Cruzo a la otra acera, avanzo un poco y giro por una calle hasta desembocar en el Colegio Mayor de San Ildefonso, también conocido como Universidad de Alcalá.
Admiro la estatua que representa a Cisneros y reflexiono. Aunque prestó admirables servicios a la patria, prescindo de su faceta política y me centro en su acción aquí. A poco de que la imprenta sea una realidad, consigue reunir a un elenco de sabios y publica la Biblia políglota complutense, en hebreo, griego, latín y fragmentos en arameo, verdadero hito histórico. Doy la vuelta y me extasío ante la fachada de la vieja Universidad Complutense, la otra gran aportación del cardenal, de 1499. Me encuentro ante el conjunto universitario renacentista europeo por antonomasia. No es mi objetivo describir este museo al aire libre del plateresco, auténtica filigrana. Recorro con deleite la fachada y me regodeo en el área central del tercer cuerpo, con ese cordón franciscano que la recorre horizontalmente, el escudo y la corona, minuciosos y detallistas, las columnas de Hércules, ya entonces superadas, y plvs vltra, más allá, el lema español por antonomasia. Fueron sus alumnos Calderón y Quevedo, Jovellanos y Juan de Mariana, Lope y Mateo Alemán, Ignacio de Loyola, Juan de la Cruz…, lo que hace de Complutum «Ciudad del saber», como reza un eslogan. Accedo al edificio y me deleito con el patio, soberbio, con su pozo decorado con cisnes, símbolo de pureza, de la capacidad de discernir, de separar la realidad de la ilusión, y hasta consigo fotografiarlo como si estuviera dispuesto para el objetivo de mi cámara. Por razones de programación de las visitas, no me es posible acceder a la capilla, que, según mis notas, debe de resultar grandiosa, con el sepulcro de Cisneros tallado en mármol de Carrara; tampoco, al Paraninfo, escenario en que se produce cada veintitrés de abril la entrega del premio Cervantes. En esa sala, Juan Goytisolo, siguiendo a Azaña, diferenció «la actualidad efímera […] de las obras destinadas a perdurar pese al ostracismo que a menudo sufrieron cuando fueron escritas», lo que entronca con el prólogo de la primera parte del «Quijote», cuando escribe Cervantes: «… duermo en el silencio del olvido…».
Vuelvo a la calle Mayor y caigo en la cuenta de que discurro por la vieja calzada romana que atravesaba Complutum; hoy, es la calle con soportales más larga de España. A mano derecha, atrae mi atención en lo alto «La estudiante», clara invitación a leer. Alcalá es ciudad viva, dinámica, con visitantes en grupo, por parejas e individuales; y también alcalaínos atentos con este viajero, y supongo que también con los demás, encantados de resultarle útiles, molestándose en dirigirme, aclararme. La ciudad bulle, al margen de que mi cámara obvie la presencia humana y me pregunto con qué grado de aceptación vivirán los vecinos del centro la presencia de tanto visitante y especialmente las limitaciones con que deben de encontrarse a la hora de efectuar reformas o de ejecutar obra nueva.
Camino y alcanzo la plaza de Cervantes, antigua plaza del Mercado, abierta, con estatua de don Miguel que incluye alusiones al Quijote en las caras de su pedestal, y templete; en los tiempos idos, una línea imaginaria la dividía en dos: un lado se hallaba bajo jurisdicción del rector, mientras el otro lo estaba bajo la del regidor de la ciudad. Resulta curioso destacar que en la jurisdicción del rector nunca hubo soportales, al contrario que en la zona responsabilidad del regidor. La recorro sin prisa. Al fondo, la torre de Santa María la Mayor, la iglesia en que fue bautizado Cervantes, destruida en la Guerra Civil. Mientras observo el entorno y tomo fotografías, cavilo: El Manco más universal nace en 1547, año rico en acontecimientos de trascendencia, a saber: Carlos I derrota a los luteranos en Mühlberg, fallecen el francés Francisco I, el inglés Enrique VIII y Hernán Cortés; el cabildo toledano prohíbe el acceso al mundo eclesial a los conversos y se proclama el primer «Índice». ¡Ahí es nada! Hoy, todos estos acontecimientos serían titulares de primera.
