Con una pierna colgando, tacones en ristre y mano presta, la fémina no solo está dispuesta sino que mientras el metro la lleva a su destino, se olvida del buen tino y se va masturbando.
Acompaña el movimiento del vagón con un nada sutil balanceo, que la pone en evidencia, lo mismo que los gemidos y posterior clímax, de los que ni se entera el tontorrón que va junto a ella. No así quien la filma en plena hora punta, hasta que termina la faena y se levanta presurosa, saliendo por la puerta toda salerosa.
Ocurrió, cómo no, en China… y hay algunos que hasta la llaman cochina.