Hoy las cadenas hay que romper», así es el alegato feminista que lanzan en la película ‘Mary Poppins‘, en la que la señora Banks se marca un número musical en el que pide el sufragio femenino.
Reseñable es que la película es de 1964, cuando conceptos como el ‘Me Too’ ni se soñaban.
Choca, con la perspectiva del tiempo, comprobar que la película ‘Mary Poppins‘ y la protagonista homónima encarnan una contestación cuidadosamente afinada al prototipo femenino que la Disney había proyectado hasta el momento.
Mary Poppins no es una princesa. No tiene derechos de sangre ni herencias visibles u ocultas en ominosas profecías.
Mary Poppins no basa su atractivo en lo bella que pueda ser —y no es que Julie Andrews fuese precisamente fea—. Mary Poppins no necesita un hombre para estar completa, no es su búsqueda vital porque ni siquiera es su búsqueda.
La relación que tiene con el pizpireto Dick Van Dyke puede incluir una cierta tensión sexual pero no es el leitmotiv de la misma; al menos no desde Mary hacia Bert.