"Quítate Fernando, maricona": El chiste en Twitter es impagable

Una lanza rota por Aguirre frente a agentes de movilidad con delirios de grandeza

Les faltó añadir que iba escuchando a Los Chichos a todo volumen en su buga

Veamos, con una cierta distancia y procurando que las pasiones a babor y estribor no nublen los hechos ni transformen las sospechas, indicios o intuiciones en verdades incuestionables de nadie.

  • Hecho 1. Esperanza Aguirre aparca en el carril bus de la plaza de Callao para sacar dinero de un cajero. Es una infracción administrativa con una multa de 200 euros, si te denuncia la Policía Local.
  • Hecho 2. Los agentes de movilidad no son policías locales. Y sus atribuciones se limitan a regular el tráfico. Con otras palabras: no pueden sancionar a nadie ni, tampoco, retener un vehículo.
  • Hecho 3. Según el propio testimonio de los agentes, se excedieron pues en sus funciones aunque ellos no lo digan así: sí retuvieron el coche, sí recabaron documentación y sí intentaron multar.
  • Hecho 4. La duda entre las intenciones del Ayuntamiento de Madrid con respecto a las atribuciones de estos empleados municipales y su falta de acomodo en el estatus de los Cuerpos de Seguridad fue resuelta en 2008 por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid: consideró un abuso de poder la inmovilización de un taxi, indemnizó a su propietario con casi 1.500 euros y recordó al Consistorio capitalino que las funciones de estos trabajadores se limitan a regular el tráfico.
  • Hecho 5. Aguirre se marchó de allí, pues, con todo el derecho de su parte, aunque estéticamente admita reproche: llamar fuga a lo que en realidad parece una retención irregular, es no sólo un exceso: también es mentira.
  • Hecho 6. La ex presidenta madrileña tiró una motocicleta al reanudar su marcha. Dado que no debieron retenerla, esa moto no podía estar allí. Y ella debió quedarse y aguantar, aunque fuera un despropósito.

 

Hasta aquí, explica Antonio R. Naranjo en ‘El Semanal Digital’, los hechos, que vamos a intentar resumir en unas pocas frases, prescindiendo por unos segundos de la identidad de la protagonista y sus explicaciones, que cualquiera con algo de respeto por buscar la verdad podría suscribir: una señora aparcó en un carril bus, algo que está prohibido taxativamente, y por ello fue multada y retenida por unos empleados públicos que no pueden hacer ninguna de las dos cosas.

Entregó su documentación, fue multada y se marchó a su casa entre diez y quince minutos después, tirando al suelo una moto que no debía estar allí pero, en todo caso, estaba.

Lo sustantivo de esta historia, pues, no es la infracción, una de tantas que cometemos los conductores en Madrid para alegría de unas arcas municipales exangües por la ligereza en el gasto del Faraón que a título de alcalde perpetró derroches como la compra de un inmenso edificio para ponerse allí un ayuntamiento.

Lo que da relevancia al episodio, pues, sólo es la identidad de quien la cometió. Nada menos que la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, candidata idónea a la Alcaldía de Madrid para muchos y, de algún modo, alternativa sentimental y política al propio Rajoy para no pocos simpatizantes, votantes o militantes del PP.

Si no fuera Aguirre, estaríamos, pues, ante una multa rutinaria o, todo lo más, ante una denuncia de un ciudadano anónimo que ve conculcados sus derechos por un exceso de unos agentes que no son policías y, tal vez, de otra de esos mismos agentes contra una ciudadana anónima por no aceptar sus dudosas órdenes que, ellos, sin embargo, consideran vinculantes.

La certeza de que sea la identidad y nos los hechos el causante del revuelo ya desmonta, de entrada, una parte del excitado debate posterior, más emanado de la manía que suscita el personaje que de la naturaleza estricta de lo acontecido: si se prescinde de las circunstancias reales y se fabula con una versión paralela que incluye un atropello y una fuga (ambos son delitos, ninguno ocurrió o ahora estaría detenida y para que haya huida debe haber primero capacidad de retener, algo que no tienen los agentes en cuestión), se reconoce ya de entrada un afán persecutorio y se confía poco en la eficacia dañina de una argumentación reprobatoria más sensata: como lo que se pretende es ajustar cuentas con un personaje tan querido por los propios como detestado por los ajenos, se renuncia a la crítica justificada, de índole estrictamente política o ética.

Tal vez porque, si ésa es la línea, la aludida tenga respuesta o en todo caso el daño sea mínimo.

Porque todo se limitaría a juzgar si Aguirre, personaje público y referencia política de primera fila, comete algo más que una infracción menor cuando comete, sólo, una infracción menor.

Y ése juicio es personal y válido sea cual sea. Para algunos, será un mal ejemplo que deje el coche en un carril bus, siquiera un minuto. Para otros, será una prueba de la campechanía de una mujer que, habiéndolo sido todo, no tiene chófer ni coche oficial y hace las mismas cosas que hacemos todos.

A mí, personalmente, me parece las dos cosas a la vez y soy indulgente con los errores humanos, especialmente si los cometen personas que, si quisieran, podrían tener una vida inhumana de comodidades. Pero entiendo que a otros les parezca muy reprobable.

Y, en la misma medida, hay que juzgar el desenlace. ¿Es grave o no que un personaje público, al ser retenido por alguien sin autoridad para hacerlo, decida marcharse? A mi juicio, la única manera de adecentar la política es que quienes vivan de ella no tengan más derechos que el españolito medio, pero tampoco menos: todos hemos tenido algún incidente con agentes de movilidad o policías municipales por infracciones de este tipo y, seamos sinceros, nadie les daría ni agua si sabe que no pueden exigírsela: con acatar lo que no queda más remedio que acatar, llega.

