Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

La negociación, con la posverdad como norte

 

Resulta ya evidente que a una gran mayoría de conciudadanos les interesa cada vez menos vivir en el mundo real, en un mundo incómodo en el que reconocer culpabilidades compartidas, ideas contrarias, verdades que no nos interesan, deberes que no nos apetecen, algunos logros que en aplicación de lo políticamente correcto no debemos reconocer, etc.

Hoy la llamada posverdad, un término un tanto nuevo pero con un contenido extraordinariamente remoto, consustancial en mayor medida con las religiones, se va imponiendo hasta el punto en el que se ha adueñado ya no solo de la política, sino de la sociedad en general y del quehacer diario de la clase de tropa.

La posverdad es una mentira emotiva, la distorsión deliberada de una realidad con apelaciones a las emociones y a las creencias personales con el fin de crear y modular la opinión pública e influir en las actitudes sociales. Es algo que aparenta ser verdad pero que es más apreciado que la propia verdad (non e vero, ma e ben trovato), es, en el peor de los casos, la auto manipulación. Se acepta la mentira si la defiende alguien en quien confiamos o a quien admiramos, aunque sepamos que es mentira, sobre todo si ello se considera políticamente correcto, lo contiene la Biblia o lo defiende nuestro jefe. Se magnifica la mentira y se calla la verdad, o se cuenta una mentira a bombo y platillo y luego se rectifica en silencio, dando mucha publicidad a la calumnia, empleando términos como “se dice”, “se piensa”, “voces autorizadas creen”, con opiniones que siempre valen más que los propios hechos. Curiosamente, la derecha suele mentir directamente, mientras la izquierda es maestra de la posverdad, un “palabro” acuñado para mentir de soslayo, más suavemente. 

La posverdad acuna sentencias como “la democracia está por encima de la ley” (independentistas catalanes), algo que, si así fuera, podríamos votar si nos repartirnos la fortuna de Amancio Ortega, algo absolutamente ilegal pero posiblemente muy votado, argumentando las razones más peregrinas, como que el velar por la salud está únicamente reservada al Estado, o otra de las múltiples chorradas, como que “el pueblo siempre tiene razón”. La condena casi unánime, popular y mediática, de la “manada” sevillana, cuando según la sentencia, perfectamente documentada y argumentada, el asunto no tenía demasiado recorrido, y sin embargo el silencio sobre la “manada” musulmana, mucho más cruel, real y perfectamente documentada, de la que prácticamente nada se dijo.  

El votante, por no llamarle ciudadano, ya que tal concepto implica mayores compromisos, en general no busca conocer la verdad en prácticamente ningún apartado de lo que supone el campo de su existencia, una existencia de la que ha borrado todo aquello que pudiera alterar su calmo y pastoril pasar, para sustituirlo por un mundo ideal en el que convertir la realidad en esa posverdad en la que se encuentra a gusto, al menos en las cinco facetas que más influyen en su diario discurrir: religión, dinero, política, consumo y cultura.

A lo largo de la historia, esta manita de pilares básicos de nuestra existencia, ha tenido distintos protagonismos, pero siempre ha tenido pastores que auxiliados en sus perros pastoreaban al rebaño, un rebaño que solo aspira a que no se los coma el lobo, a tener hierva suficiente y a dormir en un lugar seguro.

La religión, que siempre ha actuado en general desde una posición de monopolio, no solo fue la primera que vivió sistemáticamente de la posverdad, inventándose un escenario absolutamente infantil sin el menor atisbo de certeza, ni constancia alguna de verdad en sus imposiciones, a mayor gloria de los pastores, sino incluso yendo más lejos que el simple ofrecimiento de una posición cómoda en la que acurrucarse, sino imponiendo, e incluso a veces de forma violenta y con amenazas, en su labor de pastoreo, a los efectos de que nadie buscase otros pastos.

En otros momentos de la historia, el protagonismo se debió a la política o al comercio, y siempre sistemáticamente al dinero, con un mucho menor protagonismo de la cultura en la que incluir el saber, la investigación y la ciencia.

