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Origen de la expresión ‘poner los cuernos’ y 6 pistas clave para saber que si te los ponen

Hay cierta confusión acerca del origen de la frase

Pareja, infidelidad, celos
Mujeres, pareja, felicidad e infidelidad. PD

La expresión ‘poner los cuernos’ está muy extendida, pero hay cierta confusión acerca de su origen.

Parece ser que, para encontrar el origen etimológico de la expresión «poner los cuernos», nos tenemos que poner un casco adornado con cuernos y retroceder hasta la época vikinga.

En aquella época, los jefes de los poblados vikingos tenían una serie de beneficios por ostentar el poder. Entre ellos, el de poder mantener relaciones íntimas con cualquiera de las mujeres del poblado, ya fueran solteras, casadas o estuviesen siendo pretendidas por algún otro hombre.

En el código vikingo, cuando el jefe de la aldea colocaba este casco adornado con los cuernos de animales en la puerta de la casa, significaba que se encontraba acompañado de una fémina, por lo que no debía ser molestado bajo ningún concepto.

La expresión se popularizó con el significado actual, porque empezó a emplearse cuando, tristemente, estas mujeres que debían estar disponibles para cualquier capricho del jefe eran mujeres comprometidas o casadas.

Otras líneas de investigación, como la de la filóloga Héloïse Guerrier, nos indican que esta expresión se remonta a la Edad Media y hacía referencia al «derecho de pernada» que ostentaban los señores feudales y que les permitía yacer con cualquier mujer de su feudo, pero también de acostarse con la mujer de un vasallo en la noche de bodas.

Al igual que en el caso anterior, se colocaba una cornamenta de ciervo como señal del acto que se estaba llevando a cabo en la alcoba.

Una opción más legendaria de la expresión proviene de la mitología griega para relatar que Pasifae, esposa del rey Minos, fue infiel a su marido con un toro adorado en Creta. Como resultado de esa relación nació una criatura, mitad hombre mitad animal, con cabeza de toro y cuerpo humano, llamado Minotauro.

Metafóricamente, a partir de entonces, comenzó a considerarse a los cuernos una señal irrefutable de infidelidad conyugal.

Pistas para enterarse

  • Mentir
    La mentira es el complemento intrínseco al acto de ser infiel. Al desarrollar una vida en paralelo, ocultar información y suplantarla por versiones inventadas sobre dónde estamos o qué hacemos se convertirá en un gesto tan cotidiano como lavarse los dientes. Las mentiras también se pueden pillar con un poco de destreza, especialmente a través del lenguaje corporal, que es el que siempre dice la verdad. La sudoración, la gestualidad ralentizada o la mirada esquiva al interactuar ante las preguntas del otro conforman alarmas significativas.
  • Ambiente familiar
    La infidelidad tiene un fuerte componente social y cultural que tiende a aprenderse en la infancia y a replicarse. Aquellas familias con una visión laxa o no reprobatoria con respecto a tener relaciones extramatrimoniales, transmitirá ese valor a sus hijos. No quiere decir que éstos se vean ‘condenados’ a repetir esas conductas, pero no las verán con malos ojos.
  • Nuevas conductas
    La persona infiel desarrollará nuevas conductas para adaptarse a la nueva situación que vive. Da lugar a sospechas que, de pronto y sin motivo aparente, la pareja empiece a salir a dar largos paseos, o que se alargue una salida corta y práctica como, por ejemplo, ir al supermercado. Agasajar con regalos o detalles después de viajes de trabajo son otros comportamientos a tener en cuenta. Precisamente los viajes de trabajo comenzarán a multiplicarse, las reuniones, actividades con amigos que aparecen de pronto… Todo esto repercutirá en la sensación de ausencia de la persona infiel, que ha dejado de compartir tiempo con su pareja para pasarlo con la otra o el otro y un nuevo círculo de amistades que refuerzan el nuevo vínculo.
  • Nueva imagen
    Los infieles refuerzan la atención sobre su físico, ya que la nueva relación suele traer consigo una mejora de la autoestima, un alto nivel de deseo y la satisfacción de sentirse de nuevo deseado. Ropa nueva, cuidados físicos antes olvidados y una mayor atención sobre el propio cuerpo pueden delatarles.
  • Humor variable
    Las infidelidades provocan una subida de la autoestima y muchas alegrías devenidas de la mayor actividad sexual, pero también una importante inestabilidad emocional. Las neurosis por ser descubierto, la lucha interior sobre la naturaleza ética de lo que está sucediendo y la tensión que crea la incertidumbre pueden volver loca a una persona. O, al menos, provocar enormes variaciones en su humor, siempre entre la euforia y el estrés.
  • Tecnología, el mejor cómplice
    El uso de dispositivos tecnológicos se multiplica cuando se está inmerso en una infidelidad. El teléfono móvil con todas sus aplicaciones y el mail se convierten en el mejor amigo del infiel. Por tanto, las personas en esta situación desplegarán una mayor dependencia hacia estos aparatos, ya que se convertirán en el cauce principal de la comunicación clandestina con el otro. A la vez, serán fuente de una tensión amplificada a su alrededor, ya que ofrecen pruebas visibles a la pareja de que está siendo engañada. Facebook, Instagram o WhatsApp podrán ‘cantar’ fácilmente que se está manteniendo otra vida paralela. Si a esta preocupación por el móvil añadimos conductas no habituales, como llamadas o mensajes a horas intempestivas, la suerte estará echada.

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