En la Playa de la Caleta es imposible resistirse a las evocaciones marineras y a su ambiente popular
Pablo Carbonell está inmerso en los detalles del lanzamiento del nuevo disco de su banda Los torreros muertos. Precisamente este año se cumplen los treinta años de la formación y nos esperan un sin fin de conciertos por nuestra piel de toro para luego embarcarse rumbo a México. Este verano no será difícil encontrarlos en diferentes eventos musicales desplegando sus ritmos sincopados y letras delirantes. Carbonell hace un hueco en su agenda para hablarnos de Cádiz
«Cádiz es una Península unida por el istmo de Puerta tierra a la isla de San Fernando, que a través de sus marismas y salinas nos encajan dentro de España. Y aunque Cádiz es España, parece como si viviera una vida aparte. Porque su luz, -la luz del mar que la rodea-, reflejada en el cielo es casi una filosofía de vida. Nací en el Hospital de Mora de Cádiz. Es un hospital que mira hacia la playa más gaditana de todas las playas gaditanas: la Playa de la Caleta. Allí es imposible resistirse a las evocaciones marineras y el ambiente popular de esta calita.
Cádiz visto desde la Torre Tavira. FIRMA: Pau Bou (Con licencia CC BY-NC-SA 2.0).
Detrás de este hospital está el Gran Teatro Falla: la catedral del mundo carnavalero. En él, los artistas gaditanos han mostrado su ingenio, su crítica social y su desprejuiciado salero a todo el que ha querido escucharles. Y allí, en ese teatro, Los toreros muertos hemos grabado nuestro último disco, el pasado 28 de febrero de 2015, y que lleva por título Los toreros muertos en Vivo«.
Tras el parón musical, obligado, Carbonell continúa con sus recomendaciones. «Suban a la Torre Tavira, la atalaya más elevada de Cádiz. Allí, a través de un gran periscopio, podrán observar la especial holografía y la vida de una ciudad tan privilegiada.
Yo recomendaría a la gente que viniera a Cádiz, no sólo a darse un chapuzón urgente en la inabarcable playa de la Victoria, sino que atravesaran las puertas de Tierra y se dirigieran hacia la derecha a recorrer los márgenes amurallados de Cádiz y dejaran el coche en el aparcamiento de la Plaza San Antonio. Desde ahí, desplazarse caminando a la Plaza Mina, visitar la librería Manuel de Falla, dejarse aconsejar por su dueño, Antonio, se tomaran una cervecita disfrutando de la sombra de los frondosos árboles que cubren esta plaza y después se dedicasen a pasear por esas calles llenas de historia. Y que buscasen el Oratorio de San Felipe Neri, donde se firmó la Constitución de 1812 y que dotó al pueblo de libertades nunca antes disfrutadas.
Los atardecres en la alameda Apodaca son de una belleza indescriptible.
FIRMA: Santiago… (Con licencia CC BY-NC-ND 2.0).
Junto a esto, vean un atardecer desde la Alameda Apodaca. Déjense seducir por la vida de los pescadores, que desde la muralla, esperan relajados la presencia de una lubina o una dorada al final de sus sedales. Con un poco de suerte incluso podrán ver el rayo verde. Una circunstancia en la que, según Julio Verne, si una pareja ve ese espectáculo en el que todo el mar se transparenta y adquiere un intenso color verde, su amor pervivirá para siempre.
Salgan de Cádiz, por el lado izquierdo, y verán brillar la cúpula amarilla de la catedral gaditana. Habrán recorrido en pocas horas el corazón de la ciudad más antigua de Occidente y se irán con la sensación relajada y feliz de una urbe libertaria y respetuosa que ha hecho del «Vive y deja vivir» su modo de entender su existencia».