Por tierras de A Coruña

Santiago de Compostela (parte IX)

Santiago de Compostela (parte IX)
Compostela histórica. Manuel Ríos

Vuelvo a mi realidad y curioseo la plaza del Obradoiro, bulliciosa a pesar del día lluvioso: algún vehículo en el entorno del viejo Hospital Real, un numeroso grupo de bicicletas peregrinas tumbadas en el suelo, otros grupos de ellas apoyadas en el palacio de Raxoi; personas, especialmente peregrinos, que van y vienen; dos mujeres, seguramente que madre e hija, toman unas pastas; un romero que reconforta el cuerpo lanza migas al suelo y lo rodean las palomas; un mimo; un seudoperegrino de luengas barbas que espera el estipendio por permitir inmortalizar su estampa al lado del turista de turno…


Coqueta plaza de Fonseca. / Manuel Rios

En mi próxima visita a Compostela espero visitar el claustro catedralicio y deleitarme disfrutando de sus relojes de sol. Además, subiré a la cubierta del templo, de «mármol blanco, como si fuera una escalinata, por la cual se sube por todo el techo de dicha iglesia», como la describe Laffi; admiraré la ciudad desde el cielo y conoceré la historia de aquel campanero de hace unas décadas que vivía con su familia en una vivienda al lado del campanario y que instaló un gallinero del que su gallo resultaba familiar en el entorno por su canto salutífero al nuevo sol de cada día. Por otro lado, igualmente que para entonces, revisitaré:

  • el Colegio de Fonseca, frente a la plaza de igual nombre, donde se detuvieron a beber los bueyes que trasladaban los restos del Apóstol; se dice que la fuente que hoy puede admirarse posee la virtud de redimir de la ceguera,
  • el convento de San Francisco, fundado por el santo homónimo con la ayuda del carbonero Cotolay. ¿Un humilde carbonero levantando San Francisco? No falta quien vea en Cotolay a un iniciado poseedor de dones de más calado que los de un artesano del carbón. La realidad histórica es que san Francisco o tal vez Cotolay convinieron con los monjes de San Martín Pinario, los titulares del solar, el pago de un cesto anual de peces, tributo que se vino haciendo efectivo hasta hace pocos años.
  • Santo Domingo de Bonaval, con su portentosa triple escalera de caracol en piedra y sin apoyos, obra de mi admirado Domingo de Andrade,
  • y daré un paseo por La Herradura.

Los beneficios del Camino

Cuando ya me encuentro a punto de cerrar esta aventura, me resulta obligado reflexionar en torno a los más de mil años de existencia del Camino de Santiago. En primer lugar, quiero y debo destacar la serenidad, el bien y la paz que proporcionó a millones de seres humanos. Pero, además, un movimiento ingente de peregrinos como el que generó el Camino dio lugar a una floreciente industria, para utilizar el argot de todos los tiempos. En torno a un puente, a un monasterio, a una iglesia y a un hospital se formaba un burgo, con sus cambeadores, los protobanqueros; se levantaban posadas y mesones destinados a atender a los nobles y a sus séquitos, y surgían los vendedores de todo tipo de artículos, incluidos los souvenirs (Para el Liber peregrinationis, en Compostela podían adquirirse «botas de vino, zapatos, mochilas de piel de ciervo, bolsas, correas, cinturones y hierbas medicinales de todo tipo y demás especias, así como otros muchos productos»). En la Compostela del Medievo, además de los cambeadores, fueron gremios de gran influencia el de los azabacheros, el de los plateros y especialmente el de los concheiros. Y no olvido el beneficio cultural presente a lo largo del Camino: arquitectura, escultura, pintura… y el intercambio de ideas con el resto del mundo y el subsiguiente cambio de mentalidad. Y debe de resultar atinada la reflexión porque, desde 1987, el Camino no deja de recibir reconocimientos y distinciones de ámbito global.

En la despedida

El vagabundo en que Cela se retrata quiso contar las losas de la plaza del Obradoiro, pero, advertido de la complejidad del recuento, prefirió recorrer las rúas compostelanas. Y porque la ciudad es obra del tiempo y es más que la catedral y su entorno, yo también quiero dejarme sorprender una vez más por Compostela, por el sueño en granito que representa, como la vio Valle-Inclán. Recorro la ciudad histórica, pongo el oído al sonido vago y misterioso, eterno e inmutable de sus piedras centenarias, pateo sus calles, sus recodos, sus soportales, sus plazas, empedrados todos y teñidos de gris por la lluvia; me pierdo en ellos, me empapo de su orvallo, de su espíritu; prendo en la memoria el son de la campana de la torre del Reloj, tomo unas tazas en sus viejas tabernas, hoy locales de diseño, atractivos, cosmopolitas, que incitan al consumo; me codeo con sus gentes y guardo la ciudad en el corazón.

Imágenes editadas por Asier Ríos.
© de texto e imágenes Manuel Ríos.
Twitter @boiro10
depuentelareinaacompostela [arroba] gmail.com

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