Esperanza Aguirre

No son los toros, es la libertad

"Hoy la ofensiva contra los toros no es sólo cosa de los separatistas, también están contra nuestra fiesta más nacional los que son felices cuando prohíben algo a sus semejantes"

No son los toros, es la libertad
Esperanza Aguirre. INSTAGRAM @esperanzaguirre

Son los que quieren educar el gusto de los demás, los que quieren dictar cómo ti

Escribe Esperanza Aguirre la ‘tercera’ de ABC este 16 de mayo de 2016 y dedica la líder popular su larga reflexión a la Fiesta de los Toros–La cornada de Sabina a los «ignorantes» antitaurinos–.

Subraya la líder de la oposición en el Ayuntamiento de Madrid que hoy la ofensiva contra los toros no es sólo cosa de los separatistas, también están contra nuestra fiesta más nacional los que son felices cuando prohíben algo a sus semejantes: «Los que quieren educar el gusto de los demás, los que quieren dictar cómo ti»Calamaro: «Los animalistas y prohibicionistas viven en una nube de pedos amplificada en las redes sociales»–.

Ayer día de San Isidro, los vecinos de Madrid festejamos a nuestro patrón, ese santo humilde y simpático, al que todo el mundo quiere porque la memoria que de él ha quedado está llena de sencillez, de bondad y de milagros siempre para ayudar a los demás.

Debió de ser tan bueno que, prácticamente desde el momento de su muerte, los madrileños del siglo XII empezaron a venerarle y a rezarle cuando necesitaban ayuda del cielo.

Donde sabían que tenía buenas relaciones, porque conocían que, en una ocasión, los ángeles le habían echado una mano a la hora de arar la tierra para permitirle que siguiera rezando al Señor.

A pesar de ser un pobre labrador, la Iglesia lo canonizó en el siglo XVII, al mismo tiempo que a Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier, que no son mala compañía.

Ayer lo festejamos como lo han hecho muchas generaciones de madrileños a lo largo de siglos: con misas en la Pradera y en la Colegiata que llevan su nombre, con agua de su fuente, con rosquillas «tontas» y «listas», con la procesión y con una corrida de toros.

Así celebramos nuestra suerte por tener un patrón tan simpático y, todos juntos, nos alegramos también de ser vecinos de la ciudad más abierta y acogedora del mundo.

Me atrevo a decir que de la canonización de San Isidro el responsable fue el pueblo de Madrid, que llevaba casi 500 años venerándolo. Así que el Papa no tuvo más que poner su nombre junto al de los otros grandes santos españoles que le acompañaron el día que los santificaron.

Lo mismo ocurre con los festejos que ayer le dedicamos. No son obra ni invento de ninguna institución o autoridad, sino que han nacido y se han conservado gracias a la iniciativa popular. La visita a la Pradera, las misas, las rosquillas y los toros se conservan porque queremos los vecinos de esta villa, que fue la suya.

Uno de esos festejos son los toros. En Madrid, como en todos los rincones de España, desde tiempo inmemorial, cuando los españoles han querido tener una fiesta grande, siempre han organizado una fiesta de toros. Esto ha sido así, ¡qué le vamos a hacer!, aunque a algunos les resulte raro o les moleste.

Desde el País Vasco a Extremadura, desde Cataluña a Andalucía, desde Castilla la Vieja a la Nueva, durante siglos, no se ha concebido una fiesta sin toros. Y eso que las autoridades, a veces hasta el propio Papa, han intentado prohibirlos. La voluntad popular, al margen de las instituciones, ha sido la que ha conservado la fiesta de los toros.

Hablar de toros hoy nos lleva irremediablemente a hablar de los que quieren prohibirlos, de los que ya, en algún lugar de España, como Cataluña, se han salido con la suya y los han prohibido.

Los que hoy quieren prohibir los toros no tienen nada que ver con los antitaurinos de toda la vida. Porque antitaurinos en España los ha habido siempre. Como ese Eugenio Noel, que ha pasado a la pequeña historia de la literatura española sólo por haber sido un antitaurino casi profesional en los años de principio del siglo XX. O como Manuel Vicent, que, ya en nuestros días, todos los años escribe su columna ritual en contra de los toros.

Estos eran o son antitaurinos porque les disgusta el espectáculo, o porque les apena que la pobreza haya llevado a algunos a jugarse la vida ante un toro para salir adelante, o porque creen que -a pesar del éxito creciente que nuestra Fiesta tiene en Francia-, los toros nos alejan del resto de países occidentales.

Los que ahora quieren prohibir los toros utilizan un fingido amor suyo a los animales como excusa para reclutar adeptos. Y afirmo esto porque nadie ama tanto a ese animal maravilloso y misterioso que es el toro bravo como lo aman los ganaderos y los toreros, nadie. Por eso le cuidan y le dan una regalada vida de lujo durante sus primeros cinco años, muy diferente a la que llevan sus congéneres mansos, condenados desde que nacen a engordar deprisa para ir a un matadero industrial, porque a los chotos y a los bueyes también los matan los hombres, aunque algunos quieran no saberlo.

Por eso, porque aman al toro bravo, le dan la oportunidad de morir en la plaza mostrando su bravura, su valentía y la grandeza de esa especie animal que se ha conservado (ahora que tanto nos preocupa a todos la desaparición de especies también conviene tenerlo en cuenta) gracias, precisamente, a la identificación que los españoles de siglos han hecho entre sus fiestas y los toros.

Pero es que, a los que hoy quieren prohibir la fiesta de los toros, no les mueven razones estéticas ni razones humanitarias ni de amor a los animales o a la Naturaleza, les mueve únicamente su sectarismo -hecho a medias de deseos de eliminar cualquier signo o símbolo que pueda identificarse con España y nuestra secular tradición- y, sobre todo, su recelo ante la libertad.

Los que quieren eliminar los toros para así acabar con una seña de identidad de España coinciden casi siempre con los que lo que quieren, simple y llanamente, es acabar con España.

Su discurso es el de los secesionistas y su afán es romper cualquier lazo estético o afectivo que una a los ciudadanos de sus territorios con el resto de los españoles. Los que nos oponemos a sus pretensiones lo hacemos en nombre de nuestra Constitución, que proclama que la soberanía nacional reside en el conjunto de todos los españoles, como ciudadanos libres e iguales que somos, y, además, porque creemos que España es una gran Nación, con una larga y rica historia común.

Pero hoy la ofensiva contra los toros no es sólo cosa de los separatistas, también están contra nuestra fiesta más nacional los que son felices cuando prohiben algo a sus semejantes, los que quieren educar el gusto de los demás, los que quieren dictar cómo tienen que divertirse sus prójimos, los que están seguros de que ellos saben lo que es bueno y lo que es estético, en definitiva, los que están contra la libertad.

Y éstos me parecen tan perniciosos como los secesionistas, porque en ese afán suyo por prohibir -como si asistir a un espectáculo taurino fuera obligatorio- se encuentra el germen del totalitarismo.

Por eso, al ir a los toros a emocionarnos con la bravura de los astados y con el valor y el arte de los toreros, estaremos festejando a San Isidro y, además, estaremos usando de nuestra libertad, ese bien tan preciado, que tanto temen los totalitarios.

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