Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

El honor es mi divisa (homenaje a Manolo)

 

En mi anterior artículo, hacía referencia a las tres épocas, tan distintas entre ellas, de la llamada España de Franco. La primera (de 1939 a 1952) absolutamente feroz, con un protagonismo de posguerra que todo lo presidía, con un paso posterior, de 1952 a 1964 aproximadamente, en la que España caminaba ya hacia una normalización en la vida ciudadana y hacia un progreso y equiparación a una Europa incipiente, que hiciera que la tercera, la que va desde ese 1964 hasta la muerte del dictador en 1975, nada tuviese que ver con aquel panorama inicial y si con la recuperación de un país en plenas relaciones internacionales con el resto de las naciones de nuestra órbita, que apuntaba ya hacia una equiparación absoluta con su entorno y en el que, con independencia de las libertades políticas, algo si que permanecía fuera de esa apertura social y ciudadana, cual era la consideración que de las fuerzas armadas tenía el ciudadano, el pueblo en general, como fuerzas represoras, muy poco apreciadas por el pueblo en general, y hablo del Ejercito, sobre todo el de Tierra (caquis), la Guardia Civil (verdes), la Policía Nacional (grises) e incluso la Local, casi todas ellas con un claro carácter represivo, especializados en perseguir comunistas, distantes y empeñados en arreglarlo todo a base del temor y el trompazo a la mínima de cambio.

Hoy, pasado el mismo periodo de tiempo que el transcurrido desde el fin de la guerra civil hasta la muerte del dictador, el panorama ha cambiado radicalmente. Los Cuerpos y Fuerzas de la Seguridad del Estado, en general, y salvo las excepciones propias que siempre se producen, son un orgullo para el país y una garantía de convivencia, solo alterada por el mal uso que desde la clase política (una desgracia, en general) se lleva a cabo en cuanto al ejercicio de su labor, bien es cierto que para formar parte de dichos cuerpos es preciso una preparación, en algunos casos exhaustiva, y muy completa, en general en cuanto al trato y la consideración hacia el ciudadano, y para político de todo pelaje, concejal, alcalde, diputado provincial, diputado nacional, senador, ministro, o incluso presidente del país, vale absolutamente cualquiera, ya sea un paleto integral, un mentiroso recalcitrante, un delincuente, un cómplice de asesinos, un conspirador contra el Estado, un sedicente, un analfabeto, un populista demagogo, todo junto, o un tonto del chumino. Todo vale. 

Ejercito, Policía Nacional y Guardia Civil son hoy instituciones muy valoradas por el pueblo en general, muy mal pagados, al igual que los maestros, por supuesto mucho peor que los políticos, quienes fijan los sueldos de aquellos, y que con los suyos propios, suelen ser mucho mas complacientes, obligados los armados a veces, incluso a labores contrarias a las que se le suponen, lo que ejecutan con una disciplina y una dedicación, digna de mejor causa.

Podríamos dar infinidad de datos sobre la labor ejemplar de la policía en líneas generales y como por una legislación (emanada de nuestros políticos y mantenida hasta el absurdo) absolutamente impresentable, de apoyo, consideración y protección del delincuente, les obligamos a jugársela para detener a un mismo canalla decenas de veces y casi de un día a otro, mientras estos se ríen de su labor y les amenazan a ellos y a sus familias, en la seguridad de que sus fechorías, o bien son consideradas faltas, o delitos menores, que no les impiden volver a pisar las calles el dia siguiente, y así sucesivamente.

Hoy, no obstante, me voy a centrar en la Guardia Civil, ese Cuerpo de espíritu benemérito creado por el mariscal de campo D. Francisco Javier Girón y Ezpeleta, II Duque de Ahumada, el 28 de marzo de 1844, hace ya nada menos que 175 años, una cifra importante que este año celebró nuestro gobierno sin demasiada pena ni gloria, al contrario de la celebración anual del día del “orgullo”, en donde si estaban la mayoría, a mayor gloria de la exaltación de los “valores” que les adornan.

Desde la misma fundación de la Institución, la “Cartilla del Guardia Civil” contemplaba tanto reglas morales como de urbanidad y protocolo, y pretendía dotar a los guardias de una sobria formación moral y humana, dignidad y sentido del honor, de tal forma que un guardia civil sea militar en cuanto a su disciplina, su honor y espíritu de sacrificio, su abnegación, integridad, profesionalidad, lealtad y compañerismo. Para ello, propone Ahumada que la Guardia Civil sea una organización basada en la calidad, por lo que recomienda cubrir la plantilla paulatina y selectivamente para garantizar la excelencia del personal. Suya es la siguiente cita: “servirán más y ofrecerán más garantías de orden cinco mil hombres buenos que quince mil, no malos, sino medianos que fueran.”