Lo cierto es que hoy existen unas posibilidades nunca presentes hasta ahora en cuanto al real conocimiento de las distintas verdades que acompañan a todos estos pilares básicos de la sociedad, pero que solo son utilizados por muy pocos, a quienes importa más el conocimiento que la comodidad, la incertidumbre que la farsa mayoritaria, a quienes importa más la verdad que la posverdad o aquella “verdad” que nos creamos a nuestro alrededor para que nada nos intranquilice y vivamos en la comodidad de aquello con lo que nos identificamos, aunque no sea más que un sueño.

Hoy la mayor parte de la sociedad, de los votantes que apuestan por una u otra mafia, se ha montado su propia posverdad en la que instalarse. 

En España, en general, en materia religiosa se suele ser católico, por muy “modernos” que se consideren algunos al negarlo (no hay más que ver las esquelas, en las que no existe ninguna, o casi ninguna, en la que no figure la cruz). En política, del PP o del PSOE, por muy ladrones que sean unos y otros. En asuntos de dinero de tener (desprecian al que no tiene) o no tener (odian al que tiene), pero nadie sabe donde invierte el banco al que le confían sus ahorros. En materia comercial de lo que se les diga, y en cuanto a cultura, de nada de nada, salvo de esas “culturas” identificadas con programas televisivos casposos, de algún cantante o actor, con lo que identifican la cultura, aunque sean unos zotes, o de las magnificadas “culturetas” autonómicas, la mayor parte de las veces de chicha y nabo, y poco más. 

Además de ello, ese personaje robot, no suele leer ningún libro, a todo más alguna novelita. De los periódicos lee los titulares, las entradillas, los destacados y los pies de foto, como mucho, y siempre del mismo periódico. De política no sabe prácticamente nada, salvo opinar de quienes le caen bien o mal, de lo que cree políticamente correcto, y de aquello de lo que se siente obligado, por cuna, por proximidad, o por pura estupidez. Por supuesto se cree merecedor de todos los derechos y de muy pocos deberes, entre los que, ni se enteran de que se encuentra el de informarse correctamente, etc., etc.

Así las cosas, poner a decidir quien ha de llevar el timón de los barcos que componen esta expedición de nuestro futuro, ya sea para el país entero, una comunidad o un municipio, a este tipo de personajes, me produce escalofríos, lo que me lleva a la conclusión de que el verdadero enemigo del progreso, del bienestar de la sociedad y de la justicia en general, no es otra cosa que la democracia, un invento que teóricamente pudiera funcionar regularmente en una sociedad culta, preparada, solidaria, informada, responsable, etc. pero nunca en un país en el que el grado de conocimiento, audición y de aceptación de un petardo como Belén Esteban, es infinitamente superior al de cualquiera de nuestros científicos, pensadores, académicos, empresarios, etc., de un país en el que un infame hipócrita como el líder de la ultra izquierda, el que odiaba a la casta y quería vivir siempre rodeado de los trabajadores de su barrio, finalmente acaba en un casoplón con policía permanente de vigilancia, para que no se la okupe ninguno de los que antes defendía como aplicadores de su “derecho” a la vivienda, que ahora mendiga locamente un ministerio, y tiene la santa cara de despreciar al empresario que, tras pagar todos sus impuestos legalmente, dona a la sociedad un fortunón para la lucha contra el cáncer, tras haber creado cerca de 200.000 puestos de trabajo, cuando el canalla mencionado, no solo no ha creado ni uno, sino que no se le conoce donación alguna, y sí el haber vivido de dictadores y al servicio de los países con los regímenes más impresentables.

El mundo no puede estar en las manos de quienes se creen las mayores gilipolleces, de quienes apoyan a las mafias de siempre, de quienes se gastan sus dineros en aquello a lo que son conducidos por puro consumismo, de quienes apoyan a las entidades bancarias que invierten en las mayores y más rentables canalladas, de quienes por desidia, vaguedad o intereses encubiertos no se enteran de nada ni lo pretenden, de quienes desprecian e ignoran la cultura, la ciencia, la investigación y todo lo que dignifica al ser humano, en beneficio de la horterada, la memez y la ignorancia, para acabar llamando demócratas a quienes practican sistemáticamente tales procederes y acabar santificando el resultado del parecer de tales especímenes.

