Por tierras de Burgos

Camino de Santiago: Castrojeriz

Camino de Santiago: Castrojeriz
Crucero en forma de tau, en Castrojeriz. Manuel Ríos

Lo primero que atrae mi atención en sus inmediaciones son las ruinas de su castillo, en lo alto, donde fue ajusticiada la intrigante Leonor de Castilla. Dejo la carretera y me desvío a mano derecha por la vía que siguen los peregrinos y que recorre la villa, una larga vía de unos dos kilómetros («Tras una media milla llegas a una fortaleza que se llama Fritz [Castrojeriz]. En alemán se le dice la ciudad larga» -Künig-), y estaciono en la cabecera de la colegiata.

De la importancia histórica de Castrojeriz dan cuenta varias realidades: el castillo, ya mencionado, sus tres grandes iglesias, los siete hospitales para peregrinos con que contó y su fuero, un fuero que pasa por ser el primero de los concedidos en Castilla y que equipara a un campesino dueño de un caballo con un infanzón, con privilegios, pero no de orden nobiliario.


Cara sur de la colegiata de Santa María del Manzano. / Manuel Rios

La colegiata de Santa María del Manzano se llama así porque, según la tradición, la talla que le da nombre apareció en un frutal de esa especie; es inmensa y muy alta, presenta dos hermosas portadas, abocinada la lateral, y me da la sensación de que se encontrase cerrada al culto. Paso al hostal El Manzano, enfrente. Me atiende Ángel, el titular, un hombre joven pero maduro intelectualmente; tomo un pincho de sabrosa tortilla española y un café con leche, también de calidad, aderezados con sana e instructiva conversación. Reflexionamos en torno al sentido del término colegiata: ¿debe asociarse con la existencia de un colegio anejo, como sucedió aquí, o con el concepto de seudocatedral? Por otro lado, me dice que Santa María se abre al culto los domingos y en ocasiones especiales. Paso al baño y, en él, una cerámica con la leyenda «Mea contento, pero mea dentro».


Puerta oeste de la colegiata de Santa María del Manzano. / Manuel Rios

Camino por la vía peregrina; me cruzo con la joven de color a que aludí en la entrada anterior, que sube desde la carretera de circunvalación, y ya diviso la tau, un crucero con forma tal y no de cruz latina, lo común. Es el primero que veo de este estilo, y desconozco cuál sea su sentido. Incorpora labrado el lema «Paz y bien». En las inmediaciones, tres caballeros y dos señoras, sentados unos y de pie otros, hablan animadamente de sus cosas; una de las señoras se lamenta. El más joven me alude a la tau y me vende la villa, su vinculación con el Camino y su historia. Como llevamos la misma dirección, caminamos juntos un buen trecho.

-La iglesia de Santo Domingo está en proceso de restauración y se dedicará a museo, al que llegarán piezas de otros templos -me dice, y le pregunto:

-¿Y la de San Juan?

-Esa es propiamente la iglesia en que se celebra el culto; no deje de verla.

-¿Y cómo es que no se muestra la de nuestra Señora del Manzano a quien quiera verla?

-Buena pregunta, y nada fácil de contestar, o sí. Verá. A los cinco minutos de empezar una misa o el acto que sea, cierran la puerta, para que las visitas no importunen, y solo se abre para ser enseñada cuando llega un autobús con cuarenta o cincuenta turistas, porque eso supone una entrada de otros tantos euros en unos minutos, y ¡ojo!, hay quien dice haber visto en el periódico que Castilla y León concedió dinero para que la iglesia se abriese unas horas cada día; pero, de lo dicho, nada, y teniendo en cuenta que es monumento nacional o algo parecido… En conclusión, que, ¡una pena!

Y tanto que sí. Bajo hacia la carretera y recorro un trecho de la villa por esta acera, pero en sentido contrario. Poco después, la gasolinera a mano derecha y, algo más adelante, un cartel anuncia el desvío al monasterio de las clarisas. Unos metros después, sale de su casa una vecina a depositar la basura en el correspondiente contenedor.

-Así que, por allí -y señalo-, al convento de las clarisas.

-¿Es que no ve el cartel? Por cierto, ¿nos conocemos?

Debió de mudárseme el gesto y suavizó su actitud, pero arrimando el ascua a su sardina:

-Vaya, vaya, y cómpreles unas pastas, que las hacen muy ricas.

El monasterio se halla en un lugar tranquilo, en pleno campo. Cuando accedo a su patio, palpo la serenidad y la paz; chispea, corre una suave brisa y pían armoniosos los pájaros: para quedarse una temporada entre estas paredes centenarias. Observo el torno. ¿Cuánto habrá girado? ¿A cuántas ilusiones, satisfacciones y penas habrá dado vueltas? Las clarisas de Castrojeriz, además de elaborar pastas con una presentación que invita a degustarlas, deben de ser cocineras de nota. En el volumen Cocina monacal, recetario proveniente de 71 monasterios de la orden, incorporan ocho recetas a cada cual más apetitosa, desde albóndigas de bacalao o tarta de manzana hasta flan de miga de pan o el plato de las ocasiones especiales, merluza de Navidad.

A pocos cientos de metros de Castrojeriz, un desvío a Castrillo de Matajudíos, y, en pleno cruce, un posible rollo. Un poco más adelante, Ítero del Castillo, la última villa de la provincia de Burgos. Algo después, atravieso un puente estrecho y muy largo, uno de los más largos del Camino, sobre el Pisuerga, que gobierna el tráfico mediante sendos semáforos. Al otro lado, la provincia de Palencia.

Imágenes editadas por Asier Ríos.
© de texto e imágenes Manuel Ríos.
depuentelareinaacompostela [arroba] gmail.com

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