Observo el ayuntamiento, antiguo convento, y camino por la cara de la plaza responsabilidad del corregidor, la de los soportales, y alcanzo enseguida el corral de comedias, el más antiguo de España, espléndidamente restaurado, según leo.
Vuelvo a la calle Mayor y, en lo que en su día fue el barrio judío, avanzo hasta el «antigvo hospital benefico ntra sra de la misericordia», también conocido como hospitalillo de Antezana, que históricamente solo atiende a un número máximo de doce ancianos enfermos y pobres. Se encuentra en funcionamiento desde 1483 y es por ello el centro sanitario más antiguo del mundo en activo. Se cree que en él trabajó Rodrigo de Cervantes, el padre de nuestro autor; e Ignacio de Loyola, cuando estudiante en la ciudad, sería enfermero y cocinero en la institución.
Al lado, el museo-casa natal de Cervantes. Supuestamente, en este solar vendría al mundo nuestro autor, y escribo «solar» porque esta preciosa quinta no es la originaria casa natal de Cervantes, sino una recreación, y, al observarla exteriormente, no puedo evitar mostrarme cauto ante ella; en todo caso, ¿por qué privarnos de esta ilusión? Me recibe una señora, me pregunta cuántos, me ofrece una entrada y, a mi vez, pregunto cuánto, y, para mi sorpresa, me responde que nada, que es gratuito el acceso. En torno a un patio central dotado de pozo, las distintas instalaciones de la vivienda. ¡Qué fenomenal si esta fuese la casa tipo del común a mediados del XVI!
Llevo dedicadas muchas horas, muchísimas, a leer y reflexionar en torno al «Quijote» y a Cervantes, y puede que sea el momento de rememorar una anécdota vivida camino de hace medio siglo. Preparaba entonces un ensayo en torno a mi municipio natal y, en compañía de mi amigo Jesús, recorría la sierra de Barbanza en busca del «Castelo de Vitres», enclave en que la leonesa legión «Victrix» poseía un destacamento que custodiaba la calzada romana en la comarca. En un momento dado, en aquellos solitarios parajes nos encontramos con un paisano de la zona que conocía a Jesús y mantuvimos una curiosa conversación. Quiso saber acerca de la razón de ser de nuestra presencia en lugar tan inhóspito; cuando le respondimos, enmudeció un rato, pensativo, para seguidamente intentar hacernos ver que nos enfrentábamos al sinsentido, al imposible, porque saber acerca de lo acontecido cientos de años atrás implicaría la existencia de una cadena familiar que transmitiera aquellas vivencias de generación en generación. Y puede que mi paisano no estuviese tan descaminado como pudiera parecer; se trataba de un aldeano, como yo me siento todavía hoy, que desconocía la metodología de la investigación histórica y que, como Tomás, solo creía en lo que podía constatar.
¿Adónde quiero ir a parar? Pues, a que cuanto más me documento, más confundido me siento. Un autor, según su leal saber y entender, estima esto o aquello o lo de más allá; y otro estudioso, abanderado de la misma buena fe, concluye lo contrario. Y yo, aldeano confeso de la sierra de Barbanza, ¿qué? Pues que, tras razonar, escribiré lo que estime más ajustado, además de usar, y espero que no abusar, del condicional verbal cuando crea que deba expresarme así. Porque el mito Cervantes, en muchos aspectos, sigue siendo desconocido, como ya escribí párrafos atrás, y, por tanto, especulativo.
