Isaias Lafuente

Gallardón, abrasado

El gobierno ni confirma ni desmiente, pero todo parece indicar que Mariano Rajoy parece dispuesto a abortar la Ley del aborto. Tampoco habla de ello Alberto Ruiz Gallardón que dice estar muy ocupado estos días en la respuesta del gobierno al reto soberanista y se ha dado un plazo de una semana para hablar sobre el futuro de la ley y sobre su propio horizonte político. Sería tan fácil desmentir el rumor que no hacerlo solo parece confirmar que el gobierno parece dispuesto a dar marcha atrás a este proyecto legislativo que tanto rechazo ha suscitado, incluso en las filas del PP.

Es verdad que la reforma de la ley era una promesa electoral del PP y que el anteproyecto recibió luz verde en el consejo de ministros, como lo es que muy pocos dirigentes del partido se han atrevido a levantar una voz discrepante contra la reforma. Pero ha sido Gallardón quien lo ha defendido con más vehemencia hasta poner su nombre a la ley. Y lo ha hecho en nombre de valores tan elevados que palidecen ante las razones demoscópicas que el gurú de Rajoy, Pedro Arriola, presuntamente le ha dado para hacer decaer el proyecto: la ley tendría un alto coste electoral para el PP.

Si Mariano Rajoy aparca definitivamente el proyecto, Gallardón tiene muy pocas salidas. Con la retirada vería frustrado un proyecto que, en sus propias palabras, es de los que justifica toda una vida dedicada a la política y recibiría una desautorización de campeonato por parte de quien le llamó a formar parte del consejo de ministros. Pero además, tan duras han sido sus palabras contra la ley vigente para justificar su reforma, una ley que vulnera en su opinión valores y derechos fundamentales, que a cualquier mortal le resultaría muy incómodo formar parte de un gobierno, incluso pertenecer a un partido, que renuncia a su defensa por meros motivos electorales. Pero posiblemente sean estos mismos motivos los que le lleven a permanecer en posición tan incómoda, porque la renuncia del ministro de Justicia abriría un boquete en el gobierno que seguramente también pasaría factura en las urnas entre su electorado más conservador. Así que quizás la demoscopia y no los valores vuelvan a primar. Tomaremos nota.

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