La reforma de la Constitución

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Los Borbones pueden ir al paro

Época, Miércoles, 11 de mayo 2005
Son los Borbones quienes pueden salir más perjudicados por el galopante proceso de demolición de España, puesto en marcha con irresponsable pasión por el inquilino de La Moncloa. La legitimidad de la nueva dinastía -relacionada con la histórica, mas con salto conocido- se fundamenta en la Constitución de 1978: cuestionar el texto constitucional, en su pilar de la preexistente nación indivisible, es hacer lo propio con la monarquía. El trabajo del Rey tiene cometido bien preciso: “Símbolo de la unidad y permanencia” del Estado.

Pues la unidad está sometida a vendaval centrífugo -big bang puesto en marcha en el mismo inicio de la transición- y los riesgos para la permanencia están superando marcas que pueden hacer su quiebra irreversible -incluso aunque hubiera alternancia inmediata en el poder-, los Borbones pueden ir al paro por cierre del negocio. No sería, para ellos, muy dramático, puesto que, a tenor de una de esas ocurrentes chorradas de ZP, Juan Carlos es rey “bastante republicano”; más o menos como el chiste de la señora un poco embarazada. La idea, intelectualmente superior, de la república -mayor adecuación al principio democrático de igualdad de todos ante la ley- sólo puede cuestionarse desde visión pragmática y utilitarista.

A pesar del odioso mantenimiento del discriminador privilegio hereditario, las monarquías constitucionales han demostrado ser compatibles con la libertad personal y, en casos excepcionales, la han facilitado y promovido. Las monarquías no se sostienen por la ejemplaridad de sus miembros -habrían desaparecido de la faz de la tierrasino por estricta utilidad. Nada queda de la vieja sacralidad, cercenadas la británica cabeza de Carlos I, por Cromwell, y la francesa del Capeto por la guillotina jacobina. Las naciones ha tiempo dejaron de ser patrimonio de una familia. La soberanía fue transferida a los ciudadanos -el “nosotros” que, orgulloso, encabeza la Constitución norteamericana-. El pasado siglo asistió a copiosa caída de dinastías, como hojas secas en los dulces rigores otoñales. No es difícil señalar la causa de esa fronda:las monarquías se derrumban cuando dejan de servir a la libertad, cuando titubean en su defensa y su despliegue.

Por la ley inversa, tras el 23-F, hubo abundante floración de juancarlistas. Que el monarca no es lo bastante republicano como para no ver el peligro para su puesto de trabajo, y para el de sus encantadores vástagos, se pudo ver en las navidades pasadas. En fechas anteriores, Juan Carlos había hecho cosas tan chocantes como abrazarse ufano con el separatista Ibarretxe y hacer de relaciones públicas del grupo Eroski, generoso anunciante publicitario en Gara. El amor a la familia, que se dispara en las fiestas de la Natividad, debió de hacerle ver el error de tales desvaríos. Juan Carlos, en su mensaje, puso énfasis en que la corona “siempre alentará y preservará la unidad solidaria de las tierras de España”.

Hubo rechinar de dientes nacionalistas. Como corolario de la regia voz de alarma, devino la reunión conjunta -tan estéril- de Zapatero y Rajoy en Zarzuela. La derecha española -su partidoadolece de monarquismo primario. En el Congreso del PP, Rajoy inició su discurso, tras su elección como presidente, indicando que acababa de remitir “telegrama de adhesión al Jefe del Estado”. Con puerilidades de tal calibre, resulta lógico que el monarca corteje más a la izquierda reticente que a derecha tan cortesana. Ahí queda aquello de que hablando se entiende la gente, bendición coloquial a cuantos tripartitos nos gobiernan y nos sacan la hijuela. Ninguno de los escenarios de este suicidio de España favorece la estabilidad en el empleo de los Borbones.

Ni tan siquiera el federalista, pues -salvo el caso belga, debido al efecto moral del gran Balduino- hay escasa compatibilidad entre ambos principios. Mucho menos con rompecabezas de Estados libres asociados, secesiones identitarias o naciones de naciones de naciones... Cuando Don Juan abdicó, en íntima ceremonia, reinando ya Juan Carlos, concluyó su emocionado y breve discurso con un rotundo: “Por España, todo por España”. Por España y por el interés de la familia, pues les va el sueldo. Bueno, salvo a la rama de los Urdangarín, de acendrada y rancia prosapia nacionalista.