Oficial y comúnmente se acepta que Miguel de Cervantes nace aquí, en el seno de una familia numerosa de la clase media de aquellos tiempos, tal vez el 29 de septiembre de 1547 (era habitual entonces imponer al recién nacido el nombre del santo del día en que viniese al mundo), y es bautizado el 9 de octubre en la iglesia de Santa María la Mayor, como ya consigné. Fue el cuarto hijo del matrimonio formado por el sangrador Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas. Alcalá es ya ciudad universitaria cuando nace Miguel, y Cisneros ya había conseguido que el equipo de sabios que reunió alumbrara la Biblia políglota complutense. Hacia 1551, la familia se traslada a Valladolid en busca de mejorar la posición; allí, su padre es encarcelado unos meses por insolvente y, tras ser liberado, vuelven a Alcalá; poco después viven en Córdoba; coincidiendo con la ubicación de la corte en Madrid, se trasladan a la nueva capital; algo más tarde levantan el campamento para instalarse en Sevilla, donde la familia verá embargados los bienes, y vuelven a Madrid. Luego, ¿clase media?, ¿era esta la clase media de la época? Así pues, nuestro celebrado autor vivió una infancia de dificultades económicas familiares, lo que limitó sus posibilidades formativas. A menudo, leo que no fue universitario, destacando el hecho como ignominioso, y no puedo evitar preguntarme por el porcentaje de ciudadanos que en la segunda mitad del siglo XVI pisaban la universidad. ¿Sería deseable que Miguel fuese alumno universitario? ¿Es que alguien podría dudarlo? No me cabe duda alguna de que debió de ser un hombre inhabitual, poseedor de una formación ganada seguramente a base de pasión, de dedicación, tal vez orientada a conseguir un puesto de escribiente, secretario… bajo el paraguas de un hombre de poder y muy probablemente sin la pretensión de ser autor.
Camino unos metros por la calle Mayor y me desvío a mano derecha hasta la casa en que nació Manuel Azaña, hecho recordado por sendas placas.
Un poco más allá, el convento de Carmelitas Descalzas de la Purísima Concepción, conocido vulgarmente como De la Imagen. ¿Por qué se llamará así? Lo destaco porque aquí fue monja Luisa de Cervantes, hermana de Miguel, desde los diecinueve años; curiosamente, esa orden era la única que no exigía limpieza de sangre; y sor Luisa debía de ser despabilada porque alcanzó los grados de superiora y de priora.
Recorro lo que queda de calle y giro a mano izquierda hasta alcanzar el palacio Arzobispal, símbolo del poder y de la riqueza de los arzobispos de Toledo en Alcalá: aquí celebraron la primera entrevista la reina Isabel y Colón. En aquellos tiempos, esta ciudad fue señorío eclesiástico de la capital mitrada, y, como ella, conoció la convivencia de judíos, musulmanes y cristianos en paz, lo que da idea de su capacidad para adaptarse.
En este continuo zigzag avanzo hacia la iglesia magistral de los niños Justo y Pastor. ¡Justo y Pastor! No puedo evitar que mi cabeza retorne a los años de monaguillo y recuerde con qué fervor nos relataba el párroco la historia de estas dos criaturas. ¡Qué desatino, Señor, asesinar a dos inocentes por no apostatar de su fe! Tras el ensañamiento, en el lugar se levantó una ermita destinada a albergar sus restos, ermita que evoluciona primero a colegiata y a iglesia magistral después. ¿Magistral? Sí, dícese del templo en que sus canónigos debían ser maestros de la Universidad, única en el mundo con esta exigencia junto con la de San Pedro de Lovaina, en Bélgica. Hoy, catedral desde 1991.
Y porque la vida es un continuo girar, avanzo hasta la puerta de Madrid para verla reposadamente y de cerca.
Vuelvo sobre mis pasos en sentido calle Mayor. Recuerdo que esta ciudad está detrás del Guzmán de Alfarache y del Buscón, entre otros. Alcanzo la plaza de Cervantes, donde, lindando con el viejo y restaurado corral de comedias, tomo un menú en un establecimiento multinacional, con lo que doy por finalizada esta visita a Alcalá de Henares.
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© de texto e imágenes, Manuel Ríos.
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