Como ya ocurrió en Somalia, el mensaje que captan los terroristas es que nuestro país es vulnerable a las presiones, a diferencia de otros Estados miembros de la UE
El único final feliz posible de un secuestro consiste en la rendición, entrega o captura de los secuestradores después de haber puesto en libertad a sus víctimas.
Cuando media un rescate fracasa el principio de legalidad y triunfa el del mal menor, ante lo que sólo cabe una alegría matizada por el retorno salvo de los rehenes, que se produce a costa de una quiebra del orden y del derecho.
Ocho millones de euros parece ser la cantidad desembolsada por la liberación de los cooperantes españoles en poder de la franquicia magrebí de Al Qaeda, además del canje de los rehenes por el mercenario responsable del secuestro, condenado en Mauritania y trasladado a Malí.
La imagen del facineroso Omar el Sahraoui, sonriente con los también sonrientes cooperantes españoles y en el mismo todoterreno y la caradura con que alega ser «un hombre de negocios«, revuelven las tripas a cualquier ciudadano español con una pizca de sensibilidad democrática.
Como ya ocurrió en Somalia, el mensaje que captan los terroristas es que nuestro país es vulnerable a las presiones, a diferencia de otros Estados miembros de la UE.
Sin duda, la vida y la libertad de los secuestrados es un valor de máxima relevancia, pero conviene no olvidar que el dinero obtenido por los secuestradores sirve para financiar a una organización terrorista que funciona a escala global y está dispuesta a realizar nuevos atentados contra intereses españoles.
En el caso de los cooperantes catalanes Albert Vilalta y Roque Pascual, nadie que albergue sentimientos decentes puede dejar de compartir su alivio por el final de la pesadilla, pero el Gobierno Zapatero no tiene nada que celebrar porque sencillamente ha claudicado.
Escribe Ignacio Camacho en ABC -«Celebrar el fracaso«- que la comparecencia del presidente Zapatero fue un gesto de triunfalismo inaceptable; no admitió preguntas porque él mismo sabía que no tenía respuestas. Respuestas presentables en un líder democrático.
El pago de rescates es un viscoso dilema ético -elegir entre dos males- en el que resulta difícil encontrar respuestas claras.
Quienes parecen hallarse en posesión de contundentes certezas de barra de bar deberían contrastarlas situándose con honestidad en la posición de las víctimas o en la de las autoridades encargadas de decidir sobre el chantaje.
La preservación de la vida de los rehenes como bien de protección prioritaria suele entenderse como la solución más razonable desde el punto de vista pragmático; todas las demás son sangrientas.