Ahí está: entregada en lencería a las manos del chino de turno, que maneja la aguja con aplomo y destreza.
Le están tatuando las piernas y, en vez de quejarse si acaso lánguidamente, tiene un largo orgasmo.
La sonrisa cómplice del tatuador pone el punto a la curiosa escena, grabada, cómo no, en un salón chino de buena reputación…