Historia de un gran secreto

El amor prohibido entre el máximo astro romántico de Hollywood y el héroe del Far West

A pesar de la presión de los estudios, que obligaron a Cary Grant a casarse cinco veces para ocultar su condición de gay, nunca se separó de Randolph Scott

El amor prohibido entre el máximo astro romántico de Hollywood y el héroe del Far West
Cary Grant y Randolph Scott. HL

Escribe Alfredo Serra este 27 de noviembre de 2017 en Infobae que ellas no lo hubieran creído: «Si alguien les hubiera susurrado la verdad, lo habrían echado a escobazos».

Porque para ellas, de Hollywood a Nueva Jersey, de Buenos Aires a La Quiaca (o a Ushuaia), de Algeciras a Estambul, no había nadie como él. Como un sueño tan eterno, como un imposible…

Porque, ¿qué animal humano podía ser más perfecto que ese hombre de un metro ochenta y siete, siempre tostado -dueño del sol-, y mejor vestido que los varones de la casa real inglesa? Y ni qué hablar de su sonrisa…

Sin embargo, se decía que era… E ipso facto resonaba una palabra soez, increíble, irrepetible, insultante para la oreja y la identidad sexual. Que los años, acaso con justicia, llevaron a su mínima y tenue expresión: GAY.

¿El señor Archibald Alexander Leach era «eso»? ¿Cary Grant?

¡Imposible! Nunca. Y mucho, muchííísimo menos después del estreno, en 1957, de Algo para recordar (An Affair to Remember), cuando él advierte que ella (Deborah Kerr) no lo dejó plantado en lo más alto del Empire State (la cita más romántica de la historia del cine) por olvido, desdén, desamor… sino por un accidente.

Pero siempre es triste la verdad. Lo que no tiene es remedio..

Y la verdad explotó en agosto de 1933, cuando el fotógrafo Ben Maddox, de la revista farandulera Modern Screen, los eternizó junto a la piscina de la mansión de Malibú que compartían.

Sí. Uno, Cary Grant, seudónimo de Archibald Alexander Leach. El otro, Randolph Scott, famoso por todo lo contrario que Cary, amante full time de la Pantalla de Plata: un cowboy altísimo -un metro ochenta y nueve-, huesudo, recio, con dos Colt .45 colgados de su cintura, desfacedor de entuertos y verdugo de cuanto villano reptaba por el Far West…

Se conocieron en 1932, rodando la película Sábado de juerga

El príncipe azul tenía 28 años; el justiciero, 34.

Y nunca ocultaron su amor. Tanto que en la entrevista de Modern Screen posaron para más de veinte fotos íntimas: cocinando, nadando, tocando el piano a cuatro manos, leyendo, concentrados en una partida de backgammon…

Pero se enfrentaron a un enemigo archipoderoso: los estudios de Hollywood.

Sus jefazos podían tolerar cualquier cosa… excepto el desencanto del público. De millones que creían que Rock Hudson y Doris Day se amaban dentro y fuera de sus célebres comedias, y cerraban boca, ojos y oídos ante los rumores -a veces secretos a gritos- que signaban a Tyrone Power, Anthony Perkins, Montgomery Clift (etcétera, y damas incluidas).

Ocultar la verdad no fue fácil para Cary. Nacido en Bristol, Inglaterra, el 18 de enero de 1904, su infancia no fue feliz. Tenía apenas nueve años cuando su madre fue recluida en un hospital psiquiátrico: depresión profunda.

A los 14 lo echaron de la escuela por un nunca bien aclarado escándalo en el vestuario de las alumnas.

Llegó a los Estados Unidos en 1920. Actuó en Broadway (género ligero: vodevil), y arribó a Hollywood en 1931. Récord asombroso: 75 películas desde la primera, Esta es la noche, 1932, hasta la última, Departamento para tres, 1966. Oscar honorífico por trayectoria en 1969. De él se dijo: «Actúa bien hasta de espaldas».

