Impedir que se nos trate como imbéciles en la era de la información

Misterios oficiales o la estupidez de engañar al personal

Misterios oficiales o la estupidez de engañar al personal
Una pistola Beretta. PD

Hay noticias cuyo desenlace nunca sabremos, pero sobre las que tenemos una opinión distinta a la oficial. En este artículo reivindico una transparencia de las grandes noticias, que impida que se nos trate como imbéciles en la era de la información. Una licencia que me he tomado en estos días de vacaciones… en medio del tránsito electoral en el que nos pretenden seducir.

A lo largo de nuestra existencia somos partícipes de circunstancias de las que probablemente nunca sabremos su desenlace y sobre las que sentimos curiosidad hasta que las borramos de nuestra mente. Si nos remontamos a los últimos 60 años, hemos sido espectadores de tres pasajes sobre los que, aún ya pasados muchos años, particularmente sigo teniendo cierta curiosidad por saber qué sucedió.

El primero de estos misterios es quién mató a John F. Kennedy, el que fuera el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos y al que dispararon despiadadamente mientras visitaba la ciudad de Dallas en 1963 en un vistoso descapotable.

Y digo misterio porque una cosa es quién accionó el gatillo, lo cual atribuyeron a Lee Harvey Oswald, y otra muy diferente, que es a la que me refiero, es quién ordenó asesinar a un político muy sensibilizado con la gente más desfavorecida y gran defensor de la igualdad entre blancos y negros en Norteamérica, que quería enfocar las relaciones Rusia de manera distinta…

El segundo misterio sobre el que todavía sigo intrigado es quién mató a Juan Pablo I, el que fuera el papa número 263, y que murió en extrañas circunstancias en 1978, tan sólo treinta y tres días de haber sido nombrado pontífice, y al que se le atribuye una vocación reformista de la iglesia que nunca pudo desarrollar.

La explicación oficial fue que murió de infarto de miocardio, pero todos los indicios sobre su autopsia, el estado en el que se encontró el cadáver y el secretismo que envolvió la causa hacen pensar que quizás se convirtió en un actor molesto al que había que eliminar del tablero y sobre el se nos explicó muy poca cosa.

Por último, la muerte en París de Lady Diana Frances Spencer en un accidente automovilista en agosto de 1997. Y es que la desaparición del que fuera primera esposa del príncipe Carlos de Gales, eterno heredero al trono de la Corona británica, nunca fue clara porque su relación con el egipcio, Dodi Al-Fayed, suponía una amenaza para la denostada estética de la soberanía inglesa.

Las tres muertes se produjeron en extrañas circunstancias y provenían de tres entornos que se deben en esencia a las personas: político, eclesial y monárquico.

Pero hoy en día seguimos presenciando noticias de esos entornos igual de oscuras. Los procesos abiertos contra Iñaki Urdangarín, Gürtel, los eres de Andalucía, la familia Pujol… que además de hacerse eternos, posiblemente tengan desenlaces o carpetazos como los citados, nos hacen pensar que no han cambiado las cosas en este sentido.

Disculparme no obstante la intromisión, pero hoy, como estoy medio de vacaciones, me apetecía salirme de mi registro habitual sobre el entorno empresarial y la gestión del talento, para exponer a mis lectores que una cosa es que nos quieran tratar de imbéciles y otra muy distinta que nos tengamos que tragar versiones de chichinabo, que no se las creen ni los propios maquinadores, ¿no creéis? Feliz descanso.

Carlos Alonso
Escritor y conferenciante

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Autor

Carlos Alonso

Experto Actitud, Comunicación, Liderazgo, Marca personal, Motivación, Optimismo y el arte de Reinventarse.

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