1949, 1984, 2018… las vueltas que da el mundo

El 'Big Brother' anida aún en muchas cabecitas que creen en soluciones fáciles

1949, 1984, 2018... las vueltas que da el mundo
1984 - Teatro Galileo

La célebre novela de George Orwell es una predicción estremecedora de una pesadilla del pasado reciente. Su conexión con el mundo actual es colateral, metafórica y nada textual. LLevarla al teatro parece fácil, pero no lo es como demuestra esta deficiente puesta en escena de un gran texto bien versionado e interpretado. Más de dos horas de duración es demasiado incluso para ‘1984’.

Saber y no saber, saber lo que es verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas… No son como creyó el autor los gobiernos los que lo exigen, son los estupendos ciudadanos los que lo hacen: voluntaria y arrogantemente. La obra cumbre de George Orwell era una sátira despendolada de lo que podía ocurrir en Europa si los partidos comunistas llegaban al poder. Una ficción política que retrataba a la sociedad del futuro como una dictadura totalitaria. En la novela, el control del Partido sobre toda la sociedad, la tecnología, las cámaras de vigilancia, la manipulación asfixian cualquier resquicio de libertad. El pensamiento, el amor, el sexo y cualquier recuerdo son actividades que han de ser controladas. El Hermano Mayor, el Big Brother, vigila cada movimiento. Pero Winston, un hombre corriente, despierta gracias a un amor secreto y junto a ella deciden unirse a una organización clandestina aunque tenga que realizar los peores crímenes por la Causa y sea casi seguro que pronto los detengan y les ‘volaticen’.

¿Es posible hoy ‘1984’? ¿Es posible hoy el terror como forma de gobierno? No por esta parte del planeta. Pero los métodos de control social se han sofisticado y sus poseedores no son ya principalmente los Estados. Hoy sí existe una tecnología capaz de controlar hasta el último movimiento de cualquier ciudadano y esa tecnología se está utilizando. Sí, pero no hay partido único, ni Estado omnipresente, hay muchos y variados poderes disputando el dominio de las pobres mentes humanas. Hoy sí existe una capacidad de manipular el pensamiento y el lenguaje, con medios más poderosos que lo que soñaron Goebbels o Stalin, que pueden reducir nuestra capacidad de pensar y de rebelarse contra el poder. Pero el mundo que Orwell previó no es el actual… ¿Por qué, que falló en sus predicciones? Esas son las preguntas importantes de ‘1984’ en 2018, y esas precisamente las difíciles de responder, las que esta adaptación ni intuye. No se lo reprochamos, es bien difícil.

‘Una radical inmersión del público para que el espectador pueda situarse como víctima o cómplice del mundo que contempla. Estética retro-futurista, recursos escénicos creados en vivo por los actores, que conviven con tecnología audiovisual instrumentada a través de herramientas en desuso en nuestra sociedad de hoy’, dice ofrecernos Carlos Martínez-Abarca. Pero el montaje que dirige tiene una atroz puesta en escena, impropia de una compañía que se precie. Es un amasijo de desguace, un basurero con dos somieres, sillas deesparejadas, cacharros viejos, que no sólo da sensación de improvisado sino que resulta incomprensible, sólo justificado en no gastar un maldito euro en una producción reducida a una estanterías en las que algunos viejos monitores muestran vídeos, y se aluden mal que bien a los muchos ambientes -casa, trabajo, comedor, calle, bosque, mansión, prisión, calabozo y celda 101- en que debe discurrir la obra.

En vez de urdir una puesta en escena a la altura de un texto como este, el director -que fue ayudante de Blanca Portillo como directora del reciente El ángel exterminador- lanza panfletos a la modas populista que dicen poco de sus exigencias intelecvtuales: ‘Los políticos de hoy son hijos de lo que advirtió Orwell y de la comunicación política nazi creada por Goebbels. Nos hemos deslizado hacia una política de información en la que todos los políticos suscriben esta estrategia punto por punto, repitiendo la mentira hasta que la creamos o nos hagamos indiferentes, simplificando los mensajes y manipulando emociones… la esperanza es que la gente no es imbécil y todavía puede reaccionar contra políticos estúpidos y mala gente… Las dos superpotencias, Estados Unidos y Rusia, están gobernadas por una persona sin escrúpulos, machista y racista como Donald Trump y por un asesino como Putin ¿Qué habremos hecho para que después del triunfo de las democracias occidentales del planeta esto triunfe?… Un amigo me ha dicho esto es lo que hace el gobierno de Venezuela, otro lo había visto en China y otro dijo que esto pasa en España’.

