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Marcelino Zalba Erro, S. J., in memoriam

RD, Martes, 28 de abril 2009

Marcelino Zalba Erro nace en Esnoz (Navarra) en 1908. Ingresa jesuita en Loyola en 1924. Obtiene la licencia en teología en Valkenburg y Marneffe, durante el destierro de los jesuitas por la IIª República española. En 1941 se doctora en Teología en la Universidad Gregoriana de Roma y en 1942 comienza su magisterio de teología y Derecho Canónico en la Facultad de Teología y Filosofía de la Compañía de Jesús en Oña (Burgos). Allí permanecerá como profesor durante casi treinta años.

En 1969 es llamado a Roma para enseñar moral en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Al llegarle su jubilación en 1984, se ofrece a continuar su magisterio en el Seminario de Jaén, en el Perú, donde se forman los futuros sacerdotes de la Misión del Río Marañón. En 1990 vuelve a España y es Bibliotecario del Santuario de Loyola, donde fallece santamente el miércoles santo, 4 de abril del 2009, a los 101 años.

Fue un auténtico maestro, tanto en su labor como profesor durante más de cincuenta años, como de publicista. Son muchas las generaciones de Sacerdotes que se formaron y que usaron el famoso Arregui-Zalba como libro de consulta habitual y que llegó a sus 23 ediciones. En sus cuatro voluminosos tomos de Teología Moral, en lengua latina, dos ellos en colaboración con el famoso P. Regatillo, tenemos, sin dudarlo, una de las últimas muestras de los que podríamos denominar un Tratados Escolásticos completos de Teología moral.

Aceptó sin reticencias la novedad teológica que supuso el Concilio Vaticano II y fue un consultor fiel y sincero del Papa Pablo VI en la gestación de su problemática Encíclica “Humanae Vitae”, lo mismo que en su actividad en los largos años de consultor de las diferentes Congregaciones y Dicasterios romanos. Exponía con lealtad su parecer, pero aceptaba lo que la autoridad dispusiese con una ejemplar fidelidad.

Quizás lo más significativo y peculiar de su personalidad científica era la facilidad y naturalidad con la que sabía pasar, sin rigidez, ni hipocresía de la más estricta interpretación de los los principios morales fundamentales a la aplicación flexible de los mismos a las situaciones concretas, donde prevalecía siempre el bien de la persona.

Homilía en su funeral

• No os oculto mi satisfacción, hermanos queridos, satisfacción honda, por despedir desde aquí, Loyola, y recordar la personalidad y presencia del P.Zalba, reviviéndola ahora con vosotros. No voy a hacer su elogio fúnebre. Intento formular en voz alta esta complejísima sensación y experiencia de pena y dolor ante la muerte de alguien a quien se admira, agradece y en verdad se quiere, y, a la vez, sensación de paz, esperanza, de plenitud de vida y de unión de cuantos le tratamos y quisimos, de unión en ese Dios, en su Dios y nuestro Dios.
Porque quizá fue éste su regalo de despedida: su experiencia de Dios en todo y en todos -este Dios, misterio insondable, origen y fin de la realidad plena-, experiencia hecha sensible, aunque no sea más que en un momento, instante de eternidad, en cada uno de nosotros, en nuestra unión, la de todos, con el P.Zalba, en el único Dios.

• Fui su alumno hace sesenta años. Ya entonces tuve la dicha de entrar en su ámbito personal. La clave para conocerle y entender su mundo hablado y escrito, el mundo de sus pensamientos, afectos y vivencias, que permitía pasar sin esfuerzo desde la rigidez de la letra y los principios a su aplicación flexible a las situaciones y problemas de cada persona.
Trato confiado el nuestro, hasta permitirme numerosas bromas, algunas de las cuales me parecen hoy desmedidas, que, sin embargo, asumió él con su caballerosidad ejemplar.

Profesor también yo unos años después, compartimos las nuevas interpretaciones de la Sagrada Escritura, las actuales mentalidades en nuestro mundo cambiante, los avances de la ciencia y de la técnica..., todo exigía apertura y renovación en la Iglesia, pedía a voces un Concilio, el V.II. Fue entonces (1962-63) cuando el P.Zalba fue reclamado por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma.
En esos para mi fecundos años, percibí muy de cerca el entramado del P.Zalba: su religiosidad profunda y ferviente enraizada en la excelente persona que fue el insigne profesor y maestro.

• Su fidelidad externa y minuciosa, cuasi connatural, a la vida y prácticas religiosas era lo único perceptible de su intuída, profunda y relajada intimidad, exclusiva e incomunicable con su Dios. Su Dios en el que abarcaba a todos, a cada uno por sí mismo, y a todo. Ese fue el secreto mejor guardado de su vida, hiciera lo que hiciera y donde quiera que estuviere. Así pasó, como lo más natural y a sus 86 años, de su cátedra y de Consultor de los más altos dicasterios vaticanos, en los que se movía con autoridad propia, a ayudante de bibliotecario de esta casa de Loiola. Bajo su dirección, desarrolló el mismo empeño y sabio trabajo de siempre con atinadas sugerencias, en la organización de la Biblioteca. Para él, nada había cambiado. Si encontraba a Dios en el estudio y redacción de libros al servicio de los hombres, al ordenarlos y catalogarlos era Dios quien le salía al encuentro.