Fue partner de las más grandes: Marlene Dietrich, Mae West, Grace Kelly, Katharine Hepburn, Sofía Loren, Joan Fontaine, Ingrid Bergman, Ginger Rogers, Audrey Hepburn… y hasta el personaje de James Bond, más allá de las novelas de Ian Fleming, fue trazado inspirándose en él.

En su apogeo ganó tres millones de dólares por película… pero obligado a casarse para disimular su homosexualidad, ya denunciada abiertamente por la periodista estrella Hedda Hopper, tristemente famosa por su apoyo a la caza de brujas lanzada contra el siniestro senador Joseph MacCarthy.

La presión de los estudios desató una cabalgata de bodas para Cary: Virginia Cherrill, Barbara Hutton, Betsy Drake, Dyan Cannon (con ella tuvo a Jennifer, su única descendencia) y Barbara Harris.

Salvo los trece años que pasó con Betsy Drake, todas las uniones fueron fugaces: farsas a medida de la imagen que pretendían los estudios…

Pero jamás segó su historia de amor con Randolph, ni dejó de verlo. Según el crítico de moda Richard Blackell, «estaban profunda, locamente enamorados».

Además, en sus memorias (Full Service), Scotty Bowers, heroico marine durante la Segunda Guerra, gigoló, y también alcahuete de la vida secreta de las estrellas, juró que fue amante de Cary y de Scott…

Y por si poco fuera, el profesor universitario y biógrafo del gran Cole Porter escribió:

«Porter y Cary Grant frecuentaban la casa de lujo de prostitución masculina en Harlem, manejada por Clint Moore y secretamente popular entre las celebridades gay».

En 1940, ante la amenaza constante de los estudios, Cary y Randolph simularon terminar la relación… pero nunca dejaron de verse ni de amarse.

Según el maitre del antiguo hotel Beverly Hillcrest, en sus memorias, reveló que muchas veces, en los años 70, se refugiaban en la parte trasera del restaurante, «sentados casi escondidos y tomados de las manos».

Retirado del cine, Cary, que en los años 50 había vencido su acérrimo alcoholismo con sesiones de LSD, fue ejecutivo de empresas ligadas al arte que fue su vida, recorrió el país y el mundo y creó el programa en vivo y en salas teatrales Una noche con Cary Grant: pasaba fragmentos de sus películas y contestaba las preguntas del público.

Hasta que el 29 de noviembre de 1986, mientras preparaba su número en el teatro Adler de Davenport, Iowa, sufrió una segunda hemorragia cerebral -la primera fue dos años antes-, y murió a las 11:20 de la noche en el hospital San Lucas.

Tenía 82 años.

Legó millones de dólares a su quinta mujer, Barbara, y a Jennifer, su hija.

Post scriptum:

  • Solo la época, el prejuicio, el puritanismo norteamericano, la canallesca delación de Hedda Hopper y otros y la obligada farsa matrimonial a la que fue sometido por los intereses de los estudios, hicieron de su historia con Randolph Scott una comidilla digna de mentes cerradas, infantiles e hipócritas.
  • En especial, hipócritas. Bien se saben los escándalos, las orgías y los oscuros episodios que sucedían en los estelares bungalows de Hollywood llamados El Jardín de Alá, y también algunos crímenes nunca aclarados del todo.
  • Mundo admirable por su arte, no lo fue tanto por el comportamiento de muchos de sus protagonistas: actores, actrices, productores… El caso del productor y violador serial Harvey Weinstein, al rojo en estos días, y la ola de acusaciones de abuso que llegan desde esa meca (aun cuando es justo sospechar que algunas son exageraciones o mentiras), no hace más que corroborarlo.
  • Frente a eso, el amor secreto y sin duda genuino de Cary Grant y Randolph Scott es apenas una anécdota. En cuanto a Grant, su porte, su estilo, su talento y su carrera no morirán jamás mientras exista el cine.

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