Opinión / Pasajes

Como soy musulmana, me cuelo

Como soy musulmana, me cuelo
Rezo musulmán en Lleida

Ustedes saben, y si no se los digo ahora, que un servidor suele inventarse cosas. Bueno, vamos a ver, esto tiene sus más y sus menos: parto de un hecho o noticia real, y se las cuento añadiéndole algo de folclore de mi cosecha desde un punto de vista cachondo, porque este mundo es muy triste, y unos científicos acaban de recetarnos el otro día 15 minutos diarios de risa. Preferentemente antes de las comidas…

–¿Y por qué no puede un servidor reírse después de las comidas, vamos a ver, por qué?
–Pues claro que sí que puede: He dicho preferentemente, no obligatoriamente. A no ser, eso sí, que haya comido usted garbanzas compuestas y sin novio. O mazapanes de Toledo en escabeche. Ya que en tales casos está contraindicado. Una contraindicación del carajo. No me pregunte por qué, pero lo está. Y si me lo pregunta, fíjese lo que le digo, pues me veré obligado a decirle que es porque me lo he inventado. Vuelva a por otra.

Y además puede aumentar la dosis de risa todo lo que quiera; la única limitación es estar todo el día riéndose sin motivo, porque pueden tomarlo por bobo. O cosas peores. Lo pueden tomar incluso por presidente de Gobierno en víspera de erecciones, digo elecciones. Y no solo eso, sino que un exceso de risa, puede producirle a usted agujetas en las mandíbulas, tanto en la superior como en la inferior como en la otra, o sea en la Mandíbula Mantecón de Minglanilla, de mucha pompa y circunstancia; también llamadas agujetas de Sir Edward William Elgar, y que son muy dolorosas y musicales.

Y todo este rollo viene porque hoy no me voy a inventar lo que les voy a contar a continuación. Podría habérmelo inventado, sí, pero no tengo tanta imaginación, de verdad que no. Y ya pasamos a la cosa del título. Conectamos:

Imagínense un Servicio de Urgencias en España… Un auténtico caos, ¿verdad…? Pues es lo que tenemos. No se crean que por esos mundos de Dios están mejor. Y en el apogeo del folclore asistencial, con los médicos, enfermeros, auxiliares y demás familiares echando la lengua fuera, aparece en escena una señorita con madre adosada. La señorita luce pañuelo musulmán por la cabeza, alrededores del rostro y demás. El burka lo debía tener en el tinte.

El personal le pregunta lo que les pasa, la señorita del pañuelo les dice que su madre está mala, y como comprueban que no es nada grave, como tal es el caso del 80% de las patologías que llegan
incomprensiblemente a Urgencias, las derivan a la sala de espera de pacientes. Pero oigan, no han pasado ni cinco minutos, cuando la señorita del pañuelo se cabrea y suelta el siguiente parlamento a grito pelado:

–¡Mi madre tiene ganas de hacer pipí! ¡Pipí! ¡Pipí! Y aquí no atiende nadie. Ni hay médicos ni nada. Esto es un desastre. ¡Esto no se puede aguantar! Esto no pasa sino en países tercermundistas, y ustedes venga a echársela de que están en Europa. Y a nosotras no nos atienden porque somos musulmanas. Porque todos ustedes son unos racistas y unos xenófobos. Y pienso denunciar esto que se nos hace aquí a los musulmanes. Y…

Y en esto se le acercó un enfermero que le dijo:

–Señora cálmese, haga el favor. Su madre ya ha sido vista y no tiene nada que requiera atención urgente; merced a lo cual está esperando su turno, como todos esos otros señores y señoras del país, vamos que no son musulmanes, y están bien calladitos y sin montar numeritos como usted. Habrá visto que esto está hoy de bote en bote y…

Mientras el enfermero trataba de razonar con la señorita del pañuelo, una auxiliar se llevó a su madre al baño, para que hiciera pipí. Y entonces, una vez dentro, la señora le dijo al auxiliar:

–Ay, ustedes perdonen el comportamiento de mi hija. De verdad que estoy totalmente avergonzada. Ya veo cómo tienen ustedes esto y que no pueden hacer más de lo que hacen. Y mi hija no es así, se los juro. Pero hace una semana le dieron el título de musulmana, vamos que se hizo musulmana hace apenas una semana, y desde entonces no hay quien la aguante. Y ella no es extranjera, mi niño, que es de aquí mismito, como una servidora y su señor padre. ¡Qué desgracia más grande, Dios mío de mi vida!

Oigan, y no me he inventado esto, se los repito. Es increíble, sí. O no. Pero no me lo he inventado.

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