Tras el Comité Federal del 1 de octubre de 2016 en el que se vio obligado a dimitir, Pedro Sánchez se tomó unos días de vacaciones.
Viajó con su familia a EEUU para olvidarse de los sinsabores que sus compañeros de partido le provocaron. Sánchez sigue en su lucha de ideologías.
Quizá los 11 días que pasó alejado del mundanal ruido le permitieron desconectar, pero bastó que se embarcara en el avión que le traía de regreso a España para que los fantasmas volvieran a aparecer.
El vuelo que tomó Sánchez fue movido. Y no porque hubiera turbulencias, sino debido a que, durante el trayecto, el exsecretario general del PSOE tuvo que aguantar alguna increpación por parte de personas con las que compartía travesía y que hicieron gala de una pésima educación.
Los problemas se acrecentaron en tierra. Algunos testigos afirman que Sánchez recibió más críticas mientras esperaba pacientemente a que salieran sus maletas en la T4.
Apuntan también en el entorno del exsecretario general que este aluvión de reproches espontáneos le sentó especialmente mal.
