duquesa de Alba, ni el ministro de Interior, ni la prensa de derechas.
El peor enemigo del alcalde de Marinaleda puede ser… el alcalde de Marinaleda.
En su buzón de voz no caben más mensajes y los chavalitos le piden hacerse fotos que luego subirán a Facebook y a Twitter. Este verano ha sido la estrella invitada en el festival de música reggae Rototom.
A ver cómo se las arregla Mister Trending Topic para no morir de éxito. No parece que el hombre aspire a terminar sus días en un sanatorio disfrazado de Napoleón. Ni siquiera del Che Guevara.
De ahí su guerra de guerrillas contra los elogios. Como cuando aquella jornalera, con tantos callos en las manos como sellos en su cartilla agraria, le gritó:
«¡Alcalde, tienes dos pares de cojones!».
Piropo ante el que Gordillo trató de quitarse importancia, cayendo, eso sí, en el mismo error de cálculo anatómico:
«Todos los hombres tenemos dos pares de cojones».
La escena del párrafo anterior tiene lugar en Almodóvar, pueblito de la provincia de Córdoba. Es de noche y la gente se agolpa a las puertas del instituto, en cuyo patio va a celebrarse un mitin.
Durante toda la tarde un coche blanco, viejo -tanto, que gasta matrícula SE- y adornado con banderas andaluzas ha recorrido las calles en cuesta del pueblo.
En lo alto lleva un equipo de megafonía. Una endurecida voz de mujer convoca a los vecinos a una asamblea. Hablará Sánchez Gordillo.
Gordillo llega al recinto envuelto en una nube de flashes: los de los móviles del público. Allí le espera su cuate Diego Cañamero.
Cañamero fue alcalde de su pueblo -El Coronil- y discípulo amado del cura rojo Diamantino García. Hoy es portavoz del SAT y catedrático en remolachas y garbanzos.
Diríase que el hombre no nació de madre, sino de la tierra misma. Alto, fuerte, de pelo cano y piel curtida, cuando pisa parece que va a partir los adoquines.
A Gordillo y Cañamero la marcha les está saliendo según lo planeado. Por eso están del mejor de los humores. Se permiten incluso algún chiste.
Como en el lugar bien podría instalarse un cine de verano, el turista despistado pensará que se trata de una pareja de cómicos, estilo Dúo Sacapuntas. Hasta que empiezan a hablar. Los tipos van en serio.
Enseguida se ve el reparto de papeles. Gordillo es el ideólogo y Cañamero el organizador.
Si de un congreso de partido se tratara, al de Marinaleda le correspondería la ponencia política y al de El Coronil el informe de gestión. Los dos tienen tal manejo de la escena que saben el momento justo en que toser.
Gordillo expone las razones de la protesta. Lo hace sin mirar un papel. Será que es buen orador. O será que se sabe el discurso de memoria. Son ya muchos años repitiéndolo. Como no se trata de convencer a los convencidos, adereza sus palabras con anécdotas de la marcha.
El duque de Segorbe
La jornada anterior, por ejemplo, le ocuparon unas tierras a Ignacio de Medina y Fernández de Córdoba, duque de Segorbe, casado con María da Gloria de Orleáns y Bragança, hija de María Esperanza de Borbón y Orleáns.
A pesar de su republicanismo (o quizás por causa del mismo), Gordillo no puede ocultar su orgullo y satisfacción. La duquesa de Segorbe es prima hermana del Rey Juan Carlos.
Con acciones así, seguro que a la tercera -república- irá la vencida.
Le toca el turno a Cañamero. Anuncia que El Cabrero y SKA-P, a pesar de lo distinto de sus ritmos, se ofrecen a tocar gratis para recaudar fondos. Aplauso.
Y que Julio Anguita, el Califa Rojo, se inculpará en el caso de los supermercados. Aplauso y ovación. También anuncia sorpresas para el día siguiente.
Saben que la mordiente de una marcha está en la jornada de inicio y, como mucho, en la de llegada. Y, por motivos propagandísticos, interesa seguir en el machito informativo.
La rediviva columna de El Campesino acampa en un polideportivo cedido por el ayuntamiento de Almodóvar. ¿Comunista la plana mayor de Gordillo?
Don Carlos Marx se hubiera tirado de las barbas, en plan «no es esto, no es esto».
Se trata de personajes nada propicios a la sugestión uniformadora, caracteres netamente diferenciados unos de otros, como recién seleccionados en un casting, con mucho de ejército de Pancho Villa.
Quien vea en ellos un producto acabado de la gauche divine, haría bien en no retrasar su visita al oftalmólogo. Los afiliados al SAT pintan menos en una fiesta de la zeja que los Panteras Negras en el apartamento neoyorquino de Leonard Bernstein.
Muchos quizás no sepan firmar un manifiesto, pero sí son capaces de caminar durante horas sobre kilómetros de asfalto derretido por el sol y con un café de puchero por desayuno. Son gentes hechas a las fatigas y a los palos.
Y empieza la marcha. A la cabecera, megáfono en mano, Gordillo y Cañamero. Y el papamóvil, una furgoneta blanca que marca la ruta y desde la que se lanzan las consignas, algunas tan manoseadas en manifestaciones de uno y otro signo -«¡Luego diréis que somos cinco o seis!» «¡Televisión, manipulación!»- que se les ha borrado el copyright.
Si uno se une a la caminata sin suscribir los puntos de la protesta, la manera mejor de pasar desapercibido es seguir el viejo consejo de Cela:
«Pon cara de tonto, no mires a nadie y pégate a una vieja».
Navegar con bandera de pendejo, que dicen los venezolanos. Y para conjurar el síndrome de Estocolmo, no se conoce remedio más efectivo que marchar en paralelo a los bafles del furgón de cola: tres horas de flamenco -¡y del contestatario!- sin interrupción.
