Es más que un agarrón de brazo. Más que una pregunta en mitad de una tormenta interior que no le ve ni la escucha más que el que la padece. Es el abrazo de la vida, ese que mucha gente ha necesitado en alguna ocasión y que quizás se le ha negado.
Sucedió hace escasos días en la ciudad estadounidense de Buffalo, en el estado de Nueva York, cuando un orondo chófer de autobús se convirtió en todo un ángel salvando a una adolescente que estaba a punto de saltar desde un puente.
Darnell Barton vio a la chica parada en el límite de un puente sobre una autopista, ya saltada la barandilla, y detuvo su autobús convenciéndola de que se pusiera a salvo:
«Así es como tenía que ser, yo estaba allí para ayudarla. Le pregunté ¿te encuentras bien? y luego la cogí por un brazo pasándole el otro sobre sus hombros, tras preguntarla si quería pasar al otro lado. Ella me habló y me dijo que sí».
Para algunos puede ser un simple gesto, pero en esos ‘pequeños gestos’ reside, quizás, toda la grandeza del espíritu humano.
