Suponga que usted es un progresista apasionado y convencido. Hace cuatro años, cautivado por la biografía de Barack Obama e inspirado por su oratoria, usted le votó con orgullo.
Usted suscribe su esperanza de promesa y cambio. Estaba profundamente conmovido por el progreso racial que él representaba. Pero sobre todo, le votó porque él era reflejo de opiniones muy progresistas. Usted no quería un Demócrata en la Casa Blanca simplemente, usted quería un Demócrata que incorporara los valores progresistas a la política nacional norteamericana.
Usted pasó ocho años cabreado por las ofensas de George W. Bush a la Constitución; por fin, pensaba, iba a apoyar a un presidente para el que las libertades civiles serían la prioridad inquebrantable.
Un presidente que no se dejaría seducir por Wall Street y sus montañas de dinero. Que no seguiría con la guerra contra el terror abandonando valores norteamericanos centrales ni violando derechos humanos básicos. Un presidente cuya administración iba a funcionar a plena luz, una joya de transparencia, claridad y respeto a la ley. Ese era el presidente que usted esperaba.
No es el presidente que llegó. «Voy a dejar claro que los días de comprometer nuestros valores son historia», decía Obama en 2007 haciendo campaña por la candidatura presidencial Demócrata.
En un discurso en el Woodrow Wilson Center, había puesto a caer de un burro el enfoque del contraterrorismo de Bush – los excesos de la Patriot Act, los pinchazos sin orden judicial, la detención indefinida de los sospechosos de terrorismo – – por ser reflejo de «una falsa elección entre las libertades que apreciamos y la seguridad que exigimos».
En una administración Obama, prometía, las cosas serían distintas. Pero el presidente al que usted votó no ha abandonado la herencia antiterrorista de Bush, ni por asomo. Desde que fue investido Obama, los pinchazos sin orden judicial de las comunicaciones nacionales de los estadounidenses se han disparado.
Según el nuevo informe de la Unión Americana de Libertades Civiles, «durante los dos últimos años se han espiado más comunicaciones electrónicas entre particulares que durante la década anterior entera».
En lugar de derogar la Patriot Act, Obama aprobó una ley que amplía su vigencia hasta el año 2015. El presidente que iba a cerrar las instalaciones norteamericanas de Guantánamo anda hoy gastando millones de dólares en actualizarlas.
Lejos de eliminar los juicios militares, ordenó que se reanudaran. El progresista elocuente que prometía invertir los excesos belicistas post-11 de Septiembre de Bush se ha convertido prácticamente en un calco de quien solía condenar. Se reúne con regularidad para examinar «una lista» de sospechosos de terrorismo y decidir cuál va a ser objetivo de un asesinato selectivo.
Ha ampliado de forma drástica la guerra con vehículos no tripulados que comenzó Bush, haciendo llover misiles sobre países con los que no estamos en guerra, y matando o hiriendo de gravedad a cientos de inocentes en el ínterin. Sorprendentemente, ha llegado a reivindicar — y a ejercer — las competencias para ordenar el asesinato extrajudicial de terroristas con pasaporte estadounidense.
De campaña, su principal prioridad fue que elevar el fallo del aborto. «Lo primero que haré como presidente es aprobar la Ley de Libertad de Elección», anunciaba. Una vez investido, el asunto desapareció de su agenda. Los ataques estadounidenses con vehículos no tripulados en Pakistán y Yemen, escalados de forma acusada con el Presidente Obama, han costado la vida o heridas de gravedad a cientos de niños. Usted confiaba en Obama cuando dijo que su administración sería «la más abierta y transparente de la historia».
En lugar de eso, declaró una guerra sin precedentes a las filtraciones y los chivatos, y se encerró en «una burbuja de opacidad». ¿Se imaginaba usted que ampliaría las bajadas tributarias Bush a las rentas altas cuando usted votó a Obama en 2008? ¿Que destacaría efectivos estadounidenses en Libia sin la aprobación de la cámara baja que él mismo había dicho que exige la ley? ¿Que manifestaría tan escasa preocupación por los disidentes y manifestantes pro-democracia que se enfrentan a la tiranía?
¿Que expulsaría a 1,2 millones de inmigrantes en situación irregular en cuestión de tres años, más que ningún otro presidente desde la década de los 50? ¿Que llenaría su administración con tantos antiguos lobistas – tras haber prometido que él no lo haría?
Si un presidente Republicano llevara un recorrido tan atroz, usted estaría haciendo lo posible por impedir su reelección. ¿Podrá usted votar a un Demócrata de esa misma trayectoria con la conciencia tranquila?
(Jeff Jacoby es columnista del New York Times/ Boston Globe)