A la salida de las iglesias se colocan huchas pidiendo donativos "para los procesados por el españolismo"
Cuando tuvo lugar el criminal atentado terrorista en la Rambla de Barcelona, organizado por el imán de la mezquita de Ripoll, aconteció el acto ceremonial de duelo nacional, presidido por los Reyes de España, celebrado en la catedral de la Sagrada Familia de Barcelona.
Entonces el Cardenal y Arzobispo de la Ciudad Condal, Juan José Omella, aragonés natural de Teruel, mal visto por los obispos nacionalistas catalanes, en su homilía, pronunciada en castellano, dijo ante las autoridades del Gobierno y de las autonomías, con presencia preferente de Carles Puigdemont, mirando a éste:
«Este es un hermoso mosaico: todos unidos con el objetivo común de la paz, el respeto, la fraternidad y el amor solidario. La unión nos hace fuertes, la división nos corroe y nos destruye».
Ante esta actitud del celebrante, reclamando la concordia en la unidad (de España, se entiende), el Presidente secesionista tuvo un mal gesto autoritario, increpando al Cardenal Omella y gruñéndole:
«Así no… Eso no es así… ¡Es inaceptable!».
La bronca del Puig Demon fue remarcada por el grupo separatista «Església Plural», que a través de una nota calificó la homilía de «desafortunada intervención», lamentando que el acto «no haya contado con el acierto de las palabras del arzobispo», y rematando:
«El colofón del desacierto ha venido cuando el arzobispo ha utilizado, sin ningún tipo de matiz, la expresión: «la unión nos hace fuertes, mientras que la división nos corroe y nos destruye».
Con el añadido:
«Unas palabras que parecían extraídas de cualquier discurso del presidente Rajoy u otros miembros del Gobierno Español»…
«Lamentamos que el arzobispo todavía ahora no ha podido o no ha querido entender a la sociedad catalana».
Esta es la línea seguida por las entidades, plataformas y congregaciones del nacional-catalanismo, en sintonía con sus Obispos señeros, obsequiosos del proces, particularmente de Jordi Pujol y de Artur Mas, a los que debieron el cargo: Joan Enric Vives, de Urgell, Francesc Pardo de Gerona, Sebastiá Taltavull, auxiliar de Barcelona, Jaime Pujol de Tarragona y Xavier Novell, de Solsona, a los que se añaden los abades Josep María Soler, de Monserrat y Octavi Vilá, de Poblet. El más egregio de estos separatistas, Xavier Novell sostiene que:
«El derecho a decidir de los pueblos está por encima de la unidad de España».
Se trata de obispos y abades tan politizados como lo fueron los del nacional-catolicismo franquista, obsequiosos de un régimen autoritario.
Estos jerarcas de la comunidad católica de Cataluña han estado al frente decenas de manifestaciones y de manifiestos en los últimos años, apoyando y bendiciendo el proceso separatista y haciendo condena de las acciones judiciales, por desobediencia y otros delitos, del gobierno de la Generalitat, investigados por la organización del Referéndum del 1-O.
En el mes de Mayo último, los Obispos catalanes difundieron un comunicado en el que señalaban que «conviene que sean escuchadas las legítimas aspiraciones del pueblo catalán, para que sea estimada y valorada su singularidad nacional».
No se olvide que el partido «Convergencia», de Jordi Pujol se fundó, en 1974, en el Monasterio de Montserrat.
Se han sumado a este contubernio de militancia política distintas congregaciones de religiosos: Escuela Pía de Cataluña, Fundación Claret, Escolapios Catalanes, Lasalle, Maristas, Fundación de Jesuitas Catalanes… y hasta cinco monasterios de monjas benedictinas y cistercienses, que denuncian «el uso de la fuerza» y claman contra «la vulneración de los derechos del gobierno y del pueblo catalán».
Además, se ha producido un clamor de rezos y oraciones, que piden a Dios que triunfe el desafío independentista y que la Divinidad facilite la secesión. En la iglesia de Nuestra Señora de Pompeya, de Barcelona, se ha asistido a una «Plegaria por el Referéndum».
La «estelada» suele estar al pie de los altares o en las puertas de los templos. Se hacen frecuentes lecturas sesgadas del Evangelio. Se pide «por las víctimas de la intolerancia del Estado Español». A la salida de las iglesias se colocan huchas pidiendo donativos «para los procesados por el españolismo».
El cura energúmeno de Calella, con estertores de imán, Cinto Busquets, ideólogo del Manifiesto, firmado junto a 380 teólogos, clama: «El Evangelio, es nuestra legalidad». «El Evangelio defiende este Referéndum».
Pero el mentecato utiliza el mensaje evangélico de forma torticera y fanática, exigiendo derechos negados -dice- «por la represión y la propaganda del Estado».
Y este movimiento de curas separatistas acaba pidiendo que las iglesias se abran para que en ellas se deposite el voto del Referéndum, en caso de que se cierren los colegios electorales.
Los teólogos forofos del independentismo, clamando por la causa nacionalista, cercana a la exclusión, al privilegio, a la diferencia, a la división selectiva…, se aleja cada vez más del catolicismo entendido como ideal humano de «universalismo», o sea, encuentro en la unidad de todos, con iguales derechos y libertades.
La exigencia de derechos particulares siempre acaba en la búsqueda mezquina de un Dios particular, como Jehová o Alá, y al que se llega por la vía del fanatismo religioso.
Esa iglesia mezquina no está lejos de la mezquita. Porque mezquita, del árabe masgid, significa «lugar para arrodillarse». Y la iglesia catalana, siempre obsequiosa y arrodillada ante el poder político local, está dispuesta a medrar junto al poder político, como sea o con quien sea.
NOTA.- José Luis Suárez Rodríguez dirige la Web ‘Circulo de Teología del Sentido Común’. Es autor de Alegato contra el Fanatismo Religioso. Apis. Madrid, 2016.
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