La lucha entre el helenismo moribundo y el cristianismo

Ágora: la crítica al fanatismo religioso

El film de Amenábar falla en la caracterización de Hypatia

No era una científica o especuladora materialista en el sentido epicúreo sino una investigadora del alma, en el sentido platónico o plotiniano

La agorafobia es una enfermedad psicológica de carácter similar, aunque opuesto, a la claustrofobia. Significa el horror a los espacios abiertos. Y en sentido figurado el horror a las sociedades abiertas y libres.

Amenabar ha estrenado su última y ambiciosa película que rememora ciertos hechos históricos de la Alejandría del neoplatonismo decadente y ha levantado una gran polémica no ya solo por la calidad estética de su obra sino, sobre todo sobre el verdadero papel del Cristianismo histórico, que aún algunos no reconocen como ocasionalmente violento, fanático y feroz.

Ágora no pertenece al zoco de películas españolas “tente mientras cobro la subvención” ni muestra el habitual repertorio de grandes personajes de nuestra democracia avanzada: yonquis, colgados, putas, invertidos, chorizos, descuideros y concejales de urbanismo.

Por el contrario, es una obra que intenta conjugar la tesis psicológica con el espectáculo de masas.  Y que se constituye en una crítica al fanatismo religioso al que no es ajeno, tampoco, el cristianismo histórico. Algo de agradecer en nuestra actual miseria intelectual, cultural y artística

El director español acierta en las escenas de masas, pero falla en la caracterización de los personajes. En especial, el de la protagonista Hypatia. Y es que no parece estar muy fino en cuanto a la definición de los dos grandes movimientos estéticos, religiosos y filosóficos enfrentados en una ciudad símbolo de la humanidad.

El helenismo moribundo sostuvo contra el Cristianismo una lucha trágica en defensa de la Belleza, la Libertad de pensamiento y el sentido aristocrático del Espíritu y de la Cultura. Una visión autodidacta, anagógica, sincrética, tolerante, frente a otra oriental, rígida, despótica, dogmática. Que, sin embargo, también se mezclaron en Alejandría como un crisol de creencias y sabidurías acerca de lo sagrado.

 El neoplatonismo significaba una religión de la filosofía y la aristocracia del Espíritu que se oponía a la religión oriental emergente de los pobres de espíritu. Unos se dirigían a la inteligencia del imperio. Los otros a las masas pobres, humildes e ignorantes. Una tragedia importante aún hoy para iluminar lo que nos pasa en la actual crisis de la civilización, pero difícil de exponer en el ámbito artístico de un film.

El gran Ibsen, genial renovador del Arte y de la Cultura occidentales, lo intentó acaso con mejor éxito en su famosa “Emperador y Galileo” en diez actos, que dramatiza la historia del emperador Juliano. Su último drama histórico antes de embarcarse en los dramas modernos, en la idea implícita de que comprender el pensamiento de Juliano es comprender gran parte de las bases de nuestra civilización y de su crisis actual.

NEOPLATONISMO DE HYPATIA

Y esto, me temo, es lo que falla en Ágora, la caracterización del neoplatonismo de Hypatia. El espectador de Ágora no termina de comprender, pese a la tradicional misoginia bíblica, el empeño del obispo Cirilo en eliminar a Hypatia, una vez destruida ala memoria del universo y el saber antiguos materializados en la segunda biblioteca de Alejandria.

Y es que según la tradición iniciática de la Orden pitagórica el universo es un conjunto ordenado de números e ideas. Hypatia no era únicamente una científica de la época. Era una de las últimas representantes de una escuela filosófica, iniciática, capaz de oponerse con dignidad y belleza al cristianismo en su intento de monopolizar lo sagrado. No era una científica o especuladora materialista en el sentido epicúreo sino una investigadora del alma, en el sentido platónico o plotiniano. 

La representante de los antiguos Mistetrios, de un anhelo sagrado, místico, de una forma de la conciencia religiosa en que se busca el superar ya en nuestra vida la distancia existente entre el alma y la divinidad, hasta llegar a la unidad, a la unión en el Ser, sin intermediarios. Es decir, resolver el problema del regreso del alma desterrada a su elevada patria original. Y este sí que constituía un evidente peligro para el poder de cualquier organización religiosa incluido el cristianismo.

EL VALOR DE LA TOLERANCIA

De esa visión de lo sagrado sin intermediarios nace una posición epistemológica y vital diferente de la de los seguidores del Libro. La tolerancia como virtud del fuerte que trata de comprender y superar la contingencia con el que se asoma el buscador al mundo inefable. Su incomunicabilidad última. O el fanatismo de los hombres de la letra que mata, incapaces de comprender que, como dicen los taoístas, “el Tao que puede ser expresado con palabras no es el verdadero Tao”.

En Alejandría, estas diferentes formas de dar cuenta humana de lo sagrado originaron un conflicto epistemológico, social, político, religioso.

FANATISMO CRISTIANO

Muchos cristianos actuales que olvidando los hechos históricos piensan de buena fe que la historia del cristianismo es la historia de una mansedumbre, pacífica y amorosa, se escandalizan por el espectáculo del fanatismo y del crimen perpetrados por sus antepasados en la fe, pero son hechos históricos:

El Serapeum o segunda bibibloteca de Alejandría, (reconstruida con fondos de Pérgamo, después de su primera destrucción accidental durante la guerra civil en el año 48 antes de Cristo),  fue destruido intencionadamente por las turbas de fanáticos cristianos excitadas por el obispo Teófilo, bajo el mandato del emperador Teodosio quien había lanzado una campaña de persecución contra el paganismo y sus templos en todo el imperio.

Hypatia fue una mártir del libre pensamiento vilmente asesinada a golpes por los cristianos. Fue descuartizada y sus restos quemados en la plaza pública.

Hypatia era una aventajada discípula del gran Plotino, y miembro, a su muerte, de la escuela neoplatónica de Alejandria, una sugestiva propuesta hibrida de filosofía y misticismo. Sus escritos parece ser que desaparecieron con la quema de lo que quedaba de la biblioteca por los fanáticos musulmanes.

Y es que en el fondo, como ya hemos visto, con la persecución del paganismo moribundo refugiado en la escuela de Alejandría se atacaba al sincretismo religioso, al sentido aristocrático de la vida y la cultura, combatiéndole desde la ignorancia populachera y demagógica de las religiones asiáticas en las que el despotismo sacerdotal separa su propia casta dirigente de los creyentes más o menos ignorantes y fanáticos.

El que los fanáticos de todas religiones e ideologías además de asesinar a personas quemen libros es cosa bien conocida, habitual por desgracia. Algunos pensaran que más vale que quemen libros que no personas como en los famosos autos de fe de la plaza mayor de Valladolid con la presidencia de sus Católicas Majestades los reyes de España.

Sin olvidar las fechorías de Calvino en Ginebra, que le costaron la vida a Miguel Servet.

Así, en el año 1558, 32.000 volúmenes de la biblioteca de la Universidad de Salamanca fueron quemados por los católicos para «evitar» la propagación de la herejía.

Modernamente, nazis y socialistas han hecho sus particulares autos de fe tomando el relevo de los cristianos.

En octubre de 1934, durante la rebelión armada de los socialistas asturianos contra la República, además de otras tropelías contra personas y haciendas, quemaron varias decenas de miles de volúmenes de su biblioteca en el patio de la Universidad de Oviedo.

Pero, sea cual sea su pretexto, el imperio del fanatismo, la ignorancia, la ambición, la hipocresía, ¿continuará matando lo verdaderamente sagrado de la condición humana?

Alfonso De la Vega

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído