Don Carlo de Verdi, visto por Boadella

Una gran producción que acerca la ópera a la gente y despeja leyendas negras

Don Carlo de Verdi, visto por Boadella
Don Carlo - Teatros del Canal

Un libreto tendencioso y sucesivas puestas en escena cargando las tintas de la leyenda negra, habían convertido esta ópera de Giuseppe Verdi en un trago amargo para cualquiera que ame la verdad tanto como la belleza musical. Albert Boadella ha asumido el reto de un montaje más equilibrado que reivindica la figura de Felipe II y explicita la locura de su hijo primogénito, el príncipe Carlos. Tras su estreno el pasado año en El Escorial, ha llegado a Madrid con todas las localidades vendidas y un éxito merecido. Música y escena a niveles sobresalientes.

Don Carlo, o mejor dicho, Don Carlos, es una clara muestra del talento de Giuseppe Verdi (1813-1901), la vigésimo tercera de las 26 que compuso. En ella propone ese segundo impulso armónico que aplicará hasta sus últimas consecuencias en sus tres partitura operísticas siguientes, culminando en Falstaff. Encargada con motivo de la Exposición Universal de París de 1867, se estrenó en francés en esa ciudad, aunque luego Verdi la reescribiría en italiano en tres sucesivas revisiones. Boadella explica, tal y como debiera hacerse siempre, los cambios introducidos: “Utilizo la versión de cuatro actos eliminando el acto inicial de Fontainebleau. De esta versión corto, en la escena del auto de fe, el fragmento de la salida del cortejo real con el anuncio posterior del heraldo. Felipe II no saldrá del templo sino que entrará junto a Isabel para ser rápidamente abordado por Carlos y los representantes flamencos. También corto la revuelta popular y la correspondiente intervención del inquisidor entre los amotinados. Sin embargo, justo antes, mantengo la entrada del rey después de la muerte de Rodrigo –amigo y confidente de Don Carlo–, añadiendo el diálogo (lacrimosa) de Carlos y Felipe con el concertante posterior y el coro de nobles que acompañan al monarca. Así mismo, en el final de la ópera, después del suicidio de Carlos, y mientras este muere en los brazos de su padre, finalizo con el coro de monjes, tal como acaba la versión original francesa”.

Los libretistas partieron directamente del texto del escritor romántico alemán Friedrich Schiller (1759-1805), que en buena parte asimiló los argumentos más tradicionales de la «leyenda negra» construida en el siglo XVI en pleno periodo de hegemonía política hispana. El libreto utiliza a los protagonistas reales para desarrollar un relato desfigurado y tremendista. Y así la ópera Don Carlo, además de título destacado del repertorio operístico, fue también una forma especialmente efectiva de restablecer, tres siglos después, un capítulo esencial de la ‘leyenda negra’ fabricada contra la poderosa España de Felipe II. Una visión sombría que ha perdurado durante siglos y que ha sido adoptada incluso por muchos españoles; sirva de muestra el Don Carlo de Schiller que Calixto Bieito montó para el Centro Dramático Nacional en 2009 (ver nuestra reseña de entonces).

Albert Boadella califica con razón el libreto como un relato “absolutamente opuesto a la realidad histórica” y propone introducir “ciertas aproximaciones a la verdad”, decisivos matices desconocidos en los montajes realizados hasta la fecha, como la esclarecedora locura de Don Carlo o la mayor humanidad de Felipe II. Sostiene que determinados aspectos de la realidad histórica, al ser incorporados a la ópera sin desmontar la estructura esencial, consiguen aportar una mayor complejidad al drama. Su trabajo se concentra esencialmente en las formas interpretativas de los personajes “El cambio esencial radica en la actuación”, asegura. La demencia que en realidad sufría el infante resulta fundamental para entender el carácter psicótico y maniático de su enfrentamiento con su padre, su tormentosa relación, así como sus extravagantes intrigas respecto a Flandes que acabaron provocando su encierro. El Don Carlos de Boadella terminará por quitarse la vida con su propia espada, lo que para Boadella significa una mayor aproximación a la verdad histórica, “pues su muerte no fue una orden expresa del monarca, sino que falleció a causa de su desquiciada y suicida actitud durante el cautiverio”.

De la misma manera, Felipe II “es presentado como un monarca de mayor humanidad, en contraste a la cruel y despiadada conducta, casi siempre muy acentuada por los directores en todas las versiones. Trato de retratar a un hombre con las enormes contradicciones del poder y la dolorosa tragedia que significa la situación moral y mental de su hijo primogénito, futuro heredero en el trono. En cuanto a su relación con su esposa Isabel de Valois, el amor de Felipe II hacia la reina es expresado a través de ciertos gestos afectivos así como los feroces celos que le desgarran” .

La puesta en escena, siendo premeditadamente modesta y minimalista, consigue un alto nivel. Sin llegar a las inalcanzables producciones que se ven en el Teatro Real, es muy superior a todo lo que en esta ciudad se viene viendo fuera de ese coso, incluida buena parte de la oferta del Teatro de la Zarzuela. Siendo muy sencilla la escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda, es variada y elocuente, y sabe con uno o dos detalles construir la atmósfera de las sucesivas escenas, enmarcadas en una adecuada negrura y sujetas por un pavimento de lujo (cosa infrecuente sobre nuestras tablas) en cuyo centro se abre una trampilla de gran eficacia narrativa. Recurriendo al Jardín de las Delicias de El Bosco y otros cuadros famosos se insinúan jardines, estancias y presencias determinantes. Unas cadenas colgantes bastan para hacer de prisión, y una enrevesada raíz gigantesca sitúa el lugar de la postrera cita.

