La Familia, los Zetas, el Cártel del Golfo, el de Sinaloa han dejado un reguero de miles de policías y fuerzas de seguridad, abatidos a tiros
La Secretaria de Estado Hillary Clinton, el de Defensa Robert Gates y la de Seguridad Janet Napolitano no ocultaban sus caras de preocupación.
El presidente Felipe Calderón tenía el rostro circunspecto aunque se le fue relajando en función de los compromisos de las altas autoridades de los Estados Unidos cuando, una vez más, le prometieron su ayuda para erradicar de una vez por todas el narcotráfico.
Para cuando llegaron a México este martes, 10 personas habían sido asesinadas dos días antes; dieciocho mil desde que comenzó el presidente Calderón su mandato hace algo más de tres años.
Washington se encuentra con la autoridad moral de ampliar el Plan Mérida. Un plan que suscribieron el pasado año con cerca de cien millones de dólares y que iba a servir fundamentalmente para la entrega de armamento y helicópteros.
La Familia, los Zetas, el Cártel del Golfo, el de Sinaloa han dejado un reguero de miles de policías y fuerzas de seguridad, abatidos a tiros. En muchos casos incluso peor: decapitados, mutilados. Utilizan los métodos más violentos para amedrentar a la sociedad civil.
Quieren poner al Estado contra las cuerdas, por eso lo salvaje de sus actos. Pero Washington tiene que echar el resto. Al final, el consumidor no es mexicano. La droga se consume en el país del norte.
Los cárteles ven al estadounidense como su principal consumidor. Con un filón de esas características no van a dejar que nadie les quite el negocio, sobre todo cuando anualmente se manejan cifras de más de cien mil millones de dólares.
Calderón tomó una decisión valiente cuando quiso coger al toro por los cuernos. Lo único malo es que aquel toro era un miura que ya se ha llevado a dieciocho mil personas y lo peor, es que queda aún mucha administración. Calderón se encuentra en su ecuador. Esperemos que el balance finalmente sea positivo.
NOTA.- este artículo se publicó originalmente en La Gaceta.