Pedro Sánchez, dispuesto a pactar con toda la radicalidad que se precie

Una bandera para La Moncloa

¿Seguirá el PSOE tras las elecciones el ejemplo de Portugal, donde los socialistas se han negado a formar un frente popular contra el gobierno de centro-derecha?

Una bandera para La Moncloa
Pedro Sánchez. EP

«El buen vecino, arregla el camino», dice el refrán. Y, para buenos vecinos, tenemos la suerte de contar con los portugueses, que no solamente nos votan en Eurovisión, sino que además han protagonizado el primer asalto de las elecciones generales que nos aguardan el próximo diciembre, votando a la Españavisión del PP, como recompensa al éxtasis que ha producido en la derecha española el éxito del centro-derecha en las recientes elecciones portuguesas.  Para decirlo con otro refrán: «El que se alegra del bien del vecino, el suyo le viene de camino».

Pero no hay que lanzar las campanas al vuelo, pues la cabra de mi vecina más leche da que la mía».  Resulta que de repente hemos descubierto que nuestros amables vecinos nos dan sopas con onda en educación, en sensatez y en sentido común, y eso que los teníamos considerados como nuestros parientes pobres, porque sus cabras, en vez de tirar al monte como le mandan sus genes y su tradición, han decidido hacerse pesebristas en los rediles de la democracia, renunciando a la adrenalina de la aventura en los pedregales de la izquierda radical.

Con esta alegoría hay que entender el hecho de que los socialistas portugueses hayan renunciado a crear un frente popular con los demás partidos de izquierda -el Partido Comunista, y los populistas del Bloco de Esquerda-, a pesar de que esta alianza les daría la posibilidad de gobernar con mayoría absoluta.

También los socialdemócratas alemanes han dado este ejemplo, pero este caso llama menos la atención que el portugués, por aquello de que estamos ante un pueblo mediterráneo, más dado a los extremismos. La admiración por nuestros vecinos puede llegar a su paroxismo si recordamos que el 8 de noviembre de 1998 Portugal rechazó en referéndum por abrumadora mayoría -el 63,9% frente al 36,91%- el proyecto socialista de construir un nuevo modelo de Estado dividido en 8 autonomías.  Ver para creer.

La admiración pasa a estupor si tenemos en cuenta que el país vecino sufrió un rescate por parte de la «troika» que le sumió en unos años de dolorosa y sacrificada austeridad, la cual provocó una dura recesión y disparó los niveles de pobreza hasta el 25%. A pesar de esta realidad negativa, los conservadores han vuelto a ganar, aunque han perdido por el camino 28 diputados. Lo que llama la atención es que los socialistas, haciendo gala de un admirable sentido de Estado, lejos de caer en el populismo barato de denunciar el austericidio, apoyan las medidas moderadas de austeridad del gobierno, pues son conscientes de que son necesarias para seguir remontando la crisis.

Con estas barbas izquierdistas vecinas en remojo, ¿qué harán nuestros socialistas?  ¿Afeitarán las barbuncias zarrapastrosas y yihadistas de la ultraizquierda y podarán las «rastas» y coletas de los okupas que les echarán los tejos con sus silbatinas de sirena para formar un frente popular tras las próximas elecciones? ¿Aplicarán aquello de que «con ayuda del vecino, mató mi padre el cochino», liquidando en la catarsis de un sanmartín patriótico la tentación de dejar vivo al cochino del frentepopulismo? ¿Se pintarán la cara de rojigualda mientras se envuelven en una carnestolenda de banderas patrias, apesebrándose en el aprisco del respeto a la democracia y a la Patria?

No cabe duda de que los socialistas españoles tienen el programa de gobierno más sucinto de la historia, pues se condensa en tres palabras: echar al PP. Como sea, a cualquier precio, aunque les suponga tener que pactar con el diablo. En esta actitud montaraz estilo «maqui» de nuestro socialismo se trasluce el atávico guerracivilismo de la izquierda española, enfebrecida del cainismo más ruin, de la más atroz inquina contra los que le ganaron la guerra.

Y también, cómo no, se refleja en ella el desmedido afán de poder de Pedro Sánchez, que, en su paranoia megalómana, al pactar con radikales de todo pelaje, ha abierto la Caja de Pandora de los siete males, de los cuatro jinetes apocalípticos que galopan por nuestras llanuras con sus colas incendiadas, repartiendo estopa progre a todo el que no piense como ellos, embadurnando con su mugre izquierdosa hemiciclos y medios de comunicación, derribando con su mazo iconoclasta los muros de nuestra Patria.

Pero lo más ominoso de esta traición es que se está haciendo a la vez que se agitan banderas españolas, mientras se llenan la boca hablando de «nuestra Patria».  El 21 de junio pasado, en su presentación como candidato a la Presidencia del Gobierno por el PSOE, que tuvo lugar en el Teatro Circo Price de Madrid, Pedro Sánchez expuso en una pantalla situada detrás de él una enorme bandera española, lo cual causó una verdadera conmoción: «Lo que quería es que el PSOE sienta esa bandera como propia, es tan nuestra como del resto». En una entrevista en la Cadena Ser, Sánchez añadió que «si el cambio que proponemos es un cambio que una, lo primero que tenemos que hacer es reivindicar la bandera».  En una entrevista a Telecinco manifestó que «la española es la bandera que me representa», añadiendo que el mensaje principal de su campaña para las generales será «Más España».

La exhibición patriótica de la bandera española tuvo su continuación en un mítin celebrado por el PSC en Santa Coloma de Gramanet con motivo de la campaña de las elecciones catalanas, al final del cual apareció la enseña nacional en una pantalla.

Bellas palabras, bellos gestos los del Sr. Sánchez, que ha moderado últimamente el discurso socialista con el fin de desmarcarse de las acusaciones de radicalismo que se le habían hecho a raíz de sus «amistades peligrosas» con radikales de todo signo, antisistemas e independentistas, a los que ha enchufado en el poder de ayuntamientos y diputaciones, y con la intención de tirar los tejos a Ciudadanos para un posible pacto de gobierno tras las elecciones. Pero, como dice el refrán, «a Dios rogando y con el mazo dando», pues esta campaña de moderación aparente no es sino una vil estratagema con la que el lobo se reviste de una falsa piel de cordero, ya que, tras las elecciones, si los socialistas necesitan a los radicales podemitas para gobernar, pactará con ellos, y las cabras se echarán al monte, porque, si París bien vale una misa, la Moncloa bien vale una bandera.

A Pedro Sánchez le cuadran a la perfección aquellas palabras de Groucho Marx: «Estos son mis principios; pero, si no le gustan, tengo otros». ¿Ante quién estamos? ¿Lobo o cabra? ¿Portugués o español? ¿León o cordero? Como dijo Woody Allen, «yacerán juntos el león y el cordero, pero el cordero no tendrá mucho sueño». Así que, alerta España.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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