Surge así el 20 de diciembre de 1845, de la propia mano del Duque de Ahumada, un documento que constituye el auténtico código moral de la Institución: la “Cartilla del Guardia Civil” que sintetiza los reglamentos anteriores y que, con alguna modificación, compone el actual Reglamento para el Servicio de la Guardia Civil. A lo largo de su articulado, la “Cartilla” establece la doctrina del Cuerpo; un código deontológico que pretende dotar al personal de un alto concepto moral, del sentido de la honradez y de la seriedad en el servicio, y que está presidido por su artículo más famoso, donde se lee: “el honor es la principal divisa del guardia civil; debe, por consiguiente, conservarlo sin mancha. Una vez perdido, no se recobra jamás”. 

¿Alguien puede imaginarse qué España tendríamos si le pidiéramos lo mismo a nuestros políticos para ser elegidos o para actuar como tales?. Utopías…

Veamos un ejemplo: “Un total de 407 millones de euros al año (cifra de 2015). Esa es la cantidad que la Dirección General de Tráfico (DGT) recauda con los 4,8 millones de multas e infracciones que extiende cada año a los conductores españoles. Según el Tribunal de Cuentas, que ha analizado la contabilidad de la institución pública durante 2015, la mayoría de estos fondos van a parar a manos de la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil. Y más en concreto a sus nóminas, a las que se destinan 313 millones de euros anuales procedentes de las sanciones impuestas por agentes y radares de toda España (excepto en Cataluña y País Vasco, donde las competencias están transferidas).

No obstante, el informe del Tribunal de Cuentas da un toque de atención a la Jefatura Central de Tráfico, al considerar que el organismo no aporta los datos con la fiabilidad necesaria a la fiscalización del Estado. El citado informe recuerda que según la legislación vigente, el dinero recaudado con las multas de tráfico tiene que ser destinado -íntegramente- a financiación de actuaciones y servicios en materia de seguridad vial, prevención de accidentes de tráfico y ayuda a las víctimas”.

Si serán canallas estos políticos, que para pagar al Cuerpo, en lugar de echar mano de su presupuesto, lo detraen de la seguridad vial, de la prevención de accidentes y de la ayuda a las víctimas y… aquí no pasa nada. 

No se trata de que la Guardia Civil tenga comisión por las multas, pues su derecho está en el cobro de sus nóminas por parte del presupuesto ordinario de la DGT, sino de que estos son los que lo convierten en una especie de “gratificación” relacionada con la “efectividad” en un trabajo, que la honorabilidad de la propia Guardia Civil nunca aceptaría. Se cree el ladrón que todos son de su condición.

Pero, vayamos al grano:

Hace unos días, me dieron por detrás. Me refiero a un golpe en carretera (hoy lo “otro” sería menos noticia, en general), por lo que me apresuré a impedir que nadie moviese nada hasta que la Guardia Civil hiciera acto de presencia y levantase el correspondiente atestado, es decir, el testimonio de quienes fuese menester para aclarar las circunstancias, algo llevado a cabo con la mayor amabilidad y diligencia por un joven Guardia Civil enormemente considerado. Como el mundo del seguro es como es, y a la mínima de cambio trata de escabullirse, decidí dirigirme cuanto antes a la Guardia Civil a los efectos de obtener copia del mencionado atestado.

Llego a las puertas de la Casa Cuartel de Porriño (todo por la Patria). Subo las escalerillas y al punto me sale al encuentro “una” guardia civil. Buenos días, ¿le puedo atender?. Coño, que amabilidad… (uno tiene ya años y arrastra cierto resquemor hacia los picoletos). Pues si, muchas gracias. Mire usted, venía a recoger un atestado sobre un accidente ocurrido hace un par de días. Acompáñeme, por favor, amablemente me responde la benemérita. Llama a una puerta, abre, y a un tal Manolo, colega gordito de buen aspecto, le pregunta si me puede atender, a lo que el benemérito responde que por supuesto. Se despide amablemente y me deja en manos del Manolo.