Además de tan deficiente puesta en escena, tampoco brilla una dramaturgia medianamente interesante ni una dirección actoral que merezca el nombre. Van entrando en escena como pueden los tres personajes principales y los varios secundarios a cargo de J.L. Santars. El feo contexto y las peregrinas interpretaciones no consiguen estropear la buena labor de los actores. Alberto Berzal es un notable Wiston Smith aunque lo prolijo de sus torturas a base de descargas eléctricas sea un excesivo castigo para él y los espectadores; Cristina Arranz hace una Julia simpática aunque no pueda expresar sus repentinos cambios, de fanática a enamorada y de chica feliz a terrorista suicida. lo mismo le pasa a Luis Rallo en ese O’Brien inmutable que viaja de teórico totalitario a frío revolucionario e implacable torturador sin mover una ceja. Es el que mejor se expresa verbalmente, pero es un maniquí polivalente. En cuanto a José Luis Santars hace la misma faena en las lidias de sus cuatro personajes -el dócil compañero de trabajo, el vecino entusiasta del Régimen, el marginado superviviente de la época anterior que es en realidad un repugnante chivato, y el criado y secuaz de 0’Brien: hasta el punto que a veces no se les distingue. Los cuatro actores del elenco se entienden, fueron compañeros en el Laboratorio William Layton y se sienten colegas.

Afortunadamente, en escena el director no introduce ocurrencias de paralelismo con el día de hoy. De esa forma, el texto de Orwell resiste como profecía errada, como advertencia tremebunda, como expiación de un pasado colaboracionista, pero sin que pueda acercarnos a la complejidad de los problemas actuales de un mundo profundamente transformado ochenta años después. Ni en 1984 ni en 2018 ha sucedido, afortunadamente, lo que planteaba a modo de advertencia, y para explicarlo se necesitan dosis de energía, inteligencia, intuición, conocimientos y experiencia que no están a la altura de cualquier mortal. Es más, nadie aún lo ha conseguido.

También en el año 2009 pudo verse otra versión de ‘1984’ en el María Guerrero (en sus inolvidables ciclos de ‘Una mirada al mundo’) dirigida por el famoso Tim Robbins con la compañía californiana The Actor’ Gang, Era tan irreprochable, tan buena en puesta en escena e interpretación, como lejana y fría, tan fiel al autor como anclada en aquel su tiempo (ver nuestra reseña de entonces).

‘1984’ debe leerse, dramatizarse y verse como un testimonio de inmensa valía de un buen escritor comprometido en la denuncia del horror del comunismo que un día él también creyó liberador. Orwell murió de tuberculosis en un hospital de Londres en enero de 1950, apenas unos meses después de que el libro fuera publicado, a la edad de cuarenta y seis años. Parece que había dicho: ‘Yo no creo que el género de sociedad que describo vaya a suceder forzosamente, pero lo que sí creo (si se tiene en cuenta que el libro es una sátira) es que puede ocurrir algo parecido. También creo que las ideas totalitarias han echado raíces en los cerebros de los intelectuales en todas partes del mundo y he intentado llevar estas ideas hasta sus lógicas consecuencias’. Los intelectuales -¡deus meus!- para otro día.
 
VALORACIÓN DEL ESPECTÁCULO (del 1 al 10)
Interés: 7
Texto: 9
Versión: 8
Dirección: 5
Puesta en escena: 4
Interpretación: 7
Producción: 5
Programa de mano: 5
Documentación a los medios: n/h

TEATRO GALILEO
1984, de George Orwell
Versión para la escena de Javier Sánchez-Collado y Carlos Martínez Abarca
Del 15 de marzo al 15 de abril de 2018

Dirección: Carlos Martínez Abarca
Intérpretes:  Cristina Arranz, Alberto Berzal, Luis Rallo y José Luis Santars
Una producción de PARADOJA TEATRO
Jueves, viernes y sábado 20h. Domingo 19h. 

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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