Por tierras de La Rioja

Camino de Santiago: Santo Domingo de la Calzada

Guía y Consejos para el peregrino

Camino de Santiago: Santo Domingo de la Calzada
Perspectiva de la muralla de Santo Domingo de la Calzada desde la catedral. Manuel Ríos

Esta es la entrada número doce de ‘mi’ relato del Camino de Santiago. Y hoy, sin saber el porqué, decido hacer un alto para dejar constancia de mi gratitud; para expresar mi gratitud a Alfonso Rojo por brindarme esta plataforma, a Javier, el webmaster, por el mimo con que cuida las entradas, a los amables lectores que se interesan por la narración, y, de estos, doble gratitud si cabe a los que, además, la comparten en Facebook, en Twitter y en G+1. Gracias a todos de corazón.

Se ha disipado la nube de verano y reemprendo la marcha camino del Camino. Atravieso Cirueña, con el reloj sin cuerda de su capilla, y, a poco, ya despunta la torre de Santo Domingo de la Calzada.

Reviso mis notas y, a través de ellas, diría de esta villa que nació de la mano del santo homónimo y que nació en torno al Camino para prestar auxilio a los peregrinos, como sucedió con otros lugares. A la sombra de los hospitales que se levantaban, aquel pequeño núcleo de población fue creciendo y vio cómo se instalaban en él comerciantes y artesanos, especialmente francos y judíos. Es ciudad por concesión de Fernando III, fue amurallada, sede episcopal, Compostela riojana, capital de La Rioja…, y todo esto a partir de la constancia de Domingo, el santo que, hace un milenio, fue capaz de articular la construcción de un espléndido puente de veinticuatro arcos de medio punto sobre el río Oja y de fundar un formidable hospital para atender a los romeros, tan formidable que, desde hace años, fue reconvertido en lujoso parador de turismo. Santo curioso, no obstante, a caballo entre la realidad y el mito; pastor cuando adolescente, no fue aceptado como monje en Valbanera ni en San Millán de la Cogolla, y, sin embargo, alcanzó el predicamento de que goza desde hace tantos siglos; hoy es patrono de las obras públicas y de los ingenieros de caminos.

Esta ciudad resulta amigable para el viajero y mantiene el diseño medieval en la almendra histórica. Accedo al burgo viejo por la vía que empleaban los peregrinos, entre la catedral y su torre, exenta, separadas ambas construcciones, insisto, por la calle.


Torre exenta de la catedral de Santo Domingo de la Calzada. / Manuel Rios

Esta torre es hermosa, estilizada, muy alta, y debe de ser muy querida por los calceatenses y aun por los riojanos ya que es conocida como «la moza de La Rioja». Paseo el entorno. Me asomo a la vecina ermita de la Virgen de la Plaza, sencilla, hermosa y vacía, víctima de la competencia. Sabrosa la plaza de España. Espléndido el viejo hospital de peregrinos, hoy parador de postín. Realizo el abono correspondiente y ya accedo a la catedral previo depósito de la mochila en la respectiva consigna. Como sucede en tantas otras ocasiones, este monumento fue levantado sobre una primitiva iglesia, construida por el artífice de la ciudad. La persona que controla el acceso, sin ser incorrecta, exhibe gesto nada amigable.


Canecillo en la catedral. / Manuel Rios

A la entrada, adosada a una recia columna, la pila del agua bendita, semicubierta por una concha de vieira. A través de una estrecha escalera de caracol próxima, accedo al sistema defensivo de la catedral, casi como si me encontrase en las troneras de la torre de un castillo: el ingenio al servicio de la seguridad ciudadana. Desde esta altura, la perspectiva de la ciudad resulta inigualable, con parte de su muralla a la vista.

Recorro la forzada trinchera y vuelvo al templo por el lugar opuesto. Lo visito sin prisa, serenamente, fijándome en lo que atrae mi atención. La sencillez del mobiliario de la capilla principal realza la presencia de la piedra. Voy y vengo por la girola y me detengo en el enterramiento del santo; admirable todo él en su conjunto, y destaco el detalle y la finura de sus bajorrelieves.


