BITÁCORA

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Digresión sobre Jiménez Losantos

Justo Serna, Jueves, 2 de junio 2005
Es frecuente en este comunicador emplearse a fondo, no andarse con chiquitas ni con contemplaciones. Se jacta de sus palabras, arremete contra lo que juzga estulticia, vitupera contra los contemporáneos cuyos presuntos desvaríos juzga. No sé si emplea recursos de viejo agitador leninista o de ex militante maoísta. Como nunca fui ni una cosa ni la otra, no puedo identificar fácilmente ese estilo retador y lenguaraz que sirve para embestir contra todo lo que al locutor le desmiente o le enoja o le contraría. No sé si obra como un periodista encallecido que está a vuelta de todo, como ese publicista que se arroga el derecho de pronunciarse de manera categórica, con sarcasmo y con estridencia, haciendo estropicio, valiéndose del insulto.

Esto mismo, el empleo del insulto, es un rasgo privativo de este periodista, una violencia verbal, estentórea, innecesaria, pero muy apreciada por los agraviados del mundo, una violencia que convendría estudiarla pues de ella procede en parte la degradación que amenaza a la derecha ideológica, la arrebatada controversia política a la que se entregan algunos de sus representantes. Apreciemos algunos de esos pequeños detalles, las descalificaciones con que se enfrenta a sus rivales o simplemente adversarios, porque de lo supuestamente baladí o trivial o accesorio, de esa ganga sobrante del lenguaje, pueden extraerse lecciones muy instructivas sobre la disputa pública.

Cuando en una intervención polémica los razonamientos se sustituyen por cintarazos verbales, es probable que haya algo de impotencia analítica. Un sermón sin aspavientos ni estrépito no llega inmediatamente, pero una reprimenda con ultrajes despierta o despeja a quien aún transita en duermevela. Eso lo sabe bien este comunicador, ya que a sus oyentes matutinos los apremia con los escarnios orales que dedica a quienes le refutan, impugnan o contradicen. Ese estilo no sólo se da en las ondas, se da también en las gacetillas de su periódico online con las que sotanea a sus lectores.

‘Federico responde’..., así se llama el libro que recopila parte de las charlas o chats que mantiene en la Red. Allí, entre sus páginas, podemos apreciar no sólo a quien se cree dueño del Secreto, sino también a quien se vale de la contundencia expresiva para abalanzarse sobre los que le repudian o le ignoran. “El título de este libro”, aclara su autor, “que está entre la provocación y el Código de Comercio, abunda en esas interrogaciones que suelen hacerme en los chats y me produce inevitablemente cierto rubor, porque me instala en ese feo papel de oráculo manual o de idolillo parlante. ¿Por qué lo he aceptado? Pues precisamente para responder, es decir, para hacer frente a esa situación de popularidad desbordante o de expectativas desbordadas y absurdas que produce la euforia mediática. Ya he pasado por ella, aunque no tanto como ahora; si ésta dura, bien; y si no, también”, añade. Más que para responder, ¿no será que edita dicho repertorio de especulaciones y de vituperios para aprovechar “esa situación de popularidad desbordante o de expectativas desbordadas absurdas que produce la euforia mediática

Hay un arte de injuriar, explicaba Borges en una nota de su ‘Historia de la eternidad’, una habilidad especial para denostar haciendo uso del humor, mostrando agudeza, atacando con una andanada ácida, irónica. Pero hay otra forma, la que se hace sin gracia precisamente, con un sarcasmo dolido, pesaroso, lastimado, y que sólo revelaría escarnio, ferocidad e irritación, esa forma de denigrar que adoptaría un autor que estuviera convencido de que a los adversarios no se les doblega con argumentos. En nuestro comunicador son frecuentes dicterios pronunciados así. A sus potenciales seguidores del PP que revelen duda o renuencia, nuestro periodista los retará llamándolos “maricomplejines”, por ejemplo.

Se ganó una fama de antinacionalista en Barcelona, padeció un odioso, un vil atentado, se granjeó reconocimiento como oráculo o idolillo, se afianzó como uno de los más atrevidos locutores de la derecha española. Pero ahora, ensoberbecido, su modo de expresión se agrava y se agravia perdiendo toda corrección y toda circunspección, valiéndose de una contundencia destemplada, contusa. Salvo cuando el PP asiente, ninguno de sus contendientes parece ser capaz más que de simplezas, de patochadas y de pérfidas intenciones. Él, por el contrario, adoptaría siempre la posición correcta, liberal y razonable. Sus oponentes, como mucho, se dejarían llevar por sentimientos equivocados, sentimientos que fustigaría para arrancarlos del error, como un inquisidor fiero y benevolente a la vez que se hiciera cargo de las almas descarriadas, almas abandonadas a una idea o a una creencia por cuyas consecuencias no se interrogan.

Él, por el contrario, examinaría y vocearía partiendo de una clarividencia incontestable, consciente de lo que hay que hacer frente a la conspiración de la maldad (“la patulea polanquiana”, la comandada por Jesús de Polanco) y de la estulticia (“la grey rubalcaviperina”, tolerada por Rodríguez Zapatero). Esta idea, la de una conspiración explícita o implícita, está siempre presente en sus intervenciones. Lejos de lamentarla, en todo caso, celebra esa intriga o esa maquinación, pues serían la fiebre que cura o la erupción que revela más claramente la enfermedad. Ese sentimiento ‘dietrológico’ que hay siempre en toda intervención suya, pero, a la vez, su expresión feroz e inmoderada, me recuerdan las maneras propias de un reaccionario dolido con el mundo que le toca vivir.

En efecto, como todo reaccionario exaltado que se precie, también nuestro comunicador hace del anatema y de la cólera sus procedimientos y, como todo viejo apostólico, se aprecia en él una vehemencia desenfrenada, insostenible. Es tan resueltamente apocalíptico que hasta sus seguidores se preguntan por la seriedad de sus imprecaciones, de sus excesos verbales, de sus apologías, apologías que probablemente atemorizarán a quienes ensalza. Yo me tengo por oyente ocasional de su programa radiofónico: simplemente porque me parece insólito. Aún me pregunto si ese énfasis matutino será bueno para la salud. Para la de Jiménez Losantos, me refiero.