Los chipriotas están aprendiendo de primera mano lo que pasa cuando a la élite de la Unión Europea, en las célebres palabras de Margaret Thatcher, «se le acaba el dinero ajeno que gastar». El sábado, a cambio de un rescate europeo de 12.960 millones de dólares a un país al borde de la quiebra, se proponía que los depósitos bancarios de los particulares quedaran sujetos a una confiscación flagrante promocionada como «impuesto a los ricos». Los depósitos de más de 130.000 dólares quedarían sujetos a un tipo del 9,9%, al tiempo que los titulares por debajo del umbral serían gravados a un tipo del 6,75%.
La idea fue propuesta inicialmente el pasado viernes por el Presidente chipriota Nicos Anastasiades. La maniobra habría recaudado hasta 7.760 de los casi 13.000 millones de dólares necesarios para rescatar a los bancos chipriotas, castigados por las pérdidas en las inversiones en bancos griegos.
Pero este rescate, que la CNN describe más exactamente como «un lastre» a la gente de a pie — financiar errores cometidos por banqueros — no tiene precedentes. Los efectos de esta política eran totalmente predecibles: los chipriotas pasaron el fin de semana retirando fondos por cajeros de todo el país.
El acuerdo se alcanzó durante el fin de semana con el conocimiento de que era puente, y que el momento de dar a conocer los acontecimientos induciría cierta tranquilidad al inquieto país. Se pensó que Anastasiades ganaría tiempo para lograr que la medida saliera del parlamento chipriota, donde su conservadora formación DISY ocupa 20 de los 56 escaños. Pero una revuelta de diputados precipitó la extraordinaria medida de anunciar dos jornadas «de puente» más, dando a los legisladores más tiempo para debatir la medida.
Al importe actual de rescate se llegó después de que un rescate mayor de 22.000 millones de dólares fuera rechazado. Los 22.000 millones de dólares habrían salvado a los particulares titulares de cuentas, pero el Fondo Monetario Internacional anunció que cerraba esa puerta porque el país se endeudaría demasiado, disparando así la deuda soberana de Chipre al 145% del producto.
El Primer Ministro ruso Dmitry Medvedev lo decía de forma todavía más resumida. «Parece simplemente una apropiación del dinero ajeno», decía.
Es lo que es. Y a pesar de las garantías de que esta clase de rescate es extraordinario y puntual en la misma medida, la incautación de un bien por mandato del Estado es la moraleja que hay que aprender, no solamente en Chipre sino en otros países de la Unión Europea como Italia, España o Grecia, cuyos bancos están igualmente cogidos con alfileres. Pero cuando esos países fueron rescatados, los titulares de la deuda asumieron las pérdidas, no los ahorradores. Los ahorradores meten su dinero en el banco para tenerlo seguro. Este acuerdo mina por completo esa veterana premisa.
De ahí que no fuera ninguna sorpresa que los mercados internacionales registraran pérdidas, con las entidades financieras a la cabeza . Tal inquietud, y las implicaciones de mayores pérdidas y episodios de pánico bancario en otros países, pueden haber precipitado el cambio de ayer por la tarde: Jörg Asmussen, del Banco Central Europeo, anunciaba que Chipre alteraba los términos del rescate. «Es el programa de ajuste del gobierno chipriota», decía. «Si el presidente de Chipre quiere cambiar algo con respecto a la quita o los depósitos, está en sus manos. Tiene que asegurarse simplemente de que la financiación queda intacta. Lo importante es que siga presente la aportación económica de 5.800 millones de euros».
Reuters dice que se están considerando dos propuestas nuevas. Una eleva el tipo impositivo actual del 6,75% de los pequeños ahorradores y el 9,9% de los grandes hasta el 3% y el 12,5% respectivamente. Otra crea una horquilla fiscal adicional que agruparía las cuentas con menos de 100.000 euros, las de 100.000 a 500.000 por otro lado, y las que tienen más de medio millón de euros.
Nada de esto equivale sino al proverbial cambio de asiento en la cubierta del Titanic.
La creación de la Unión Europea fue un fallo garrafal apoyado en la premisa gratuita de que culturas y países enormemente diferentes iban a tener de pronto las mismas sensibilidades económicas, y una vez que esas sensibilidades arraigaran, que la clase de conflictos que arrasaron el continente en dos ocasiones durante el siglo XX quedarían relegados al pasado. Pero esa nueva era de socialismo «ilustrado» desde la cuna hasta la tumba que concebía la élite europea cedió el paso a un gasto público insostenible acompañado de masivas catástrofes económicas, elevando el nivel de inquietud y disturbios y propiciando niveles sorprendentes de paro.
Dos factores principales mantenían en pie este acuerdo insostenible. Uno es el miedo de los que trabajan, convencidos de que lo malo conocido, tasas de paro como el 26% de España o Grecia o medidas «de austeridad» sin final con subidas tributarias y recortes falsos del gasto público, es mejor que lo bueno por conocer, la quiebra. El otro factor es la arrogancia implacable y descarada de una clase política decidida a demostrar que el socialismo continental funciona, incluso si ello empuja a Europa al desastre — al tiempo que se aseguran de que la misma miserable política del «demasiado importante para quebrar» ampara el estatus quo de la élite.
Y la «gente de a pie» estuvo encantada de practicar el socialismo, aun ignorando las incontables facturas que se acumulaban. Que pagar el precio de su bienestar sea considerado «un castigo» representa uno de los mejores indicadores de la venenosa mentalidad del estado del bienestar que inevitablemente alimenta el socialismo. Que se fomentó y propició por los elitistas es irrebatible, pero todos tienen culpa. Así sale a la luz el defecto fatal del socialismo: a la hora de hacer cuentas, no hay buenos. Sólo hay gente tratando de salvar su parte de un pastel que ya no da más de sí, cuando la avaricia de los derechos sociales ha suplantado a la actividad industrial y al crecimiento.
La demarcación entre propiedad pública y propiedad privada se ha derrumbado en Europa. Chipre es obligado a confiscar los fondos de cuentas privadas o aceptar la quiebra nacional, las dos únicas opciones que tiene el país. Que no son opciones. Son ultimátums. Los europeos están a punto de aprender de primera mano el corolario de Margaret Thatcher: cuando se te acabe el dinero del vecino — hay que buscar más vecinos.