Detalle del mausoleo del santo. / Manuel Rios

Y frente al santo, e insisto en que dentro de la catedral, el gallinero, con dos pollos vivos – hembra y macho-, cual okupas de este sagrado recinto. No me resisto a recoger el prodigio. Y es que la obra de Domingo no termina con sus fundaciones. Cuatro siglos después de su muerte presta un inestimable servicio a la villa y al Camino al protagonizar un curioso milagro que rápidamente se difunde por toda la ruta.


‘Gallinero’ en la catedral de Santo Domingo de la Calzada. / Manuel Rios

Resulta histórica en la peregrinación la animadversión existente entre peregrinos y posaderos, casi una constante. Pues bien, dícese que peregrinaban a Compostela un matrimonio alemán y su hijo, joven y bien parecido, del que se prendó una mesonera cuando pernoctaban en Santo Domingo de la Calzada. Como el muchacho eludiese las insinuaciones, la moza, desairada, se vengaría escondiendo una copa de plata en su morral para luego acusarlo de la sustracción y denunciarlo. Los alguaciles constatan la realidad de la denuncia, ponen al joven a disposición de las autoridades y es juzgado, condenado y ahorcado. Un mes después, los padres vuelven ya de Compostela y visitan el patíbulo con la intención de rezar por su hijo, pero, he aquí que lo encuentran colgado pero vivo y les ruega que pidan al juez que, siendo inocente, lo deje en libertad. El juez, a punto de dar buena cuenta de un par de pollos, se mofa de los padres y les responde que la historia es tan cierta como que aquellos animales se hallan vivos, y las aves a punto de ser objeto de banquete se yerguen y saltan del plato. Aquellos habrían vivido siete años y, antes de morir, la gallina habría puesto dos huevos de los que nacerían sendos clónicos de sus progenitores, prodigio que se repetiría cada siete años. El portento fue adjudicado a santo Domingo y la sabiduría popular lo sintetizó en este dicho: «Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada». La posadera fue colgada y la catedral recuerda el milagro incorporando un gallinero en su interior. Desde entonces, no faltan peregrinos que, ayudados de sus bordones, ofrezcan comida a la gallina y al gallo del artístico gallinero catedralicio, y se estima que, si estos la aceptan, es señal de que la peregrinación será un éxito.

De igual modo, llegaron a subastarse las plumas de esas aves. Y más curiosidades. Cuando la pareja de animales no recibía sustento, una vecina se vestía de peregrina y pedía limosna en la ciudad para alimentarla. Durante siglos, como castigo, los jueces se tocarían con una cuerda al cuello que después sería sustituida por una cinta roja, y darían de cenar a diario a un peregrino; y hoy, la pareja de gallináceas se sustituye mensualmente, una verdadera curiosidad.

En función del rastreo que realicé por los relatos de peregrinos y viajeros de siglos atrás, concluyo que este es uno de los milagros que no los dejaron indiferentes; transcribo unos ejemplos.

… yo mismo vi el agujero por el que un pollo se marchó volando tras el otro, y también la parrilla en la que fueron asados.

(Hermann Künig, monje, 1495).

A nosotros, peregrinos, se nos quiere hacer creer que llegaron allí [los animales] de manera milagrosa.

(Arnold von Harff, renano, 1496-98).

… la autenticidad del suceso y el origen de las aves se queden con sus autores.

(Jacobo Sobieski, polaco, 1611).

Aún se conservan allí dos gallinas, como recuerdo del milagro, gallinas que son renovadas a medida que engordan, pues las comen los curas, a quienes se las regalan […], y las llaman las gallinas santas.

(Willam Lithgow, escocés, 1620).

Dejo Santo Domingo de la Calzada en obras a la salida. Y mientras lo dejo atrás, no puedo evitar reflexionar en torno a que, en el siglo XII, los comerciantes locales se sentían víctimas de la presión fiscal a que los sometía el cabildo catedralicio (comunidad eclesiástica de la catedral) y se sublevaron, pero la iniciativa acabó en fracaso: una vez más, la insumisión, sofocada. Poco después, observo el desvío a Grañón, la última villa riojana, y me dispongo a circular por tierras de Burgos.

Notas

(1) Espacio que rodea el altar mayor de algunos templos, por donde pueden transitar los fieles, y que permite el acceso a otras capillas situadas en el ábside.

Imágenes editadas por Asier Ríos.
© de texto e imágenes Manuel Ríos.
depuentelareinaacompostela [arroba] gmail.com

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