Y no es fácil morderse la lengua cuando algunos de ellos se comportan con la prepotencia que un policía de verdad (no se enfaden, es que no lo son) transforma en autocontrol.

Este remate sería definitivo de no tener un epílogo: la caída de la moto. No tenía que estar allí, por la simple razón de que los agentes de movilidad no son policías y no pueden retener ni multar a nadie, pero por estarlo, hay que tenerlo en cuenta.

Si a un ciudadano anónimo le inmovilizan irregularmente y le rodean varios agentes como si fuera un peligro público, tiene dos opciones: o acojonarse o, si sabe la ley, marcharse.

Yo me hubiera ido, seamos sinceros aunque alguno me lo reproche, pero siendo Aguirre quien es, tenía que haberse aguantado y denunciado los hechos después: es, pues, su principal error, aunque de no ser ella, obtendría toda la indulgencia de quienes hoy ven a una loca huyendo atropelladamente en lugar de una mujer sola rodeada por hombre sin placa que se comportan como si la tuvieran y se enfrentaran a una peligrosa delincuente.

Les ha faltado añadir, para dramatizar la escena, que además robó un bocata a un discapacitado, echó a la acera a tres viejecitas inocentes y, esto ya sería imperdonable, puso a todo volumen en el loro de su buga un tema de Los Chichos, idóneo para la versión española de la afamada Thelma y Louis.

Me conozco la matraca por estas líneas: Aguirre es tu amiga, siempre la defiendes, te parece la mejor. Son reproches ad hominem, y por tanto difíciles de contestar, o siquiera de debatir: si unos hechos y su análisis no son respondidos con otros alternativos que uno está dispuesto a escuchar y se transforman en un mero insulto, la discusión es inviable. Y poco interesante.

Es verdad que Aguirre me parece, con todas sus imperfecciones, un magnífico animal político, un buen gestor y un ser humano atractivo: he conocido mucho a todos los presidentes de la Comunidad de Madrid y, salvo el taimado Gallardón aun con sus virtudes, tienen un fondo de armario humano poco habitual en el emputecido panorama político y mediático patrio, lleno de trincheras, falto de ideas: van de frente, dicen lo que piensan y sabes a qué atenerte con ellos; unas cualidades que aclaran un camino plagado de medias verdades, dobles intenciones y nula claridad en tantos otros a derecha e izquierda. Uno, que está mayor para el juego de etiquetas facilonas y tiene la suerte o desgracia de conocer a muchos políticos, antepone ya esas virtudes personales a los clichés ideológicos manidos, y se queda siempre con los aguirres de cualquier color, incluso en las antípodas: un Anguita, una Rahola, un Almunia, un Leguina, y tal.

Y además -quizá por eso la repudian tanto-, ha logrado un resultado objetivo en la región que, ruidos y mantras aparte, se soporta en datos: en Madrid hay menos paro, menos deuda, más crecimiento económico y mejor rendimiento educativo que en ningún lugar de España, pese a que la tensión social, la respuesta sindical y el ruido político duplica al de la siguiente en la lista. No es el paraíso, pero la caricatura queda siempre derrotada por los hechos.

Sólo sorprende -o no- que las mismas personas que llevan semanas denostando a la ejemplar Policía Nacional que uno defiende cuando una panda de borregos les agrede ferozmente, con la complicidad de los convocantes de las marchas (otra cosa es la gente, que protesta con razón aunque debería pensarse quien y cómo utiliza luego su indignación decente); ahora convierten a trabajadores administrativos en una especie de Rangers heroicos o cómo antes presentaba la reglamentaria respuesta profesional de los Cuerpos de Seguridad (siempre impecable, a veces hasta insuficiente por el qué dirán los que ya lo dicen) en un «abuso represor» y, ahora, convierte el exceso en sus funciones reales en un ejercicio impecable de seriedad.

Con la complicidad sobrevenida de algún agente de la Policía Local que se suma al festín con un parte infumable para consolidar lo que debían, en realidad, denunciar: como quiera que deben saber mejor que nadie que sólo ellos pueden multar y retener, creerse ahora que no lo hicieron aun estando allí y que, sin embargo, persiguieron a la dama hasta su casa sin poder detenerla, suena a mero gremialismo con los compañeros del metal.

Como son tan obvias las contradicciones, me temo que en ellas reside este intento barato de caza y captura del personaje: si hay alguien que se divierte en la búsqueda y exposición descarnada de las paradojas de tanta gente convencida de que los buenos son ellos y que esa verdad superior no puede ni discutirse, es Aguirre: por aparcar donde no se debe, alguno la quiere quitar de la circulación.

Sin más. Es esto tan español de «al amigo el culo, al enemigo por el culo y al indiferente, la legislación vigente».

Posdata: Sólo unas imágenes de vídeo pueden contradecir lo que aquí se recoge. Mientras, es la palabra de una persona que a lo sumo cometió una infracción contra la de otras que no hicieron bien su trabajo, se excedieron en sus funciones y han contribuido a crear una imagen de delito que, simplemente, es mentira.

Y que cada uno juzgue luego qué reprobación o indulgencia le merecen los hechos auténticos, sin adornos. A eso sí se expone un personaje público, y tiene que aguantarlo.

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