De Villarrubia a Córdoba, la marcha va escoltada -o vigilada, según se mire- por varias docenas de antidisturbios, cortesía de don Jorge Fernández Díaz.
La gente de Gordillo le jalea por haber logrado sacar de sus casillas al ministro de Interior, cosa nada difícil, por cierto, pues se trata de un hombre rápido a la cólera. Con Fernández Díaz Gordillo se ha colocado en la línea del desacato:
«¿Pero el ministro está borracho o es que es así de tonto?».
«En los arrestos a los supermercados, supongamos que haya un delito -afirma Gordillo-, que ya le digo que no lo hay. Pero supongámoslo. Eso tendría que decidirlo un juez y no el ministro de Interior, ¿no? Lo contrario sería volver al franquismo, cuando los gobernadores civiles eran juez y parte. De todas formas sería un orgullo ir a la cárcel por defender lo que defiendo».
Una foto de Gordillo esposado, aparte de expresión gráfica del cumplimiento de la ley, engrandecería su leyenda. Y en fabricar un mito está, sin pretenderlo, Jorge Fernández Díaz.
Porque lo que necesita el alcalde de Marinaleda para acumular trienios revolucionarios es un ministro de Interior con hechuras de gobernador civil, y Fernández Díaz lo fue de Asturias y Barcelona.
Es Fernández Díaz, además, un rendido devoto mariano. Sin embargo, entre las advocaciones a las que recurre se desconoce si se cuenta la del Rocío.
De ser así, el ministro se habría dejado ver en la última romería. Y es seguro que a su encuentro, desafiante, hubiera salido Gordillo.
¿Hablaríamos ahora de «tregua de la Virgen», como cuando en junio del 36 azules y rojos aparcaron por unas horas sus diferencias a los pies de María?
Si por el ministro fuera (ya decimos que es hombre hondamente religioso), mandaría empapelar a los que, entre la devoción y lo irreverente, hablan de Nuestra Señora de las Marchas. Se trata del cierre de los comercios -chinos incluidos- al paso de la columna de Gordillo.
«¿Qué pasa, es festivo?».
«Sí, es la Virgen de las Marchas».
Lo cierto es que impone verles entrar, triunfales, en los pueblos y ciudades. La disposición de la marcha –«¡De a dos! ¡En fila de a dos! ¡Que hay que alargar esto, cojones!»- hace que los que la ven pasar den por buenos los cálculos precocinados de los organizadores.
En Córdoba, el recorrido estaba autorizado a finalizar en la subdelegación del Gobierno. Allí esperaban montones de becarias de radios y periódicos locales a las que Gordillo y Cañamero dieron plantón.
Porque a la altura de la plaza del Conde de Vallellano, el papamóvil se desvió de la ruta trazada y tras él toda la marcha. Objetivo: El Corte Inglés.
Habla Gordillo:
«La solución a la crisis -afirma Gordillo- no está en asaltar grandes almacenes, está en sacar una ley que obligue a repartir los productos a punto de caducar antes que tirarlos a la basura. Y otra por la que las familias con todos sus miembros en paro tengan una renta básica de 800 euros. El remedio también está en un plan de empleo para los parados. Que la cosa está muy mal y el polvorín puede estallar en cualquier momento».
Sostiene el Robin Hood rojo que «el detonador de todo son las hipotecas basura, y los desahucios, y los recortes en Sanidad y Educación, y que se asuma como pública una deuda que es privada, y los sueldos e indemnizaciones millonarias de los banqueros, y que los bancos privados compren a los públicos al 1% y vendan al Estado al 6%… ¡Pero esto qué es!».
Y, sin embargo, El Corte Inglés no pudo ser. Un cordón de antidisturbios -los hombres de Jorge- lo impidió. Gordillo y Cañamero ordenaron media vuelta y marcharon hacia la subdelegación, al encuentro de las becarias, en las que, por cierto, han creado falsas ilusiones: ahora las chicas piensan que el periodismo es así de fácil, que todos los entrevistados hablan en titulares, como los dos líderes obreros.
¿Por qué no trataron de romper el cerco policial? ¿Acaso el valor no se les supone? ¡Quiá! Sencillamente no se fiaban. No de los suyos, que por supuesto, sino de tantos que, por aluvión, se habían ido incorporando a la marcha.
Gordillo tuerce el gesto cada vez que ve una bandera roja del PCE, incluso una rojinegra de la CGT; sabe que al no estar sus militantes sometidos a la disciplina del SAT en cualquier momento pueden engrosar las filas de los incontrolados.
La pregunta entonces es si una gran revuelta nacional podría acaudillarla este hombre de natural desconfiado, convencido de que la izquierda el enemigo lo tiene en casa, capaz de todas las audacias solo cuando se sabe entre los suyos y su gente.
Porque se juega mucho en este envite Gordillo. Entre otras cosas, el buen nombre revolucionario.
De todas formas, si España arde este otoño, que se espera caliente, el alcalde de Marinaleda siempre podrá apuntarse el tanto
Entonces el fantasma que recorre Andalucía será el de la subversión. Ya lo advirtió en la sesión de investidura del Parlamento andaluz:
«Me comprometo a luchar por subvertir el sistema capitalista».
Ahora bien, como el español medio siga pasando por caja en el supermercado para abonar sus productos, el fantasma será Gordillo.
En ese caso no le quedará sino ponerse en contacto con el servicio de atención al cliente de su compañía móvil para denunciar una avería: su teléfono ya no suena como antes; ahora solo le llama El Loco de la Colina para ofrecerle la sustitución de algún tontiloco en su programa.
Y no hizo Gordillo una guerra de las Galias por un cameo en la próxima entrega de Torrente.