Que Carlos Saura, a sus 81 años recién cumplidos, tras treinta películas, muchos premios y un reconocimiento general a su trabajo como cineasta, se embarque en una versión teatral de uno de nuestros más reconocidos clásicos -‘El gran teatro del mundo’ de Calderón de la Barca- es todo un acontecimiento en la vida cultural española, una cita a la que se acude expectante e ilusionado. Pero es una cita decepcionante. Saura convierte el excelso auto sacramental, su riqueza conceptual, su trasfondo filosófico, su extraordinario lenguaje y su inspirado verso en una representación de fin de curso de instituto de enseñanza media, con escenografía pobretona e interpretaciones declamatorias y altisonantes. Parece un joven primerizo en su primer intento. Misterios de la ciencia.
El problema no es que la versión sea libre o irrespetuosa, el problema es que es muy mala. Calderón presenta este mundo como un teatro donde cada uno representamos el papel que nos ha tocado en suerte. Lo importante es hacer bien tu papel porque en la otra vida recibirás adecuado premio o castigo según haya sido tu actuación. Fascinado por la modernidad imperecedera de Calderón, inventor del teatro dentro del teatro, precursor de todos los Pirandello de siglos posteriores, Saura se ha visto tentado a intentar él también ‘una interpretación actual del tema’. Lástima que no se haya documentado mejor antes, que no haya seguido la pista de las muchas y buenas versiones anteriores. Por ejemplo la que llevó José Tamayo a Roma en el año 2000, que ya había presentado en la catedral de San Francisco el Grande en 1998 y que había recorrido la geografía española representándose en iglesias y monasterios, y hasta en la mezquita de Córdoba. «El texto, escrito en el siglo XVII, parece dirigido al público del año 2000», decía entonces Tamayo. «Por la claridad de ideas y porque los problemas que aborda nos afectan directamente, son cuestiones eternas».
Ciertamente, como decía la crónica de su estreno ante la curia vaticana, es una obra rigurosamente dogmática, que refleja a la perfección el catolicismo a la española, una corriente con personalidad propia, que protagonizó la Contrarreforma y que sigue aportando ortodoxias y heterodoxias al catolicismo actual. Saura pretende ‘optar por la desideologización de la obra’ pero se queda en darle a la Discreción categoría de Religión y muy poquito más. Saura querría presentarnos un dios dominante, caprichoso y exigente contra el que se rebelan sus criaturas ansiosas de independencia. Lo que significaría convertir la obra de Calderón en su antítesis. Pero del dicho al hecho todo se queda en un despropósito afortunadamente de corta duración y desafortunadamente de completo vacío.
Saura quiere quedarse con el pan calderoniano rompiendo el molde de su visión, ignorando contextos y queriendo parecer irreverente a base de un espantoso vestuario, frases de sainete, un horrible espacio escénico y un reparto errático conducido por un director que nos parece desnortado. Dirigir cine es muy distinto de dirigir teatro, y aunque el cine de Saura lleva años siendo remedo de ensayos teatrales, a través de la cámara y la edición coge una cierta compostura que en directo no sabe lograr. Sacar al mismo Calderón en escena, inventar este personaje postizo, termina de complicarlo todo. El doble juego de los actores interrogándose con frases coloquiales actuales sobre unos personajes que recitan en verso barroco destruye la obra original sin aportar el menor valor añadido. Suplir con proyecciones toda aportación escénica va en el mismo sentido.
José Luis G. Pérez hace un Calderón de teleserie, y entre sus cinco personajes -Rey, Hermosura, Rico, Discreción/Religión y Pobre- no hay casi nada que alabar, aunque sea de justicia señalar que resultan especialmente irritantes loos enfoques dados a los personajes que personifican Emilio Baule y Adriana Ugarte, y sólo aprueba en nuestro modesto parecer Eulàlia Ramon. Sobre el pañolón que hacen vestir al pobre Héctor Tomás, el numerito de los esqueletos, los aporreos por parte del rey y otras ocurrencias de patio de colegio vamos a correr un tupido velo.
Este borrón de Carlos Saura es el tercer atentado contra los clásicos que presenciamos en los últimos días, tras el cometido por Els Joglars contra ‘El coloquio de los perros’ de Cervantes y el presenciado en el Teatro Real contra la ópera Don Giovanni’ de Mozart. Una aciaga primavera en la que habría que pedir cuentas también a los instigadores y financiadores, en este caso a Natalio Grueso, el nuevo responsable de la programación de los teatros municipales madrileños.
VALORACIÓN DEL ESPECTÁCULO (del 1 al 10)
Interés: 6
Texto: 8
Dirección: 5
Interpretación: 5
Escenografía: 5
Realización: 5
Producción: 4
Programa de mano: 5
Documentación a los medios: 5
Naves del Español
‘El gran teatro del mundo’
De Calderón de la Barca
Versión libre y dirección de Carlos Saura
Del 4 de abril al 5 de mayo
Reparto por orden de intervención:
El Labrador – Juan, Antonio Gil
Calderón – Autor y Director, José Luis G. Pérez
El Autor – Don Andrés, Fele Martínez
El Mundo – Don Antonio, Manuel Morón
El Rey – Francisco, Emilio Buale
La Hermosura – Doña Inés, Adriana Ugarte
El Rico – Alberto, Raúl Fernández de Pablo
La Discreción – Beatriz, Eulàlia Ramon
El Pobre – Ángel, Ruth Gabriel
El Niño, Hector Tomas
La Institutriz, Tacuara Jawa
Ficha artística y técnica
Iluminación, Paco Belda
Espacio escénico y vestuario, Carlos Saura
Video escena, Tresmonstruos
Animación digital, Manuel y Adrián Saura
Efectos sonoros, Ignacio Hita
Una producción del Teatro Español.