Escena segunda. Pequeña oficina, bastante mal dotada, mesa al medio, ordenador en lo alto y sillas enfrentadas. En una Manolo y en la otra el que suscribe. Dice Manolo: ¿en qué puedo servirle?. Verá usted, quería que me facilitasen copia de un atestado sobre un accidente en el que estuve involucrado. ¿Lo ha solicitado usted oficialmente?. Coño, ya empezamos… Perdón pero no sabía que con anterioridad había que hacer una solicitud. No se preocupe usted que no va a salir de aquí sin una solución. !Vaya!. Me aclara que desde hace algún tiempo no dan informes escritos ya que todo funciona vía ordenador y mensajes telefónicos.

¿Tiene usted un teléfono? Inquiere Manolo. Pues si. ¿Le importa si desde su teléfono le hago yo la solicitud, con mis datos, para evitar así que desde la central me lo tengan que mandar y demoremos con ello todo el proceso, pues va a quedar constancia igual?. Por supuesto Manolo, lo que usted me diga. El Manolo, con mucha más voluntad que pericia, ya que no todos los teléfonos son iguales, finalmente atina con las teclas adecuadas y consigue recibir en su ordenador la solicitud. !Bien! exclama Manolo. Aquí está. La Benemerita, tenía ya en el ordenador del despacho del informante mi solicitud en toda regla. Ahora solo quedaba recibir el atestado en mi correo.

¿Dónde quiere que se lo envíe?. Le doy mi correo, lo envía y…, no llega. ¿Me habré equivocado? farfulla Manolo. Vamos a intentarlo otra vez, y las que haga falta, añade (!olé! el Marqués de Ahumada… 175 años después). Finalmente, el correo hace su aparición en mi iphone. !Bien! vuelve a exclamar Manolo. Ahí lo tiene.

Muchísimas gracias Sr. Manolo. Estamos para servir, responde raudo y veloz. Que tenga usted un buen fin de semana, finaliza. 

Bajé feliz las escaleras, saludé de nuevo a “la” benemérita de la puerta y no canté el himno de la Guardia Civil porque no me lo sé, pero coño…

Que sensación tan distinta a la vivida durante la dictablanda, ya en el llamado tardofranquismo, en la que el cabo y posteriormente sargento Benito, atemorizaba al personal sospechoso de algo desde el cuartelillo cercano, a base de la lectura de la cartilla bajo el procedimiento de que la letra con sangre entra, una experiencia que para nada te llevaba al canto del himno, sino a dedicar a la señora madre del analfabruto en cuestión todo tipo de improperios, eso si, a solas, no fuera que tuviera la oreja tan larga como la mano.

Como todos sabemos, Manolo, y todos los Manolos de tricornio o los actuales grises, tienen un sueldo muy inferior, pero muy inferior al de Rufián y todos los rufianes que sentamos en las bancadas desde donde se hacen y aprueban las leyes, esas por las que se juegan la vida tantas veces, sin protestar, disciplinadamente y viendo como tanto y tanta canalla, a quienes si que habría que leerles la “cartilla”, no dan ni un paso para equiparar su dedicación a todos nosotros, a nuestro bienestar y seguridad, con unos emolumentos que les permitan una vida mucho más justa para ellos y para los suyos.

Tras la feliz anécdota con Manolo, me topo, en una carretera cercana, y tras una absurda señal de prohibición de circular a más de 50 Km/hora, donde no existe el menor peligro, con un coche sin identificación alguna que denote autoridad, camuflado tras unos arboles, con dos guardias civiles dentro, a la caza de algún incauto que sobrepase aunque sea escasamente la absurda e interesada señal recaudatoria, quienes lo comunicarán a otro colega situado algo más adelante para detener al incauto, sangrarlo, hacerle perder un porrón de tiempo (con toda la educación del mundo, eso si), quizá algún punto y todo para que algún imbécil, político por supuesto, colocado en un puesto directivo de la Dirección General de Tráfico, se cuelgue una medalla por haber adelgazado supuestamente con ello el número de accidentados, por recaudar más que otros y por intentar convencernos que con ello estamos todos más seguros.

Una cosa si es absolutamente segura, si el mariscal de campo D. Francisco Javier Girón y Ezpeleta, II Duque de Ahumada, levantara la cabeza y viera el uso que estos canallas hacen del Cuerpo…

El principal motivo por el cual se crea en su momento la Guardia Civil, reside en la protección de la integridad física de las personas y de sus bienes, sobre todo ante los asaltantes de caminos, quienes agazapados asaltaban a los incautos que usaban tales sendas para sus necesarios desplazamientos, a quienes desplumaban, e incluso en el peor de los casos se los cargaban.

