La prueba del algodón para confirmar la existencia de un país absurdo es ver la reacción de las autoridades tras meter la pata
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Hay dos naciones que son campeonas del mundo en la ridícula modalidad de cogérsela con papel de fumar. Una es Australia, capaz de cambiar las normas de seguridad de los karts para que las afganas con burka puedan montar.
La otra, y medalla de oro, es Canadá. Aquella mañana de miércoles, hace dos semanas, la profesora de la pequeña de 4 años Nevaeh Sansone le pidió que dibujara algo, lo que quisiera… La niña cumplió la tarea y entregó el dibujo de un hombre que llevaba en la mano una pistola.
La señorita preguntó a Neaveh que quién era aquel hombre. «Es mi papá», respondió Nevaeh. La profesora le dijo que por qué llevaba una pistola. La niña contestó: «Es la pistola que tiene mi papá para matar monstruos y hombres malos».
La profesora llevó el dibujo al despacho del director y contó lo que acababa de decir la pequeña Nevaeh. El director llamó al asistente de Servicios de Familia e Infancia y narró la misma historia.
La siguiente llamada fue a la Policía del condado de Waterloo para informar de que en la residencia de los Sansone había una pistola semiautomática que podía estar, cielo santo, al alcance de los niños.
Unas horas después, Jessie Sansone, de 26 años, el padre de Nevaeh y de otros dos alumnos del Colegio de Primaria Forest Hills de la ciudad canadiense de Kitchener, en Ontario, fue a recoger a sus hijos.
En cuanto vio a Sansone, el conserje de la entrada le indicó que tenía que ir a ver al director del colegio. Sansone no receló.
Cuando abrió la puerta, el director Steve Zack le esperaba junto a tres policías que le arrestaron y le esposaron con las manos a la espalda sin decirle por qué (esto es Canadá; lo demás es Hollywood).
En medio de la marabunta del final de las clases, Jessie Sansone fue sacado del edificio a la vista de todos y conducido a un coche patrulla que salió disparado hacia la comisaría.
Allí, Sansone fue llevado al calabozo, le dieron una manta, le señalaron el camastro y le comunicaron que pasaría a disposición judicial al día siguiente, a primera hora de la mañana, y que entonces se le fijaría una fianza.
Poco después, un abogado de oficio se presentó a Sansone y le informó de que había sido detenido por tenencia ilegal de un arma de fuego. El padre de Nevaeh gritó que estaban equivocados.
De inmediato, la Policía se presentó en la casa de los Sansone, donde estaban su mujer, Stephane Squires, y un bebé de 16 meses.
Los agentes, sin una orden de registro, allanaron la casa y ordenaron a Squires que fuera a buscar a sus hijos al colegio y que se presentara en la oficina central de Servicios Sociales de Kitchener (200.000 habitantes) para ser entrevistada.
Dos equivocaciones
Mientras tanto, en la comisaría, la Policía ordenaba a Jessie Sansone que se desnudara por completo para registrarle.
Aquello no era un procedimiento habitual. Sansone, atemorizado, obedeció. Él solo recuerda que gimoteaba mientras les decía que aquello era un error, que tenía que ser un error…
Siete horas después del arresto, un agente llegó al calabozo, abrió la puerta y le dijo a Sansone que era libre, que todo había sido una equivocación.
El agente, muy amable ahora, le pidió a Sansone que firmara una simple formalidad: una autorización para registrar la casa que ya habían registrado. Jessie Sansone, en estado de shock, legalizó lo ilegal, y firmó.
El agente -agradecido- le explicó a Sansone lo que había ocurrido. Ya saben: la profesora, la niña, el dibujo «muy preciso» de una pistola semiautomática, los monstruos, servicios sociales, el director Zack, la llamada… y que en el registro de su casa la Policía había encontrado una pistola de juguete, de plástico transparente; la misma que Jessie Sansone le enseñaba a su hija de 4 años al anochecer, cuando la pequeña sentía miedo de los monstruos que se adueñan de los armarios y de los hombres malos que esperan encaramados a las cornisas a que los niños se duerman…
Con aquella arma de plástico en la mano, Sansone le decía a Nevaeh que no tenía nada que temer. Y se equivocaba.
Prueba no superada
La prueba del algodón para confirmar la existencia de un país absurdo es ver la reacción de las autoridades tras meter la pata.
En el caso Sansone, el Gobierno se ha felicitado de que «los protocolos de actuación del colegio y de la Policía hayan funcionado correctamente para proteger a unos niños ante el indicio racional de que podrían estar en peligro porque su padre podría haber estado cometiendo un crimen».
Peor aún: el superintendente del distrito escolar de Waterloo ha asegurado que la decisión fue la acertada porque «el colegio comparte la paternidad de la niña», y que espera que «en virtud de esa copaternidad, podamos olvidarnos de todo esto y seguir adelante».
NOTA.- LEER ORIGINAL EN ‘LA GACETA’