La realidad es que a Peña, un empresario del ladrillo, nunca le interesó la parcela periodística
Pedrojota Ramírez dejó un pufo en Canarias del que todavía no ha dado explicaciones. El director de El Mundo, tras desembarcar en 2002 para potenciar su rotativo en unión con La Gaceta de Canarias, vio como un empresario de dudosa reputación y con problemas con la justicia, le dejaba con las vergüenzas al aire y salió huyendo dejando tirada a una plantilla de 90 trabajadores.
En julio de 2008 comenzaron los retrasos en las nóminas (cuando no impagadas directamente) y El Mundo, consciente de esta situación, no movió un solo dedo. Una huelga por varios meses de impagos en La Gaceta de Canarias fue el detonante de un cierre precipitado.
Judicialmente, aún hay decenas de casos abiertos. Sin embargo, a efectos de publicación, desde el 10 de noviembre de 2008, nunca más se supo de la alianza entre El Mundo y La Gaceta de Canarias.
Lo que queda ahora son varios juicios por cantidades, que pueden llegar a rozar el millón de euros. Cierto es que el acuerdo entre el diario de Pedrojota y el rotativo canario se basaba en que el primero se ponía como soporte del segundo a la hora de impresión, distribución y hasta reparto en la venta al número, que en un alto porcentaje iba para el pez grande.
Pese a todo, los abogados de los trabajadores optaron por demandar al diario de Unedisa como actor subsidiario, si bien, hasta la fecha, ha ido quedando libre de toda pena económica. Otra cosa, sin embargo, es el desprestigio que cobró en las Islas tras, sin una explicación a los lectores, aparecer desde el 11 de noviembre de 2008 sin la compañía de La Gaceta de Canarias. Al precio de 1 euro, el lector se llevaba dos productos, uno de referencia nacional e internacional y otro con todo el panorama canario contado al detalle.
Ramírez, cuyas ventas en las Islas no eran las deseadas, aprovechó en 2002 la frágil situación por la que atravesaba La Gaceta de Canarias, cuyo dueño era Jesús Martínez Vázquez, para unirse en un acuerdo en principio beneficioso para ambas partes. La cabecera nacional lograba más lectores y la local, amén de no desaparecer, se revitalizaba con el apoyo de El Mundo.
La situación hubiese sido todo lo bonancible que se pudiese imaginar hasta que entra en escena un empresario tan poco recomendable como Fernando Peña Suárez, pero que supo engañar muy bien a los linces de la Avenida de San Luis 25, en la capital de España. El ridículo hecho por los propietarios del producto estrella de Unedisa supone todo un ejemplo de lo que no se debe hacer.
EMPRESARIO DEL PAN POCO FIABLE
Lo cierto es que era de cajón que el señor Peña no era una persona de fiar. Nada más acceder la presidencia de La Gaceta de Canarias, concretamente a la empresa editora, Medios Informativos de Canarias Sociedad Anónima, MICSA, el objetivo era el de hacer un periódico regional que compitiera con las grandes cabeceras de las Islas: El Día, Canarias 7 y La Provincia. La idea tuvo que descartarse casi sobre la marcha porque era aventurarse a pasar por una cuerda y sin red que protegiese de la caída.
Los sueños de gran empresario de la comunicación para alguien venido del mundo de la panadería (Paybo) y de la construcción (Salatín) empezaban a tomar una dimensión fuera de lo normal. Pese a la existencia de informes económicos que desaconsejaban la contratación masiva de personal y más aún de sueldos elevados.
Peña, junto con su gerente y compañera sentimental, Elena Rodríguez Darias, decide fichar a golpe de talonario a varios miembros de El Día, entre ellos su subdirector, Joaquín Catalán Ramos; el responsable de Arte, Sergio Fernández y el redactor jefe, Santiago Díaz Bravo, así como a nueve redactores de reconocido prestigio.
En la delegación de Las Palmas, tocó en todas las puertas y se llevó como subdirector al responsable grancanario de la Agencia Acn Press, Joan Tusell, pero también a trabajadores de COPE, Canarias 7 y otras publicaciones digitales.
Lo paradójico del caso es que el empresario, el dueño de la constructora Salatín y de la panificadora Paybo se comprometía a gastar mensualmente más de 300.000 euros en nóminas, casi el triple de lo que le venía suponiendo a la contabilidad del periódico, y además garantizaba una estabilidad de cinco años del proyecto. Casi acertó en lo del 5, porque apenas fueron tres o cuatro meses más.
