A los mil problemas del poder, el presidente debe añadir la debilidad del bipartidismo

La encrucijada de Mariano Rajoy: Pedro Sánchez o el peligro del caos

Otro interrogante más, porque ya no vale aquello de "cuando un partido sube, el otro baja"

La confusión, el deterioro institucional, la pérdida de confianza en los encargados de dirigir el país han beneficiado a fenómenos "reactivos" como el de Pablo Iglesias y su Podemos

No hace falta escarbar demasiado en la hemeroteca para encontrarse con partidos, aparentemente cohesionados, que se han deslizado a toda prisa por la pendiente de la bancarrota.

Además, hoy vivimos tiempos donde casi todo se produce a velocidad de vértigo. Más aún si se compara con otros momentos de la historia. Se trata de la «bendita» inmediatez de la era digital.

Pues bien, estamos metidos en una crisis del sistema salido de la Transición, de ese juego bipartidista fraguado por Felipe González y Alfonso Guerra, con la complicidad de Manuel Fraga, sobre el que se ha asentado nuestra Monarquía parlamentaria.

A pesar de sus luces, las sombras ocasionadas en treinta y cinco años de democracia son notables. Y la preocupación es nota común entre españoles de cualquier condición.

La confusión, el deterioro institucional, la pérdida de confianza en los encargados de dirigir el país han beneficiado a fenómenos «reactivos» como el de Pablo Iglesias y su Podemos, dejando el horizonte plagado de enigmas colectivos.

Cogido en ese clima, mezcla de desasosiego, incertidumbre y miedo, el Gobierno de Mariano Rajoy ofrece a menudo una imagen cansina, falta de punch, que administra el día a día pero –como dicen los cursis– sin poner las luces largas para hacer política.

Cierto, a los políticos les resulta complicado ver el suelo desde el cielo. Pero, créanme, señores del PP: a pie de barra, a la hora del telediario empiezan a resultar habituales los aires de queja, cuando no directamente de reprobación, entre los votantes populares.

Ese mismo Gobierno aparece también afectado por serias divisiones internas. A los enfrentamientos entre ministros se superpone otro, de mayor calado: el distanciamiento –ruptura, avisan algunas fuentes populares siempre bien informadas– entre el ministro de Justicia y el propio presidente.

Peor está la cosa en la acera de enfrente. El socialismo ha perdido hasta los restos de su credibilidad. La participación de Pedro Sánchez en Sálvame evidencia la voluntad del nuevo líder de poner toda la carne en el asador de la imagen como colofón a un caminar del PSOE repleto de palos de ciego desde 2008.

Que nadie se engañe: la gente se ríe, disfruta y aplaude con la mascota, pero a quien luego sigue devotamente es al quarterback.

El PSOE ya no cuenta con la capacidad de ilusionar: ya no interesa. Y ahí, por paradójico que pueda parecer, hunde sus raíces el miedo del PP y de sus líderes.

Hoy, Rajoy no desea (ni lo quiere el ramillete de fieles que lo rodean) un hundimiento acelerado de Sánchez. En el meollo popular ya barajan una nueva Legislatura en la que ellos obtengan 150 diputados frente a 80 de los socialistas. Así pintan las cosas.

Un nuevo derrumbe electoral del PSOE y un serio revolcón al PP dejarían un escenario de vértigo, con un Congreso atomizado por una conjunción de comunistas, nacionalistas e independentistas pululando alrededor de una fuerza «atrápalo-todo», situada en la periferia del sistema, como Podemos.

Ese mapa político, parecido al de la España de 1979, dificultaría mucho la necesaria estabilidad del país que el bipartidismo trató de anclar a partir de 1982.

Conscientes de ello, en Génova 13 y en La Moncloa están dispuestos incluso a insuflar respiración asistida a Pedro Sánchez (como González y Guerra hicieron con Fraga en su momento) para mantenerlo a toda costa en la carrera.

 

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Autor

Antonio Martín Beaumont

Antonio Martín Beaumont, politólogo y periodista, es el actual director de ESDiario.com.

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