Dios, quien, conservando el valor de las cosas y acciones humanas en sí y por sí, más si son al servicio de los seres humanos, las enriquece aportándoles su peso y solidez de verdad y eternidad.

• Así fraguó el P.Zalba su gran personalidad, firme y fiel, sin ruido, sin apariencias. Se diría tras una sutil cortina de fría timidez. Fiel siempre a sí mismo y a los demás. Así fue. El P.Zalba no engañaba. Tampoco se dejaba engañar. Ni por apariencias, propagandas o imposiciones, aunque vinieran tras estandartes religiosos o pancartas patrióticas.

En los años del pensamiento único, ante el que tantos compañeros suyos claudicaron, quienes lo estaban pasando mal intuían en el P.Zalba algo particular, distinto. Confiaron en él y atravesaron la invisible barrera de su tímida seriedad. No se equivocaron: lo mal hecho, estaba mal; quienquiera fuese su autor, su hábito o uniforme.

* En el P.Zalba lo único frágil era su menuda apariencia. Bajo ella, bullía una cabeza clara y firme, y una inquebrantable libertad. La libertad no se compra ni se vende. Muchas veces no tiene más precio que la soledad de quien la practica.

Hombre de decisiones, las tomó serias, difíciles y arriesgadas, aun contra quienes estaban por encima de él; y dio confianza y ayuda siempre a quienes, confusos en su laberinto, vacilaban en sus propias decisiones. No conozco a nadie que haya quedado defraudado. Tengo, por el contrario, testimonios antiguos y recientes de quienes le quedaron profunda y entrañablemente agradecidos. Jesuitas y exjesuitas que han venido a mostrarle el afecto y cariño que él mismo exhalaba bajo su recogida timidez.

Es que además, cuando el P.Zalba defendía una causa o ayudaba a alguien, no paraba en barras; ni en gabinetes o dicasterios, ni en el mismísimo infierno. En su entrega a “salvar” –cualquiera que sea el sentido que demos a esta palabra-, salvar a una persona humana, ponía “alma, vida y corazón”- como rezábamos de niños-.
Gran persona y excelente caballero, el P.Zalba.

De profesión, profesor. Casi 50 años, la mitad de su vida (1941/2-1987/8). Pero profesor por vocación. Para nadie, uno de tantos. Para algunos, “Maestro”.

De un maestro se espera conocimientos –los tenía de sobra-; claridad de ideas y jerarquía en su exposición -¡impecable!-; amor a la Verdad, esfuerzo y honestidad en su búsqueda, pese a quien pese y, caiga quien caiga –era el alma de su trabajo!-; convicción en sus asertos –manifiesta siempre, dentro del inevitable errare humanum est, equivocarse es de hombres. Me he referido ya a la flexibilidad real en su aplicación de los principios, en su evolución a las nuevas mentalidades y, problemas creados en parte por la ciencia y tecnología, así como también a la empatía con los alumnos cuando alguien corría la cortina de su aparente y tímida distancia.

Fue la calidad de su doctrina y enseñanza la que le llevó a “la Gregoriana” de Roma y a Consultor de los más altos dicasterios, a la Comisión “a dedo” por Pablo VI, para tratar su tema tabú –la cuestión sexual-, que sustrajo del Concilio Vaticano II para sí. Fueron veintitantos años de servicio real, aun como profesor ya emérito, a la Santa Sede. No faltaron quienes se extrañaron de que no se le hiciera cardenal, “ese cardenalato por servicios prestados.” Pero no es extraño. Porque en esta vida hay servicios que no se pagan: los eminentes y delicados servicios críticos al poder; el saber también disentir del poder. Y el P.Zalba tuvo y mantuvo hasta el fin sus puntos de discusión. Murió esperando que algo se enmendara, él sabía qué... Murió con esa pena, dejó de lucir como se apaga la lamparilla del Santísimo al irse acabando la cera.

• Nos dejó con la pena de su partida, pero, como Elías a Eliseo, con el manto de su paz, de su esperanza y la alegría de esta Pascua de Resurrección: el triunfo de la Vida! Vida larga y casi plena la suya, la que fue y sigue siendo, la única. Y vida nuestra, la que haya sido, la que es, la que en este próximo momento del banquete pascual, nos reúne a todos, los de aquí y los del más allá –instante de eternidad-, a esta mesa y banquete de Dios y la Humanidad, en un único corazón, el de todos en el inconmensurable de Dios.
Se apagó la lamparilla. Brilla el cirio pascual.

P.Zalba, Agur! Ta gero arte.