La canícula ibérica no ofrece un panorama acogedor para dilucidar con sesudas tramas y complicados montajes dramáticos. Las salas comerciales madrileñas lo han comprendido a la perfección, y aprovechando además el cierre de los teatros públicos, ofrecen comedias ligeras y desenfadadas que si no refrescan por lo menos no acaloran. ‘Dinero negro’ es el mejor ejemplo en estos momentos, un vodevil de rigurosa factura, perfecta trama y sólidos personajes repleto del mejor humor inglés, con buena versión española y correctamente producido e interpretado. Un notable inesperado, una joya veraniega.
Su autor, Ray Cooney, es toda una autoridad en el teatro británico, un feliz octogenario que ha celebrado sus bodas de oro y está considerado ‘the Britain’s greatest living farceur’, el mejor autor actual de comedias. Entre sus muchos éxitos, figuran las conocidas y llevadas al cine Sé infiel y no mires con quien y Sálvese quien pueda. Esta ‘Funny money’ se estrenó en 1994 y tuvo en Francia tanto o más éxito que en Gran Bretaña. Nos llega ahora, dos décadas después, en una excelente adaptación que no ha perdido nada de sus brillantes diálogos y original trama, y la adapta a nuestro entorno con naturalidad y suprimiendo únicamente un personaje secundario.
Carlos es un empleado de banca que un día tiene la fortuna de que un cliente se confunda de maletín y se lleve el suyo con una bufanda que odia dejándole otro idéntico con diez millones de euros en billetes usados de 500. Obviamente es un cliente muy particular que representa a la mafia rusa reciclando ingresos ilegales en propiedades inmobiliarias londinenses. Celebrando esa inmensa suerte que va a cambiar su vida, intentará desaparecer con el dinero. Para ello tendrá que superar un enredo creciente en el que participan su mujer, los vecinos, un par de policías y un taxista, y en el que se suceden cambios de personalidad, simulaciones superpuestas y una sucesión de golpes humorísticos con final feliz.
Dinero negro es pura farsa, un juego constante de entradas y salidas de personajes, de coincidencias y de equívocos, de planes que siempre se tuercen y hay que recomponer: no es reflexión lo que se pretende, sino constatación de lo obvio, sorpresa y risas. Humor blanco, ironía sutil, levedad de tintas, todo lo que diferencia el inteligente humor a la británica del chusco, grueso y hortera humor carpetovetónico que aún domina en estos lares. La ligereza indulgente al tratar con delitos y pasiones, con defectos y manías no quita que por debajo haya lectura provechosa acerca de lo relativo de la amistad, de lo relativo de la moral, del huidizo sentido el deber, de la fugada idea de justicia y de ese dilema siempre presente entre lo correcto y lo incorrecto.
José Manuel Carrasco es un director joven, del que no sabemos más que ha montado algunos clásicos y se compatibiliza con el cine. Realiza un buen trabajo, con modestia y sin pretensiones. Escena, movimientos, diálogos, todo encaja. Apenas hay alguna digresión. Sólo un ligero deseo de llegar al final cuando efectivamente llega. Noventa minutos agradables, entretenidos, divertidos. Una comedia que se va asentando hasta acertar.
El elenco es todo él bien conocido en el mundillo de los seriales televisivos, empezando por ese célebre “Curtis” de los hombres de Paco. La tele les marca con un toque de indefinición necesitado de pulir y madurar cuando se sube a las tablas. Salvo Antonio Vico y Aitor Lagardón, que llegan con el tono puesto, los demás comienzan fríos pero van entonándose, en un progresar en el que destacan Ignacio Mateos y Jesús Cisneros. Fede Celada e Isabel Gaudí bordean lo histriónico, pero mantienen la eficacia. Celia de Molina y su marido están especialmente brillantes haciendo de esos primos argentinos inventados. La dicción en general puede mejorarse pues a veces se entendían mal algunos diálogos.
Cooney y el autor de la versión española, que ni siquiera figura en los créditos y debía ir en mayúsculas, hacen uso de todos los trucos teatrales para hacer reír -el tartamudo, la ebria, los chillidos- pero lo hacen si abusar. Lo mismo puede decirse del director con los movimientos en escena. Todo engrana. Ciertamente, escenografía, iluminación, vestuario y sonido son elementales, por no hablar de los efectos sonoros, estrictamente para cumplir. Pero la producción economiza sin llegar a poner en riesgo el resultado.
El teatro estaba casi lleno este miércoles de agosto canicular, con las calles vacías y el ambiente caldeado. Tan buena entrada, y las muchas risas espontáneas, y los muchos aplausos al final, explican que vaya a prorrogar su estancia y ampliar funciones a partir del 6 de septiembre. Dado el calendario previsto, variado en días y horas, el Amaya debería mejorar su información al público.
Teatro para pasar un buen rato. Y que no falte.
Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 7
Texto, 8
Dirección, 8
Interpretación, 7
Montaje, 6
Producción, 7
Teatro Amaya (Paseo General Martínez Campos, 9)
‘Dinero negro’, de Ray Cooney
Desde el 6 de agosto de 2015
DIRECCIÓN: Jose Manuel Carrasco
PRODUCCIÓN: Descalzo Producciones
Coordinación de vestuario y escenografía: Yolanda Aréstegui
Iluminación: Raquel López
Efectos de sonido: Javier Pérez Duque
Diseño gráfico: Javier Naval
Fotografías: Carlos Martín
Producción ejecutiva: Jesús Cisneros
REPARTO:
Fede Celada – el contable Carlos
Isabel Gaudí – su esposa Ana
Antonio Vico – el inspector Sotillo
Celia de Molina – la vecina Isabel
Ignacio Mateos – su marido Óscar
Aitor Legardón – el taxista Guti
Jesús Cisneros – el inspector Morales.