Ibiza parece no tener patria, más allá de sus aguas coloreadas de matices turquesas, transparentes y luminosos
Cutty Sark, el whisky de color oro pálido, rememora en aguas del Mediterráneo, en una travesía de cabotaje por Ibiza, las experiencias que vivieron los hombres que tuvieron que convertirse en contrabandistas durante la aplicación de la Ley Seca en la década de los años veinte del siglo pasado en los Estados Unidos de Norte América. De entre toda esa fauna de busca vidas durante la época de la prohibición, de la clandestinidad y del contrabando, destacó la figura de Bill McCoy.
Era abstemio, no se consideró nunca un delincuente y respetó la pureza de la mercancía que introdujo de manera ilegal en los puertos del país de las barras y estrellas. Su legado es el sello «The real McCoy», una referencia que deja claro que él no entendía eso de adulterar los destilados que escondía en su goleta.
TRES GOLETAS CON ESPÍRITU CLANDESTINO
Ibiza es una isla blanca, abrupta, donde coexisten campesinos, pescadores y los nuevo moradores que han ido llegando en oleadas desde los años sesenta. Parece no tener patria, más allá de sus aguas coloreadas de matices turquesas, transparentes y luminosos, donde habita la posidonia oceánica, y que salpican islotes despistados y desarraigados. En ese pulmón mediterráneo el whisky de los hermanos Berry ha puesto a navegar a sus tres goletas: Cutty Sark, Tomoca y Bill McCoy.
El puerto de Ibiza no es un lugar clandestino, aunque en sus pantalanes atraca la ilegalidad disfrazada de sofisticación, una desmedida ostentación y una triste impostura que justifica el dinero de dudosa procedencia. En ese rico paisaje veleros, yates, motoras y otras embarcaciones lucen de manera altiva ancladas para ser admiradas y envidiadas. Entre tantos metros de eslora de más la goleta Cutty Sark suelta amarras y zarpa dejando en la popa la Dalt Vila (La Ciudad Alta de Ibiza, la parte más monumental y vetusta, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco).
La muralla que antaño sirvió de defensa se fue levantado con el trabajo que realizaron cada uno de los enemigos que alcanzaron a invadir la ciudad: fenicios, cartaginenses, bizantinos, árabes y cristianos, con los piratas berberiscos sin dejar de merodear. La sangre que se derramó durante tantos siglos en la isla Pitiusa (referencia griega a la abundancia de pinos que había), parece mentira, y hoy, menos que ayer, dicen que es un isla de libertad, paz y amor. Ahora habría que sumar y de excesos y frivolidad y banalidad.
En esta navegación experiencial, organizada por Cutty Sark, no hay sensación de infringir las leyes, no existe la amenaza de que los guardacostas hagan acto de presencia y den con un alijo de whisky de contrabando oculto en el interior del bien aprovechado espacio de la goleta. Incluso, a pesar del balanceo de la nave, el cielo es azul y el sol brilla y el resto de embarcaciones saludan alegres tumbados en las cubiertas de unos barcos que uno solo había visto en revistas de lujo, en la sala de espera de alguna clínica médica privada de la mano de una preocupada mamá por la salud de su indolente hijo adolescente.
Una vez escoltado a babor por Tomoca y a estribor por Bill McCoy, las tres goletas ponen rumbo a Cala Jondal. Desde el mar se ven más embarcaciones que bañistas, en una playa esculpida a base de pinos (recordar aquello de Pitiusa) y acantalidos y beach clubs.
RUMBO A BLUE MARLIN
El faro que arrastra a fondear en esta cala se llama Blue Marlin. Un chiringuito de playa hecho a base de camas sobre la arena, cercado por estacas de madera de pino y con una lista de precios absurda de consumiciones. Pero es que así es una parte de Ibiza, vulgar y curiosa, como ese dato que repite Blas Egea, el Dj que pincha sobre el puente de mandos de la goleta Cutty Sark: «El aeropuerto de Ibiza es el segundo del mundo en pérdidas de avión por parte de los pasajeros, después del de Las Vegas».
Desde el mar la isla tiene otro cuento que leer. Resulta relajante contemplarla al son del balanceo de las olas. Sin embargo, a bordo de una goleta, la dependencia de la denominada dingui (lancha a motor) para trasladarse desde la goleta a tierra firme puede llegar a ser tediosa. La dichosa dingui puede ser más consumida que los cócteles que prepara Mario a base de este whisky, concebido para mezclar y beber en taza, para que nadie sepa que tomas alcohol.
Y así, entre tragos que simulan un Whisky sour, Scofflaw, Sazerac, Blood&Sun, Barbary cost y un The Elks´own, las tres goletas, con la Cutty Sark al frente, se arriba otra isla Pitiusa, Formentera. Más serena, elegante, virgen, una especie de secreto que se desvela a tenor de las embarcaciones, que otra vez, se ven fondeadas en la playa. Los cuttybandistas disfrutan de Formentera a la velocidad que los marineros de Bill McCoy trasladaban el ilegal cargamento de whisky cerca de algún puerto estadounidense. No hay tiempo que perder, las puesta de sol duran lo que duran y la de Es Vedrá es de esos planes que figuran como un must en cualquier viaje ibicenco.
LA MÁGICA ISLA DE ES VEDRÁ
La Reserva Natural de Es Vedrá es un rincón tan icónico como mágico en Ibiza. Dicen las leyendas, con ninguna base científica, por eso nos gustar creerlas, que en estas aguas nunca ha perecido ningún marino. Que a pesar de ese aspecto inhóspito de roca dura y afilada, en ella cualquiera puede encontrar agua dulce y alimento para sobrevivir. Justo en frente de los islotes de Es Vedrá y Vedranell se encuentra «Atlantis», una improvisada cantera de la que se sacó la piedra con la que se erigió la muralla de Dalt Vila. Ahora es el escondite de intrépidos bañistas que osan llegar hasta este punto en un camino inclinado bajo el sol.
De regreso al Puerto de Ibiza, con fondeo en Talamanca, uno piensa que tristeza no haber vivido los años en los que los tragos se tomaban en un «Speakeasy» (local clandestino). Lo más cerca que están los cuttybandistas de uno de ellos es el At Pikes Hotel, cerca de San Antonio. Un lugar extraño, peculiar y reservado, propiedad de un tipo que procura no relacionarse con gente de su edad, no vaya hacerse él también mayor.
Después de la travesía, quizá, sigas sin consumir whisky, aunque sea Cutty Sark, pero desde luego pensarás que no te habría importado ser un Bill McCoy de la vida, en una goleta, navegando y haciendo lo que unos pocos decían que estaba prohibido.
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