El Presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, ha vuelto a acudir a su confesionario mediático, La Voz de Galicia, para pedir la absolución a la opinión pública gallega. Este verano no huele por ahora a monte quemado (¡lagarto, lagarto!), sino a urnas, a un morboso triángulo, en absoluto amoroso, entre el Partido Popular en el Gobierno, los partidos en la oposición y la crisis que no cesa, una opción que se va a presentar a las elecciones sin candidatura, sin programa, sin ideología y con una campaña mediática gratuita, permanente y de destrucción masiva.
A la derecha de la primera página digital del medio coruñés, domingo 22 de julio de 2012, un editorial del Presidente del Grupo La Voz Santiago Rey anunciando desde hace una semana al personal: «Al borde de la insumisión».
En primera línea, destacada, una entrevista al barón gallego en la que vuelve a desenfundar, como varita mágica preelectoral, el argumento de que Galicia no tendrá que solicitar el «Rescate» al Estado, que tampoco está precisamente para muchos trotes, para muchos agujeros valencianos, murcianos, catalanes o manchegos. De nuevo el Presidente gallego con su mantra de la gestión, de su precocidad en la austeridad y de unas cuentas de «pronóstico reservado», pero que por lo menos no están en UCI.
Feijóo propone un recorte de 75 a 60 parlamentarios
Es en el marasmo de preguntas y respuestas, cuando surge la novedosa declaración «pata negra» de principios:
«Estoy decidido a someter al criterio de los grupos un recorte de parlamentarios de 75 a sólo 60 diputados»
Supone una reducción del 20% de «aprietabotones» en la Cámara gallega, pero muchos gallegos afrontaron el domingo pensando: ¡menos da una piedra! Se fueron a la playa algo menos desconsolados y se pusieron a tomar el sol con tímidos indicios de que, a lo mejor, los políticos iban a empezar a tomarles un poco menos el pelo.
Los ciudadanos nunca escarmentamos. Nos aferramos al mínimo hilillo de esperanza y nos tranquilizamos ante un incipiente y futurible síntoma de que el sentido común, esa utopía, pueda volver a ocupar la cabeza de nuestros políticos, en la actualidad «okupada» por oscuros objetos del deseo personales, intransferibles y vitalicios.
Puestos a recortar, el Presidente se ha quedado muy corto con su plan de adelgazamiento de culos pegados a sus escaños. La Galicia parlamentaria, con la ayuda de los grandes avances tecnológicos, podría prescindir de muchos más «parásitos» de Hemiciclo de esos que chupan la sangre de las arcas públicas. Pero, por algo se empieza. Y Feijóo le permitió ayer a muchos gallegos mojar en el café del desayuno un halo de esperanza entre tantos sapos suyos de cada día.
La discreta hipocresía del progresismo gallego
Lo que pasa es que lo bueno o lo menos malo, siempre es breve. Siempre hay alguien dispuesto a amargarle el día a la gente. Y a las pocas horas de haber anunciado un hipotético ERE parlamentario el Presidente de la Xunta, Popular él, retrogrado y todas esas cosas que le llaman esos indignados chicos de la oposición, se asoman como locos a la prensa el BNG y el PSdG, los partidos progres con representación parlamentaria y pronuncian la sentencia más conservadora, más egoísta, más insolidaria que se podría haber imaginado en estos tiempos de vacas famélicas: ¡No nos moverán!
Es el mundo al revés. Son los progres gallegos los que no están dispuestos a despegar sus culos de los 75 escaños. Podrían haber declarado que aceptaban la propuesta si el ahorro en costes iba a parar directamente a Sanidad, a Educación, a Dependencia, al Estado de Bienestar, que con tanta vehemencia defienden cómodamente instalados en el Hemiciclo. Y, probablemente, aunque por dentro estuviesen haciéndose de tripas el corazón, habrían arrancado una ovación de la opinión pública gallega.
Pero ¿saben ustedes cuáles han sido sus argumentos…? El del portavoz socialista, Abel Losada, que de mayor sólo quiere seguir siendo político, se marcó un pegote sobre la propuesta presidencial, de esos que le sacan a cualquiera los colores de pura vergüenza ajena:
«Parte da idea común a toda estrategia de la Derecha de ataque a lo público, dentro de ese enfoque thatcheriano de que lo público es el problema»
Y se quedó tan fresco, el tío, sacándose de la manga el fantasma de la vieja dama de hierro británica para meterle el miedo en el cuerpo a los gallegos. Los políticos han entrado en una esperpéntica competición por demostrar quién tiene la cara más dura. Ése individuo, que se presenta como socialista y se cree socialisto, está convencido de que los gallegos son sociatontos.
¿De verdad cree que los gallegos no quieren un ERE parlamentario el El Hórreo, que descienda hasta la mínima expresión posible el número de señorías, con sus salarios, sus gastos de representación, sus dietas, sus coñas marineras, que pagamos entre todos?
Este señor debe estar absolutamente convencido de somos tontos, y que ignoramos que la representación democrática no depende de la cantidad, sino de la calidad; que el principio de proporcionalidad se puede mantener con la tercera parte de las «garrapatas» parlamentaria; que tipos «apalancados» como él, que proliferan en todos los partidos políticos, sólo hablan para defender teóricamente a los ciudadanos, en esos escasos paréntesis en los que no tienen sus bocas mamando por las siglas de los siglos de las ubres municipales, autonómicas o del Estado, a las que, por cierto, apenas les quedan gotas de leche.
O como la portavoz nacionalista, Ana Pontón, ¡qué bajo está cayendo el personal!, que apela al mantenimiento de los derechos democráticos para mantener su culo pegado al escaño.
Los políticos se han vuelto locos, locos, locos…
Es un escándalo que el Presidente aspire a tan reducido recorte de «aprietabotones», y es una obscenidad que los progresistas, esos charlatanes de feria (con las honrosas excepciones que confirman la regla), apelen a grandilocuentes conceptos, se disfracen de Robin Hoods de los más desfavorecidos, y estén pensando para sus adentros: ¡ande yo caliente y ríase la gente!
Lo que ignoran sus perversas señorías es que, ellos andarán calientes y estarán obsesionados con mantener su estatus en sucesivas legislaturas, pero la gente no ríe, lleva llorando ya unos cuantos meses, unos cuantos años.
¿Qué aportan tantos aprietabotones, aparte de gastos insostenibles, en El Congreso, en El senado, en los 17 Parlamentos Autonómicos, al conjunto del Estado de Bienestar? Si les quedasen unos gramos de vergüenza, de empatía, de solidaridad, de dignidad, cortarían por lo sano esta sangría de vampirismo representativo.