Un fenómeno que empieza a considerarse enfermedad

La ardiente y estremecedora confesión de una chica adicta al sexo

"Desarrollé una gran habilidad para conseguir un orgasmo incluso con gente a mi alrededor"

La ardiente y estremecedora confesión de una chica adicta al sexo

Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol (sexo, en este caso) y que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables

Vanessa -nombre ficticio de una chica colombiana a la entrevista para El Tiempo el periodista Andrés Rosales García- se dio cuenta de que era adicta al sexo apenas un año después de su fiesta de quince.

Lo dice con la voz firme y cálida de una jovencita que recién cumplió 21 años.

La suya es una historia similar a la de quien -de la mano del alcohol o de la droga- ya visitó el infierno. Una adicción que la aisló. La obligó a irse de su casa y la mantuvo en un régimen de placer solitario que una vez la hizo masturbarse «cien veces el mismo día».

Ella habla de ese episodio con tristeza. Se acuerda de que el sosiego no llegaba del todo y de que el sentimiento de culpa jamás se iba.

«Tenía 16 años. Esa vez conté todos los orgasmos. Entendí que necesitaba ayuda».

Ese comportamiento sexual impulsivo, o hipersexualidad, ha sido históricamente una de las adicciones menos conocidas que, sin embargo, puede estar poniéndose en la mira de las entidades psiquiátricas del mundo.

En parte, dice la Sociedad para la Promoción de la Salud Sexual en Estados Unidos (SASH, por sus iniciales en inglés), porque las nuevas tecnologías suponen un acercamiento con lo que precisamente debe estar lejos de un adicto al sexo: la fantasía, la objetizacion, la anonimidad y las imágenes sexuales.

Esa misma entidad dio a conocer hace una semana que más de 9 millones de personas padecen la adicción en ese país. La noticia se da cuando el mundo todavía no olvida escándalos como el de Michael Douglas, Bill Clinton o Tiger Woods.

De este último, no obstante, se ha dicho que más que una adicción se trató de una forma de disfrazar la infidelidad y salvaguardar sus millones.

Y es ese, precisamente, el asunto en donde radica el debate. La hipersexualidad, de la que se habla como ‘satiriasis’ en los hombres y ‘ninfomanía’ en las mujeres, no es considerada una enfermedad por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

«Tampoco por ninguno de los manuales de psiquiatría del mundo», asegura Rodrigo Córdoba, presidente de la Asociación Colombiana de Sociedades Científicas.

Es más bien -dice el experto- un síntoma como la fiebre, que es seña de algo más. Como sea, Vanessa no podía parar.

«Sentía la necesidad de estar mucho con mi pareja. Tenía mucha excitación. Pero cuando estaba con él, no me saciaba totalmente (…). Era un infierno. Entonces empecé a estar con uno y con otro».

Eran los días en que, junto al labial y al espejo, cargaba en su bolso consoladores y otros juguetes sexuales.

«Si no podía saciar esa necesidad inmediatamente, quería estallar y salir corriendo. Me volvía muy agresiva. Ahí fue cuando dejé a mi mamá (no conoció a su padre) y me fui a vivir sola».

Con el paso de los meses, e incluso de los años, Vanessa dejó de creer en el amor. Dice, triste, que al final no le interesaba.

«Empecé a aislarme. La gente, que me veía con uno y con otro, decía que me había vuelto prostituta. Y, la verdad, es que lo hacía no solamente por lo sexual, sino por lo sentimental. Pero me tocaba dejarlos superrápido porque ninguno me satisfacía lo suficiente».

Cuando estaba por cumplir 18 años decidió ir al psicólogo, que descartó un problema neurológico y empezó a tratar con medicamentos lo que consideró un problema hormonal. Luego, le recetó un tratamiento con fármacos para controlar la ansiedad. El problema no solo persistió, sino que empeoró.

«Desarrollé una gran habilidad para conseguir un orgasmo incluso con gente a mi alrededor. En los buses, por ejemplo, podía moverme hasta tener un orgasmo solo con algún roce y sin que nadie se diera cuenta».

Pero, ¿cómo diferenciar un apetito sexual sano de una adicción? La SASH ha diseñado una descripción de lo que puede considerarse enfermedad.