Todos los partidos políticos conocen perfectamente lo expuesto, de ahí esas campañas electorales tan absolutamente impresentables de posverdad absoluta, de un mundo ideal para el mediocre elector, con soluciones absolutamente folclóricas e irrealizables a cualquier problema, fruto de un desconocimiento generalizado, de un atrevimiento insultante y de una simpleza ausente de responsabilidad, que invita no solo a no votar a nadie, sino a correrlos a gorrazos a todos.

Finalizado este circo electoral en el que la farsa democrática ha dado voz al “pueblo”, para que este deposite en las urnas unas papeletas en las que solo figuran personajes a los que casi nadie conoce, para que durante cuatro años hagan de su capa un sayo sin dar explicaciones a nadie, incluso si llevan a cabo todo lo contrario a lo propuesto, se acaban dando dos situaciones: Mayorías absolutas o ganadores insuficientes. En el primero de los casos estamos creando dictadores y en el segundo, apartamos al “pueblo” y su voluntad mayoritaria, para entregar a las mafias partidistas la solución al reparto de prebendas, en función de sus particulares intereses y sus ambiciones personales.

En el caso de ganadores insuficientes, se pueden dar dos situaciones: gobierno de tales ganadores, apoyados por cualquier otro partido de aritmética asegurada, o coaliciones entre perdedores en función de otra aritmética que mezcla churras con merinas, patatas con condones, o cualquier combinación que se defienda, alegando las más variopintas similitudes, y siempre en función de tocar poder, con independencia de que ello convenga o no a la ciudadanía, o respete su supuesta voluntad. “El pueblo nos ha pedido…” (otra posverdad).

Hoy estamos en ese periodo en el que las negociaciones pueden dar cualquier tipo de resultados, con independencia de las promesas de unos y de otros de no pactar  nunca con manolito o con manolita, aunque unos a otros se hayan calificado ocupantes del amplio espectro que va desde la extrema izquierda a la extrema derecha, pues en este momento todo vale, sin que los llamados “conservadores” sean capaces, ni hayan sido, de conservar nada de lo verdaderamente importante, ni los auto titulados “progresistas” tengan, o hayan tenido, la menor ocurrencia en esa linea. Hoy las torpezas, amenazas y chulerías pre electorales, se pagan con resultados no entendibles por la ciudadanía, por no haber explicado con anterioridad las posturas a tomar, por no haber sido explícito y perderse más en las trifulcas personales que en la defensa de las ideas.

El caso de Ciudadanos, el partido al que yo voto porque considero, de lejos, el más interesante para el futuro del país, incluso por descarte, ya que tanto populares como socialistas han demostrado ser, hasta la saciedad, una panda de chorizos, con programas absolutamente amortizados, mientras que los extremos, tanto esos que dicen estar “unidas” como los del cara al sol, no pasan de exponer su diagnostico sin soluciones o con propuestas irrealizables y ruinosas. Repito, Ciudadanos ha incurrido en un error, a mi juicio garrafal, a la hora de preparar posibles pactos para apoyar o ser apoyado, tanto si se esta sin mayoría absoluta, como si se quiere formar parte de un pacto entre perdedores.

Nunca fui comunista porque para ello es preciso tener una confianza absoluta en la calidad ciudadana, personal y política del ser humano, cosa que cada vez creo en menor medida, y porque los resultados históricos de tal ideología han sido catastróficos allí donde se ha aplicado el comunismo, pero si que he admirado a un personaje, que sí resultaba absolutamente congruente con sus ideas, me refiero a Julio Anguita, alguien a quien hemos escuchado innumerables veces defender un mensaje que debe ser la base de cualquier negociación, con independencia de posturas, supuestas ideologías, querencias o lineas rojas: programa, programa, programa.