La realidad es que a Peña nunca le interesó la parcela periodística. Inmerso en diversos negocios, entre ellos la construcción de un puerto deportivo en Adeje, su estrategia se fundamentó en cautivar a una pluma de prestigio como la de Catalán para que éste, tal y como el mismo reconoció meses después, le preparase reuniones con políticos y empresarios. En definitiva, el director de La Gaceta se convertía, sin quererlo, en un caballo de Troya de un empresario poco confiable.
CAMBIO DE DENOMINACIONES TRUCULENTO
Los cambios en la denominación de la empresa editora de La Gaceta de Canarias fue otro episodio que llevó a un cierre precipitado del proyecto de Pedrojota Ramírez en las Islas. De MICSA creo un entramado empresarial con dos denominaciones. En Tenerife, Periódicos y Ediciones, mientras que en Las Palmas optó por Periódicos y Revistas. De paso, quería asegurarse que no habría comité de empresa que le fiscalizase los proyectos, que es lo que había pasado desde septiembre de 2007 a enero de 2008.
Una vez contratadas cerca de medio centenar de personas para la nueva etapa, hasta llegar a un plantel de 100 trabajadores, Peña comienza a mantener reuniones individuales con los empleados que ya llevaba tiempo en la empresa.
El propósito es abaratar costes en caso de despidos o del tan esperado cierre, que era lo previsible. Como a la fuerza ahorcan, salvo el comité de empresa, todos los componentes de la empresa tuvieron que pasar por el duro trago inicial de renunciar a unos derechos de antigüedad que, sin embargo, se recuperarían meses después en las instancias judiciales.
Uno a uno va poniendo sobre la mesa de los periodistas, diseñadores, fotógrafos y personal de administración una cuantiosa suma de dinero…a cambio de renunciar a la antigüedad. En el caso del comité de empresa, por ejemplo, pretendía eliminarles casi dos décadas de servicios prestados. Estos se negaron y el empresario, poniendo a Catalán de parapeto, de cancerbero, no les dejó entrar a trabajar en el periódico a partir del 1 de marzo de 2008, fecha en la que arrancaba la nueva y corta etapa del periódico canario.
Esa acción, tal y como se demostró a los pocos meses, sólo sirvió para ganar tiempo. Poco más de tres meses le duró el triunfo a Fernando Peña cuando, en un primer fallo judicial, se obligaba a readmitir a los miembros del comité de empresa, además con la obligación, lógica, de que se abonaran los salarios atrasados.
La reacción del dueño del periódico fue reunirse de urgencia con el director y dar un mensaje de tranquilidad a la plantilla de que no pasaba nada y de que además se recurriría el fallo y que se llegaría hasta el Supremo si hiciera falta. Calculaba que iba a marear la perdiz durante tres o cuatro años.
CATALÁN DEJA EL ROTATIVO
La frialdad, la seguridad o la propia ignorancia de Peña no tienen continuidad en la persona del director. Joaquín Catalán reflexiona sobre su futuro durante las vacaciones y opta por abandonar la dirección de La Gaceta de Canarias a mediados de agosto (diez días después asumiría el mismo puesto en La Opinión de Tenerife).
A esas alturas, la situación interna era cada vez más inaguantable. Retrasos cada vez más evidentes, rumores de que había que echar a ocho trabajadores, después a 16 y encima con propuestas de recortes salariales que llegaban a ser del 25% a los sueldos más altos.
Interinamente, se hizo cargo de la dirección Santiago Díaz Bravo, pero quienes mangoneaban a sus anchas eran la pareja Peña y Rodríguez, que actuaron como auténticos sectarios a la hora de abonar las nóminas. Hasta tal punto fue el descontrol que había empleados casi al día con otros a los que se les adeudaba parte del mes de junio.
Demencial y eso, cómo no podía ser de otra manera, derivó en movilizaciones y jornadas de paro que, lejos de hacer reaccionar a la empresa, consiguieron que el propio empresario estuviera contento con la convocatoria de una huelga indefinida.
Días antes de que el paro completo fuese una realidad, y a pesar de las promesas de pago hechas por el empresario a una representación de los trabajadores, Peña solicitó un concurso de acreedores.
Esta medida, como casi todas, fue hecha a espaldas de los responsables de la edición del periódico. El concurso no fue sino otra pantomima más. Los administradores judiciales que comenzaron el proyecto, Munguía y Yanes, fueron relevados de su puesto no sólo por su inacción, sino porque del poco dinero que había en la empresa, se pagó sólo a una parte de la plantilla.