Carta al Director

Brutal agresión en el Metro de Madrid

Brutal agresión en el Metro de Madrid
Dos vagones de Metro.

Decía el gran pensador Karl Popper que la paradoja de la tolerancia era que había que ser intolerante con los intolerantes. Sobra demagogia y falta cultura democrática

Martes 23 Marzo 2010, 2.30 pm, parada de metro Gregorio Marañon, andén linea 7, dirección Hospital de Alcalá.

Las puertas se abren, una marea humana se baja de la cabecera del tren.

Un hombre alto, fornido, de unos 30 años, rapado y tatuado, con perilla, se cruza con un joven de aspecto normal, estatura mediana, con una sudadera verde con la leyenda «three strokes» en el pecho, que se dirige al vagón.

Sin mediar palabra ni provocación, el rapado se abalanza sobre el joven de la sudadera y le golpea con extrema violencia en la cara una, dos, tres veces.

Avanzo unos pasos entre los estupefactos viandantes, que no reaccionan.

Le grito que pare, se vuelve hacia mí y grita:

«Lleva una sudadera de fascista!! Los fascistas matan a la gente!!».

Acto seguido, se larga de allí hacia la línea 10, dirección Puerta del Sur. El joven está desorientado, casi K.O., sangra profusamente por la boca.

Siento una profunda indignación y piedad a la vez.

Entre yo y otro hombre le llevamos a la taquilla, donde es atendido por la cajera y varios guardias de seguridad. El joven no recuerda nada.

A los pocos minutos llegan su novia y un amigo, a quienes hemos llamado. El va de traje y corbata, ella llora. Tienen apariencia normal, desmienten cualquier filiación extremista de la víctima.

Les doy mis datos por si necesitan un testigo y me voy al trabajo. Intento concentrarme, pero no puedo. Pienso en el motivo esgrimido por el agresor, la marca de ropa.

Aunque algunos asocien dicha marca con grupos ultra, es de venta libre y carence de símbolos -como la cruz gamada- que inciten a la violencia ; solo es una marca que cualquiera podría comprar inadvertidamente.

Pienso en las palabras del agresor:

«fascista!!»

Igual podría haber gritado:

«Negro! Judío! Sudaca! Rojo! Txakurra! Charnego! Marica!»

O cualquier otro epíteto que deshumanizase a la víctima y justificase cualquier salvajada. El fascismo -o, mejor dicho, totalitarismo y extremismo- no es una cuestión de nomenclatura, sino de actitud democrática y tolerancia.

No vino de otro planeta, es parte intrínseca de nuestra cultura, un síntoma de lo que somos los españoles en cada esquina de la piel de toro, un fiel reflejo del cacique que anida dentro de nosotros -de izquierdas y de derechas- y que trasluce en las palabras de tantos políticos que deshumanizan a «los otros», los innombrables, aquellos que deberían avergonzarse de existir y ser privados de identidad, patria -véase la aversión a la palabra «España» de algunos- y lengua, aniquilados física y moralmente.

Fomentan el odio al distinto (que bien se vive a costa de un chivo expiatorio al que culpar de todos los males y que focalice el odio del populacho y lo distraiga de nuestras corruptelas), a quienes basta con etiquetar con la palabra mágica para condenarles al ostracismo y a un merecido castigo.

Decía el gran pensador Karl Popper que la paradoja de la tolerancia era que había que ser intolerante con los intolerantes. Sobra demagogia y falta cultura democrática. Gente dispuesta a darlo todo por defender el derecho del otro a ser distinto y a proclamarlo con libertad.

La brutalidad de la que fui testigo hoy es solo la primera cosecha de lo que hemos sembrado. La humanidad es la única ideología que suscribo.

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