Sobre esta austeridad visual, el figurinista Pedro Moreno despliega una variedad y belleza de vestuario que mantiene un relámpago de colores todo el espectáculo, sobre todo en las conseguidas escenas corales, mientras que la iluminación de Bernat Jansa pasa desapercibida de ser tan precisa y natural.

La velada del estreno en Madrid comenzó débilmente en su aspecto musical. La orquesta apenas sonaba, el coro estaba desmayado, y algunas voces (especialmente Isabel de Valois) se perdían. Daba la impresión de falta de ensayos y de no haber tenido el imprescindible ensayo general al completo. Pero afortunadamente todo fue mejorando y encajando hasta conseguirse una buena interpretación colectiva. La dirección musical de Manuel Coves conseguiría que la Orquesta de la Comunidad de Madrid, fundamentalmente versada en zarzuela, sonara operística y verdiana, y conjuntara felizmente con cantantes y coro. El tenor Eduardo Aladrén, que daba vida a Don Carlo, hizo un protagonista con altibajos, enorme a veces, dubitativo otras. Su voz se quebró en un par de ocasiones, al comienzo y al final de la obra, y su forzada interpretación actoral no resultó brillante. Sin duda es difícil hacer de desequilibrado mental y cantar al mismo tiempo como un héroe, y este buen tenor nos pareció sufrir las consecuencias en forma de sobreactuación interpretativa e incerteza vocal. Frente a él, el bajo Simón Orfila elevó mucho más alto a Felipe II, con mejor actuación actoral y vocal. Ya aludimos a que la soprano María Rey-Joly comenzó francamente débil, pero añadamos que terminó soberbia en esta Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II. También la mezzo-soprano Nancy Fabiola Herrera, asumiendo el papel de la princesa de Éboli, estuvo a punto de eclipsarla, per conforme avanzó la pieza las fuerzas se equilibraron. El barítono Damián del Castillo interpretando el papel de Rodrigo, amigo y confidente de Don Carlo, comenzó muy convincente y mantuvo un alto nivel en todas sus intervenciones, aunque al final nos pareciera un tanto apagado. El bajo Rubén Amoretti en el papel del Gran Inquisidor y el también bajo Francisco Crespo, que interpretaba al fraile, completaron el buen hacer de todo el elenco.

Su estreno el pasado julio, acompañado de un debate y un curso de verano, en el Auditorio de San Lorenzo del Escorial -en cuyo celebérrimo monasterio vivieron los protagonistas de este drama y donde reposan sus restos-, tuvo otro reparto que incluía a José Bros como Don Carlo, John Relyea como Felipe II, Ángel Ódena como Rodrigo, Virginia Tola como Isabel de Valois, Ketevan Kemoklidze como Princesa de Éboli, Simón Orfila en el fraile y Luiz Ottavio Faria como inquisidor, todos bajo la dirección de Maximiano Valdés, también con la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Aunque no pudimos verlo entonces, a tenor de las referencias que tenemos no parece inferior lo ofrecido este domingo en la capital.
 
Gran trabajo de popularización del género operístico el realizado por los Teatros del Canal, que a la vista del éxito de sus ya varias incursiones, debiera sin duda fijar el género en su programación futura (obras completas, no remix ocurrentes). Es un escalón intermedio y necesario entre Real/Zarzuela y otras iniciativas privadas de menor calado. Un público de clase media normalita vivió fascinado las casi cuatro horas que duró un espectáculo de un género que probablemente les resultaba lejano. Al terminar premió con entusiasmo lo presenciado y aclamó con cariño a este Albert Boadella que ha conseguido mucho y bueno al frente del ya consolidado buque insignia cultural de la Comunidad de Madrid.

Aproximación al espectáculo (valoración del 1 al 10)
Interés: 9
Dirección musical: 7
Dirección artística: 8
Voces: 7
Orquesta: 7
Escenografía: 8
Producción: 8
Programa de mano: 7
Documentación a los medios: 8

 
TEATROS DEL CANAL
Don Carlo, de Giuseppe Verdi
ópera en cinco actos con música de Giuseppe Verdi y libreto en francés de François Joseph Méry y Camille du Locle, basado en el drama Dom Karlos, Infant von Spanien de Schiller. Tuvo su primera representación en el Teatro Imperial de la Ópera el 11 de marzo de 1867.
28 de febrero, 2 y 5 de marzo de 2016

Director de escena: Albert Boadella
Director Musical: Manuel Coves
Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda
Figurinista: Pedro Moreno
Iluminador: Bernat Jansa
Coreógrafo: Amauri Lebrun
Director del Coro: Pedro Teixeira

Elenco:
Don Carlo – Eduardo Aladrén (tenor)
Felipe II – Simón Orfila (bajo)
Princesa de Éboli – Nancy Fabiola Herrera (mezzo soprano)
Rodrigo, marqués de Posa, amigo y confidente de Don Carlo – Damián del Castillo (barítono)
Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II – María Rey-Joly (soprano)
Fraile – Francisco Crespo (bajo)
Inquisidor – Rubén Amoretti (bajo)
Tebaldo – Belén Lopez
Voz del cielo – Auxiliadora Toledano

Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid
Coproducción del Festival de Verano de San Lorenzo de El Escorial y los Teatros del Canal.
Duración: 3 horas 40 minutos (dos descansos incluidos).

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

Lo más leído