En Ciudadanos, el verdadero centro, siguen, no obstante, empeñados en situarse, en adjetivarse, en revelarse contra una derecha que los considera de izquierdas y contra una izquierda que los considera de derechas y que entre todos los consideran ya unos veletas, y pasa el tiempo y cada vez ese término se va asentando y sus posibles pactos se ven con ello menos creíbles y más perjudiciales para sus intereses, sin darse cuenta que su única salida, la que justifica cualquier pacto, sin mancharse ni contradecirse, para un partido de centro, se llama PROGRAMA.

Ciudadanos no debe cerrar las puertas a nadie ni casarse tampoco con nadie, ni poner vetos ni a partidos ni a partidarios ni a líder alguno, por muy impresentable que nos parezcan (casi todos), sino pactar con aquellos que acepten su programa, se llamen como se llamen. Habrá unas propuestas irrenunciables, pocas, pero otras muchas bien matizarles de cara a una negociación donde pactar con quienes más y mejor se acerquen al programa. Si mañana los socialistas aceptan el 100% de tu programa, ¿con qué criterio vas a convencer a tus electores de la conveniencia de no pactar, por mucho que no te guste el guaperas, acabando prisionero de tus propias bravatas pre electorales?. Si los del cara al sol están en tus antípodas en cuanto a cuestiones europeas, autonómicas o estatales, pero sin embargo en un pueblo admiten la inmensa mayoría de tu programa, ¿cual es el razonamiento para no pactar por el gobierno de ese pueblo?. ¿Y si lo mismo ocurre con la del casoplón (él creo que cada vez pinta menos), en otro pueblo, ¿vas a dejar de pactar para poder llevar a cabo tu programa porque el memo de su líder o la mema de su consorte (y vaya sorte…) no quiera aplicar en Cataluña el 155?. En clave de programa, ¿cómo se justificarían esas negativas a hacer posible ese programa, que se supone que es lo que han votado tus seguidores?. ¿Solo por sostener prejuicios, sacrificando por ello tus objetivos?.

El único problema es explicar las posturas abiertamente. ¿Qué tontería es esa de estar dispuestos a pactar solo con aquellos socialistas que nieguen a su líder?. ¿Le vas a negar la alcaldía a un alcalde socialista capaz de asumir el 100% de tu programa para el pueblo, lo que tu y tus votantes queríais que se llevara a cabo, si ese socialista no reniega del guaperas?. Pero, ¿que gilipollez es esa?.

Los pactos hay que explicarlos, siempre, y en eso, entre otras cosas, consiste la democracia cuando ya no es posible la consulta electoral, como en estas situaciones post electorales. Quien no entienda tus pactos, cuando del cumplimiento de tus objetivos se trata, o es bobo, un sectario, o una víctima de la posverdad al que tampoco convencerás nunca si lo único que valora son las siglas, porque en su simpleza es lo que más cómodo le deja a la hora de llevar a cabo sus valoraciones. Dejaos de siglas, de derechas, de izquierdas, de etiquetas, de personas y de lineas rojas, e ir al grano, a lo importante, a lo genuinamente Anguita: Programa, programa, programa. El resto no son más que ambiciones personales.

Una vez, Felipe Gonzalez pronunció una sentencia que, para un líder de una ideología perfectamente escorada, no sentó demasiado bien en sus fanáticos seguidores: “Gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones”, una sentencia perfectamente defendible desde una postura de centro, donde cazar ratones es lo único importante, si ello se identifica con el cumplimiento de un programa.  

El apoyo de Ciudadanos ha de tener un precio: el mayor acercamiento a su programa, ya sean socialistas o conservadores quienes lo propongan, para eso milita uno en el centro, sin imposiciones de posturas escoradas, pues no consiste en parecerse a nadie ni en defender una tendencia u otra, ya que la política consiste prioritariamente en el “arte” de llegar a acuerdos.   

  No voy a repetir de nuevo mis propuestas sobre el particular, pues a parte de que no sirve para nada, ni interesan a nadie, ni este ejercicio de reflexión tiene trascendencia alguna, tampoco pretendo ni ser repetitivo ni aburrir al personal, pero si sostener con todo tipo de argumentos que… me cago en la democracia y en la madre que la parió, al menos en la que vivimos.

He dicho, y ni me arrepiento, ni rectifico.    

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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