La fertilidad en América lleva años descendiendo. Según el Pew Research Center, la tasa de natalidad nacional alcanzó en 2011 un mínimo histórico – sólo 63 nacimientos por cada 1.000 mujeres en edad de concebir. En el apogeo del Baby Boom en 1957, la tasa era prácticamente el doble — 123 nacimientos por cada 1.000 mujeres.
¿Qué es lo que ocupa su lugar a medida que niños y bebés desaparecen de una sociedad? Una respuesta, como destaca el periodista Jonathan V. Last en su obra de próxima publicación «Qué esperar cuando nadie está de buena esperanza», son los animales domésticos.
En las encuestas recabadas desde la década de los 40 a la década de los 80, menos de la mitad de los estadounidenses decía tener mascota. Hoy 300 millones de seres humanos en América tienen 360 millones de mascotas. Last pone las cosas en perspectiva: «Los animales domésticos estadounidenses superan ya a los niños estadounidenses por más de cuatro a uno».
Con frecuencia esas mascotas son cuidadas hasta extremos que hasta hace poco habrían sido considerados excéntricos. El gasto medio de las familias propietarias de un perro en cuidados animales, por ejemplo, se multiplicó por un factor superior a dos entre 1998 y 2006.
Last destaca que cuando cerraron unos almacenes de ropa infantil del barrio acomodado de Washington en el que residía, fueron reemplazados por un spa para perros — dejando al barrio con «seis tiendas de lujo para animales y solamente dos tiendas dedicadas a la ropa de niño».
La manía por los animales domésticos no es lo único que se presenta cuando la tasa de natalidad se hunde. También aparecen el estancamiento económico, la contracción de la innovación, una caída en el estilo de vida, el crecimiento del gasto sanitario y las pensiones de una población envejecida, y unos impuestos cada vez más altos imprescindibles para financiar la red de protección social cuando hay menos trabajadores y empresarios. El optimismo, el crecimiento de los mercados y el dinamismo tecnológico retroceden, reemplazados por la soledad y el conflicto intergeneracional.
Mucha gente, es cierto, sigue convencida de la validez de la falacia Malthusiana. La superstición que dice que el planeta ya está demasiado poblado y que más seres humanos significan más hambre, más miseria y más expolio medioambiental es popular. Pero destacados demógrafos y economistas, entre otros, llevan años advirtiendo de que una población que desaparece conduce a escasez, a miseria y a inquietud social.
«Si le parece que un descenso de la población va a ser una bendición para la sociedad», escribe Megan McArdle en el Daily Beast, «eche un detenido vistazo a Grecia. Ése es el aspecto de un país cuando se vuelve inevitable que el futuro sea más pobre que el pasado: ruptura social, ruptura política, catástrofe económica».
Si es así, Grecia va a estar muy acompañada. Las tasas de natalidad están cayendo en todas partes. La media de edad en muchos países ya supera los 40 años, muy por encima de los años considerados fértiles. En ciertos lugares, la tasa de natalidad en caída libre puede achacarse a la coacción dictatorial: para implantar su política «Hijo Único», China ha empleado métodos que oscilan entre las multas cuantiosas y la pérdida del puesto de trabajo, pasando por el aborto o la esterilización obligatorios.
Los resultados han sido brutales: cientos de millones de embarazos se han interrumpido, la media de edad de la población de China es de 36 años y subiendo, y la tasa de natalidad china es hoy de 1,54 – muy por debajo del 2,1 imprescindible para mantener una población que se renueva.
Pero como señala Last, la tasa de fertilidad de las mujeres blancas norteamericanas con educación universitaria — una forma de decir clase media estadounidense — es de 1,6. «En otras palabras, América ha dado lugar a su propia versión política del ‘Hijo Único’. No es intencionada y es blanda, resultado de accidentes de la historia y de miles de pequeñas decisiones. Pero viene siendo exactamente igual de eficaz».
Es difícil exagerar la transformación demográfica y social que representa esto. Pero no hace mucho que casarse y tener hijos eran objetivos vitales compartidos por prácticamente todos los estadounidenses.
Durante la mayor parte del siglo XX, más del 90 por ciento de los adultos norteamericanos había estado casado en algún punto de sus vidas — en un extremo el porcentaje llegó a ser del 98,3%. Ahora, según el Pew, apenas la mitad de todos los adultos de Estados Unidos — un mínimo histórico — están casados. Y casi cuatro de cada 10 norteamericanos dicen que el matrimonio se está quedando obsoleto.
Y cada vez más gente elige no casarse, absteniéndose de tener descendencia un número cada vez mayor de ellos. Durante décadas Gallup ha preguntado a los americanos por el que consideran «el tamaño de la familia ideal».
De la década de los 40 a los 60, alrededor del 70% decía que lo mejor era tener tres hijos o más. Pero a partir de finales de los 60, el «ideal» americano desciende de forma acusada. Sólo el 33 por ciento de los americanos hoy califican de deseable tener tres hijos o más. Y en la práctica, una de cada cinco americanas no tiene hijos.
¿Qué le sucede a una sociedad que está dando cada vez más la espalda al matrimonio y a los bebés? ¿En la que la soltería se convierte en divisa y las mascotas superan a los chavales uno a cuatro? Preparada o no, América está a punto de descubrirlo.