‘Nunca vi pornografía’

A diferencia de un puñado de casos conocidos por este diario (todos de hombres), Vanessa nunca fue una consumidora compulsiva de pornografía, como sí es común en otros relatos:

«La pornografía, al final, ya no era suficiente. Tenía que salir en el carro a buscar prostitutas y travestis. No podía dormir y todo estaba fuera de control», narró Édgar Rincón, otrora director comercial de una programadora de televisión y quien hoy, al frente de la fundación Lugar de Encuentro, trabaja ese tipo de adicción en Barranquilla.

Pero si adictos coinciden en que el material pornográfico, la mayoría consumido por Internet, sí es una puerta de entrada, los expertos aseguran que la web no crea adictos, por lo menos no al sexo.

«El uso frecuente y compulsivo de consumo de pornografía puede -más bien- demostrar un factor de riesgo, un indicador de un posible desarrollo de la adicción. Pero ver porno no es en sí mismo un motivo para desarrollar ese comportamiento compulsivo», dice Constanza Londoño, psicóloga experta en adicciones del Colegio Colombiano de Psicólogos.

Igual, el riesgo es grande e incluso se ha empezado a hablar de una epidemia. De acuerdo con la revista Newsweek, que publicó un largo reportaje al respecto, 40 millones de personas entran cada día a páginas web pornográficas.

La publicación estima también que el 6 por ciento de la población del mundo es adicta al sexo y que el 2 por ciento de todos esos casos son femeninos.

Vanessa asegura que está mejor. En una escala de porcentaje, dice que su problema está resuelto al 50. Dice que es capaz de mantenerse sobria sexualmente al menos día de por medio.

«Lo primero fue entender que tenía un problema y empezar a buscar soluciones».

Así, y después del psicólogo, la joven asistió a reuniones de sexólicos anónimos, que, como los alcohólicos, intentan superar la adicción a partir de 12 pasos (ver recuadro) y de particularizar de frente al grupo cada problemática.

«No me funcionó mucho porque el hablar de sexo es también un disparador. Lo que sí me está funcionando es el yoga. He aprendido a relajarme y a controlarme».

Y es que las soluciones pueden ser muchas y venir de diferentes partes, dice Ramiro Luján, fundador de la asociación Vértigo, en España, y de la Fundación Adicciones, en Medellín.

«La adicción al sexo se da por enormes vacíos afectivos, existenciales. Tratas de llenarte de complacencia sexual. Para salir, lo primero es autovalorarse, mejorando tu autoconcepto. No es solo valorarse sino quererse. En la medida en que te quieres, te respetas».

«El adicto al sexo tiene que entender que lo que está haciendo es buscando la olla de oro al final del arco iris. Nunca va a tener suficiente placer, por más que lo busque. Lo que conseguirá, sin duda, es autodestruirse».

¿Cómo reconocer al adicto?

Según ‘Society for the Advancement of Sexual Health’, los comportamientos repetitivos que pueden reflejar una adicción sexual, incluyen:

  1. Social: tiene una fijación que puede resultar en un distanciamiento emocional de familiares y amigos.
  2. Emocional: es ansioso o siente una tensión permanente por el miedo a ser descubierto. Hay aburrimiento, fatiga y desesperación. También tiene pensamientos de autodestrucción, como el suicidio.
  3. Física: le resta importancia a la posibilidad de adquirir enfermedades de transmisión sexual, como sida o herpes.
  4. Legal: muchos tipos de adicciones sexuales resultan en violaciones, acoso sexual, incesto o exhibicionismo.
  5. Financiero/trabajo: hay algún tipo de endeudamiento extra por costos de prostitutas, web porno, sexo telefónico o aventuras amorosas. Hay disminución de la productividad o incluso pérdida del trabajo.
  6. Sentimental: hay soledad, resentimiento, autocompasión y culpa.

Las consecuencias pueden convertirse en los instrumentos para el cambio si son realmente reconocidas y aceptadas, en vez de ser negadas.

Los 12 pasos de sexólicos anónimos

Son los mismos que usan los alcohólicos anónimos (AA). El primero es: ‘Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol (sexo, en este caso) y que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables’.

Según esa organización mundial, los pasos se sugieren como programa de recuperación, pero el paciente no tiene la obligación de aceptarlos ni de leerlos.

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