La oposición resiste hasta el final en la calle contra la Constituyente chavista
El régimen dictatorial de Nicolás Maduro se está disolviendo. Ya no le queda más que la violencia para sostenerse, puesto que hace tiempo que agotó la poca legitimidad que le quedaba.
Ello justifica que haya países que recomienden a sus nacionales que abandonen el país y también explica que muchos de los dirigentes del régimen bolivariano que le han apoyado empiecen a pensar en hacer lo propio con sus familias, anticipando un desenlace inminente, porque no les queda más que aferrarse al último madero flotante de una dictadura en plena zozobra.
Con una rebelión democrática generalizada en las calles, las pretendidas elecciones constituyentes de este domingo 30 de julio de 2017 son una farsa que nadie reconocerá.
Solo alguien tan obtuso como Maduro podría pretender que una sociedad pacte las reglas básicas de convivencia a base de palos contra los que no están de acuerdo.
Y, desde luego, es ilusorio pensar que servirán para resolver los terribles problemas que atraviesa el país y que justifican el clamor generalizado contra los dirigentes de la dictadura.
La economía está congelada por la desastrosa gestión del chavismo y el Estado no funciona salvo para lo que queda de labores de represión.
Un país no puede mantenerse en esta situación y la idea de Maduro de intentar ganar tiempo con su burda maniobra constituyente, o reclamando un diálogo forzoso, no servirá para nada.
Tampoco cambiaría las cosas -en todo caso a peor- que a Maduro lo sustituyese el vicepresidente Diosdado Cabello, porque el chavismo se ha inhabilitado a sí mismo con cada uno de los 108 muertos que ha causado en esta etapa de protestas.
El final se acerca y a la dictadura chavista no le queda más que facilitar un final ordenado reconociendo su fracaso.
