La noticia lleva más de un lustro circulando por Internet y pocos se resisten a la evidencia

La verdadera historia de las monjas del Cuerpo de Pajilleras del Hospicio de San Juan de Dios

"Eran mujeres que, sin importar su aspecto físico o edad, prestaban consuelo con maniobras de masturbación a los numerosos soldados heridos"

Monjas contemporáneas
Monjas contemporáneas Captura

¿Y qué me dices de las 'Hijas de Nuestra Señora del Vergo Encarnado'?

Se dice, se comenta, y se da por cierto, que en diciembre de año 1840 se autorizó con todas las bendiciones papales el Cuerpo de Pajilleras del Hospicio de San Juan de Dios, de Málaga.

Eran éstas caritativas monjas, «sin importar su aspecto físico o edad», las que prestaban presuntamente consuelo sexual con maniobras de masturbación a los numerosos soldados heridos en las batallas de la guerra carlista española.

LA VERDAD

La verdad de esta historia, que circula por Internet desde hace más de un lustro, y cuya autoría es difícil de rastrear dado los numerosos blogs y noticias al respecto, es que no es tal.

Basta hacer un balance histórico de las fechas en que se afirma que sucedieron los hechos para darse cuenta de que todo es un bulo, un cuento chino aunque su origen se sitúe en España.

A continuacion del texto que corre como la pólvora:

«La autora de tan peculiar idea, había sido la Hermana Sor Ethel Sifuentes, una religiosa de cuarenta y cinco años que cumplía funciones de enfermera en el ya mencionado Hospicio.

Sor Ethel había notado el mal talante, la ansiedad y la atmósfera saturada de testosterona en el pabellón de heridos del hospital. Decidió entonces poner manos a la obra y comenzó junto a algunas hermanas a «pajillear» a los robustos y viriles soldados sin hacer distingos de grado. Desde entonces, tanto a soldados como a oficiales, les tocaba su «pajilla» diaria. Los resultados fueron inmediatos.

El clima emocional cambió radicalmente en el pabellón y los temperamentales hombres de armas volvieron a departir cortésmente entre sí, aún cuando en muchos casos, hubiesen militado en bandos opuestos.

Al núcleo fundacional de hermanitas pajilleras, se sumaron voluntarias seculares, atraídas por el deseo de prestar tan abnegado servicio. A estas voluntarias, se les impuso (a fin de resguardar el pudor y las buenas costumbres) el uso estricto de un uniforme: una holgada hopalanda que ocultaba las formas femeniles y un velo de lino que embozaba el rostro.

El éxito rotundo, se tradujo en la proliferación de diversos cuerpos de pajilleras por todo el territorio nacional, agrupadas bajo distintas asociaciones y modalidades. Surgieron de esta suerte, el Cuerpo de Palilleras de La Reina, Las Pajilleras del Socorro de Huelva, Las Esclavas de la Pajilla del Corazón de María y ya entrado el siglo XX, las Pajilleras de la Pasionaria que tanto auxilio habrían de brindarle a las tropas de la República.

En América latina, rara vez ajena a las modas metropolitanas, las pajilleras tuvieron también sus momentos de gloria.

Durante la guerra civil mexicana, grandísimos auxilios
brindaron a las tropas de todos los bandos, las Hermanas de la Consolación, organización laica (aunque cercana a la Iglesia) que ofrecieron la fatiga de sus muñecas para calmar los viriles ímpetus.

Estas hermanitas recibieron pronto distintos y soeces apelativos, fruto del inagotable ingenio popular, tales como las mami-chingonas o las ordeñamecos.

De México la costumbre pasó a las Antillas, en donde tuvieron particular éxito las sobagüevo dominicanas, todas ellas matronas sexagenarias que habían elegido ocupar sus tardes en esta peculiar forma de servicio social.

El último lugar en América donde hicieron fortuna estas abnegadas damas, fue el Brasil.

Allí la columna Prestes fue acompañada en su marcha por una troupe reducida pero eficiente de damitas paulistas -llamadas beixapau- aunque solamente se valían de ágiles movimientos de sus manos, conjuraban la melancolía de los soldados.

La costumbre desapareció tras la segunda guerra y hasta la fecha se desconoce la existencia de otras congregaciones.

Diversas fuentes orales a orillas del Paraná comentan que en el villorrio conocido en el siglo XIX como Pago de los Arroyos hubo un pequeño agrupamiento dedicado durante algunas décadas a esa actividad.

Eran conocidas como las ‘Hijas de Nuestra Señora del Vergo Encarnado’, en referencia y dudoso homenaje póstumo a su anciana fundadora, fallecida con las manos en la masa, junto a un soldado, en su día de descanso».

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