¿Que instrucciones hubiera dado Ahumada en contraposición a las dadas por los políticos que hoy manejan al Cuerpo a su interés?. Nunca actuéis a escondidas, nunca agazapados, siempre presentes, en los lugares donde más se os necesite y ayudando directamente a evitar accidentes. Si existe un lugar peligroso en el que sea preciso reducir la velocidad, situaros un poco antes y anunciad a los conductores el peligro para que no ocurra accidente alguno, y prestos a socorrer a aquellos que, aun a pesar de ello, hubieran sufrido algún percance. Que el ciudadano vea siempre en vosotros quien le ofrece ayuda y le otorga confianza.

No hay derecho a que toda esta paletada que hacen de esta acanallada política su profesión, usen y abusen de los Cuerpos de Seguridad del Estado a su antojo, desde su ignorancia y pretensiones supuestamente educativas que no hacen otra cosa que denigrar unas instituciones modélicas, algunas, únicas en el mundo como la Guardia Civil, hoy con un prestigio que no merece tales utilizaciones.

No hay derecho tampoco a que se les utilice para transmitir mensajes de corte político ajenos a la realidad, como el manoseado uso del “exceso de velocidad” como causa de todos los males, obviando con ello el fatal estado, trazado, conservación y diseño de las más peligrosas carreteras, verdadero factor de accidentalidad, o las distracciones al volante, la impericia a causa de unos cursos para la obtención del carnet de conducir que nada contienen sobre la verdadera enseñanza de la conducción, el uso de móviles, aparatos musicales, etc. situaciones de peligro contrastado bastante mayores que los mínimos excesos de la velocidad permitida, que no exceso de velocidad.

Si concretamente en Alemania no existe limitación de velocidad en las autopistas y el porcentaje de accidentes es menor, ¿alguien se cree que los conductores alemanes son muy listos y los españoles unos zoquetes, que aquellos pueden conducir a 200, nosotros solo a 120, y tengamos más accidentes nosotros?.

Si en España limitamos nuestra velocidad a un máximo de 120 Km/h y en autopista, ¿porqué no exigir a todo coche que circule por territorio nacional unos topes que impidan alcanzar velocidades superiores? ¿será porque se limitaría la recaudación por sanciones? ¿porque se venderían menos coches y se recaudaría menos en impuestos?. Si en casi toda Europa se relaciona ya la sanción a la capacidad adquisitiva del infractor, ¿porque no se hace en España?. ¿Porque si un Ferrari, un Porsche, o cualquier vehículo de gran cilindrada tiene una capacidad al freno que triplica la de un utilitario, se aplican las mismas limitaciones de velocidad en autopistas, a estos vehículos, de día, con sol, en verano y carretera seca, que a un Marbella o un Panda de noche, con carretera mojada y en invierno, si existen ya instrumentos informáticos que pueden resolver el problema? 

Un claro ejemplo de motivos recaudatorios que contrasta claramente con las decisiones “democráticas” de la ciudadanía en sus acciones cotidianas: En Vigo existe un largo túnel en la parte baja de la ciudad, paralelo al mar, con dos carriles por sentido y una mediana en el centro, en el que prácticamente nunca ha habido un solo accidente. En el túnel existen dos torretas de control de velocidad limitada a 50 Km/h y otras cámaras de control de tráfico no vinculadas a las pretendidas sanciones, cámaras que dan como resultado que la velocidad media de circulación en el túnel es de 70 km/h. Ello significa que la inmensa mayoría de los vehículos frenamos al llegar al control y volvemos a acelerar posteriormente hasta alcanzar una velocidad en la que el conductor se siente “democráticamente” seguro (entre 50-90 km/h), pues nadie pretende jugarse ni su salud ni su vida a sabiendas, la velocidad que pudiéramos bautizar como democrática, palabra que solo les vale a los políticos para justificar su existencia.

Lo dicho, gracias Manolo por representar tan dignamente las virtudes de la Guardia Civil, gracias extensivas a tus compañeros por su buena disposición, aun a pesar de tener que someterse a una disciplina de ordenes tan ajenas a ese espíritu de servicio que le dio al Cuerpo vuestro fundador, el mariscal de campo D. Francisco Javier Girón y Ezpeleta, II Duque de Ahumada, quien hizo del honor vuestra divisa.

Todo por la patria.  

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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